Se nos vienen las elecciones municipales 2012, las primeras con un nuevo padrón incrementado en alrededor de 5 millones de potenciales electores que supuestamente le agregan una dosis de incertidumbre a sus resultados.
Esta incertidumbre se explica porque estos nuevos posibles electores son fundamentalmente jóvenes que no estaban disponibles para inscribirse voluntariamente en un contexto de voto obligatorio. En base a la oferta electoral existente, que no ha variado mayormente respecto de elecciones anteriores, no visualizo mensajes, contenidos que atraigan a este segmento electoral. Incluso más, al tener el voto un carácter voluntario, existe el riesgo de que algunos de los que votaban, ahora no lo hagan.
Antes nos vanagloriábamos de los bajos niveles de abstención en comparación con otros países, sin embargo se trataba de una comparación engañosa cuando el voto era obligatorio. Ahora sí nos podremos comparar, y me temo que salgamos mal parados. Un alto nivel de abstención será una señal de mala salud democrática, esto es, de desinterés por lo público, de rechazo a la oferta electoral disponible.
Siendo Chile un país en cuyo subconsciente prima una lógica neoliberal, intentemos un ejercicio clásico económico, el de la oferta y demanda de un bien o servicio. En nuestro caso de las elecciones municipales, la oferta estaría constituida por los programas municipales de los distintos candidatos, tanto a alcaldes como a concejales; la oferta de los candidatos a alcaldes estaría contenida en sus propuestas de gobierno comunales, y la de los candidatos a concejales, en sus propuestas de fiscalización.
Si nos ponemos una mano en el corazón, salvo contadas y honrosas excepciones, estas propuestas parecieran no existir. A lo más, frases hechas que nos machacan una y otra vez hasta que la publicidad penetre a concho. Y esto implica recursos millonarios. Por tanto, los candidatos con mayor disponibilidad de recursos tienen todas las de ganar con independencia de las ideas que tengan, si es que las tienen. Para rematarla, suelen mostrar rostros y ocultan los partidos a los que se adscriben. Una democracia con una oferta de estas características sería como una mesa coja de una pata.
Por el lado de la demanda existe una gran cantidad de ofertas difícil de diferenciar de la que solo se conocen frases hechas. Por tanto, se estima que somos estúpidos, incapaces de distinguir entre la buena comida y la comida chatarra. En síntesis, asume que no tenemos educación, o que tenemos una mala educación, esto es, que no somos capaces de reflexionar, de discernir entre alternativas supuestamente distintas. Por tanto cada candidato se promueve como quien publicita un bien de consumo cualquiera. Así llegamos a una mesa coja de dos patas, y por tanto, inestable.
En consecuencia, para afirmar esta mesa, nuestra democracia, se hace necesario poner el foco en la educación para tener ciudadanos inmunes a cuentos del tío, y desligar el poder económico en la oferta electoral. Hoy, el que pone más plata sobre la mesa, tiene mayores probabilidades de ganar, lo que corroe la esencia de la democracia.
Con todo, me quedo con esta mesa coja antes que con una dictadura. De lo que se trata, es de tener una mesa más firme, que cojee menos. En base a este criterio inclinaré mi voto.
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