El escenario está tan revuelto que resulta difícil vaticinar, a menos de dos años de las próximas elecciones presidenciales, lo que ocurrirá. Los distintos actores políticos están haciendo todo lo contrario de lo que se supone deben hacer.
Por un lado tenemos a un gobierno, la Alianza por Chile, cuyos desaguisados a la fecha ya han dado origen a un sabroso libro titulado Piñericosas. Cualquiera pensaría que no quieren repetirse el plato a pesar de toda una campaña comandada por los mosqueteros, sus candidatos en el gabinete ministerial. Es así como Andrés, en su calidad de Ministro de Defensa se hace parte de todo un operativo militar para localizar a un niño autista desaparecido. Mientras ayer estos mismos efectivos de las FFAA se dedicaban a hacer desaparecer, hoy parecieran dedicarse a la noble tarea de encontrar a un desaparecido.
Pablo, otro ministro presidenciable, que quiere pero no quiere, busca posicionarse empecinadamente como defensor de los abusos a los que son sometidos diariamente los consumidores, obviando que el origen de estos abusos radica en quienes operan en mercados que él ha contribuido a desregular drásticamente. Por último, está Laurence, el más probable candidato gobiernista, y que va a todas las paradas como Ministro de Obras Públicas, asegurando que no es candidato a nada con una sonrisa de oreja a oreja para la foto.
Por el otro lado, una oposición que también hace lo suyo para no ganar las próximas elecciones, tanto municipales, como parlamentarias y presidenciales, a pesar de todas las ventajas que le dan las torpezas oficialistas. Las bases opositoras, la gente de a pie, no sale de su desconcierto al ver el grado de dispersión a nivel cupular, donde el énfasis está puesto en las candidaturas antes que en el desafío de construir un programa común tras un objetivo meridianamente claro. Quizá la mayor exigencia actual a los dirigentes opositores sea la de percatarse que el adversario está al frente, no al lado.
En síntesis, oficialistas y opositores parecieran estar compitiendo por quien lo hace peor.
No pocos están preocupados por lo que ocurrirá con los nuevos electores, como consecuencia de la inscripción automática, ya que éstos podrían inclinar la balanza a uno u otro lado. Sin embargo, lo más probable, que se trate de un temor infundado porque como están las cosas, estos potenciales nuevos electores, difícilmente votarán.
Si bien el padrón electoral se amplió fuertemente, el número total de votantes es posible que no cambie sustancialmente, incluso más, quizás sea menor que el tradicional como consecuencia de la incapacidad existente para vertebrar coaliciones potentes, confiables y con objetivos claros, comprensibles por moros y cristianos.
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