Los resultados de las recientes elecciones municipales, cuyos ecos y consecuencias aún resuenan, cuestan digerirlos porque tienen de todo. Su relevancia reside en que se trata de las primeras elecciones bajo este gobierno, y también las primeras bajo la nueva ley de inscripción automática y voto voluntario.
Normalmente, los resultados de las primeras elecciones de un gobierno tienden a ser favorables a éste, lo que no fue este el caso. El gobierno, y los partidos que lo sustentan, la UDI y RN, que conforman la Alianza, miraban con optimismo las encuestas que sostenían que el cuadro político actual se mantendría, y confiaban que las encuestas que señalaban la baja popularidad gubernamental y del presidente Piñera serían desmentidas. En este plano los resultados no pudieron ser más catastróficos para sus expectativas, y alentadores para la oposición. Desde la noche misma del domingo, en el Palacio de la Moneda, el ambiente se cortaba con cuchillo.
Mal que mal el gobierno, la Alianza, la UDI y RN, perdieron en todos los planos: en número de alcaldes y de concejales; en cantidad de votos de alcaldes y concejales; en cantidad de personas gobernadas por alcaldes aliancistas. Eso, sin mencionar los casos más emblemáticos o significativos, como fueron los de Providencia, Santiago, Ñuñoa, Concepción.
La alta abstención, nos dice que también perdió la democracia como sistema político de convivencia. Que más del 60% de la población habilitada para votar no votara es una muy mala señal que debemos saber leer o interpretar. Si bien puede ser un tanto prematuro un análisis acabado de la abstención, me atreveré a aventurar algunas razones, todas ellas interelacionadas. La abstención revela un desencuentro entre el mundo ciudadano y el mundo político. Este último no respondería a las expectativas o demandas ciudadanas. Por otra parte, se observa un mundo político impotente, limitado, incapacitado para responder a las demandas.
La política ha perdido peso. La economía manda. El poder económico prima por sobre el político. Este es un fenómeno mundial que viene de la mano del neoliberalismo, del término de los sueños, de las utopías. Los altos niveles de abstención son una consecuencia de este fenómeno. El poder económico se ha apropiado de la política, y cuando no se apropia de ella, la cercena. Al final del día tenemos las dos cosas: una política cautiva del poder económico. En este plano, parece milagroso que a pesar del caudal de recursos económicos que despliega la derecha en tiempos de campaña y de los medios de comunicación que concentra, que no tenga más votos que los que tiene.
Por último, los resultados de estas elecciones revelan, una vez más, la importancia de la unidad y las consecuencias nefastas de las divisiones. El caso más notorio es el de Recoleta, cualesquiera sean las motivaciones, lo concreto es que la derecha perdió una alcaldía por ir dividida; lo mismo ocurrió en el otro lado, cuando la oposición fue dividida, como fue el caso de La Florida. Son raros los casos sin consecuencias nefastas para quienes van divididos. Uno de ellos fue el de Arica, donde a pesar de que la oposición fue dividida, el gobierno no fue capaz de aprovechar la contingencia, lo que se explica tan solo porque uno de los candidatos opositores era un modelo de honestidad a toda prueba, lo que fue reconocido por la ciudadanía. Hoy por hoy, ese es uno de los atributos claves que de alguna manera explican la popularidad de Michelle.
Para unos y otros, las lecciones son claras. Una, que la división solo conduce a la derrota; dos, que es necesario sintonizar con la ciudadanía; y tres, que hay que empoderar a la política para viabilizar los sueños. Se me queda en el tintero, lo que anoto para recordarlo con miras a una futura crónicas: un análisis sobre si fue acertado o no que el voto sea voluntario.
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