Fuera de nuestras fronteras no resulta de fácil comprensión lo que está ocurriendo en nuestro país, en particular, los cada vez más frecuentes conflictos sociales, los que estallan como petardos en los lugares más disímiles. Si no es por aquí, es por allá, y de las más diversas dimensiones.
La última, en Pelequén, con motivo de los malos olores generados por el funcionamiento de una planta de lodo, protesta que se manifestó mediante el corte de la ruta cinco sur en domingo de resurrección, cuando miles de santiaguinos retornaban a la capital del reino, Santiago. La consecuencia fue un taco de 40 kilómetros y una espera de horas, antes que se restaurara el paso.
Pelequén no es sino el último eslabón, a este minuto, de una cadena que, en poco tiempo, se ha extendido de norte a sur: Aysén, Calama, Punta Arenas, son algunos de sus eslabones más notorios.
Esto habla de un malestar que tanto en el exterior como dentro del país, cuesta entender porque durante años, sino décadas, se ha venido vendiendo la imagen de un país modélico, que progresa, ordenado, institucionalizado, que ha encontrado la horma de su zapato, que crece, se desarrolla, que ha aprendido de los errores del pasado, que ha alcanzado un ingreso per cápita por sobre los US$ 15,000, que se vanagloria de estar alcanzando el pleno empleo.
Si bien este malestar se ha venido incubando desde hace tiempo, se puede afirmar que se ha visto exacerbado en estos últimos años, más precisamente, desde el último cambio de gobierno en virtud de dos factores. Uno, las expectativas generadas por la coalición gobernante durante la campaña: en una nueva forma de gobernar, en terminar la fiesta de los delincuentes, en el gobierno de los mejores, en que sabrían cómo hacerlo. Y dos, porque a más de dos años de instalada la coalición UDI-RN encabezada por Piñera, la defraudación es mayúscula.
No se ve una nueva forma de gobernar, a lo más una nueva forma de emborrachar la perdiz; tampoco se ve que la fiesta de los delincuentes haya terminado, sino que por el contrario; tampoco se ve que “los mejores” lo estén haciendo bien, pues de otra manera cuesta explicarse la cantidad de cambios y renuncias que se han producido en tan solo 2 años de gobierno. Las frecuentes y masivas protestas que afloran por doquier, son la mejor prueba de su incapacidad para enfrentar los problemas.
Pero más allá del gobierno, es el propio modelo político, económico y social el que está en jaque. Dentro de él, cualquiera sea el gobierno que lo administre, no parecen encontrarse las soluciones demandadas por la población. El rechazo que concita tanto el gobierno como la Concertación, al tenor de todas las encuestas que se conocen, parecen confirmar lo expuesto. Un rechazo a un modelo sin que se visualice uno de reemplazo, del cual solo se conocen brochazos; un modelo que procure ser más amigable con las personas, con el medio ambiente, que sea capaz de generar comunidad, basado en la colaboración antes que en la competencia, que apele a nuestros mejores sentimientos antes que en nuestro egoísmo.
Complejo, pero apasionante escenario en el que nos encontramos.
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