La bajada de Lagos
Como era previsible, al fin se bajó Lagos. Lo hizo luego de sucesivos diletantismos. Incluso la expresión que titula esta columna no es la más feliz porque en estricto rigor no se bajó dado que nunca se subió, esto es, nunca fue candidato, al menos oficialmente. Pero sí, desde que abandonó la presidencia siempre dejó en el aire la eventualidad de su regreso a La Moneda. Nunca imaginó que este retorno sería tan pedregoso.
Las condiciones que había puesto para asumir la candidatura presidencial hacían inevitable este desenlace. Si alguna vez pensó que la Concertación se alinearía en torno a su figura, que los díscolos depondrían sus rebeldías, o que los partidos aceptarían que las candidaturas parlamentarias contaran con su aval para postularse, habría significado que perdió el sentido de la realidad. En este sentido su bajada nos dice que no la ha perdido, por el contrario, que el realismo le decía que sin alineamiento, sin orden, su candidatura estaba condenada al fracaso. Importa consignar que esto vale no solo para él, sino que para cualquier candidato, de gobierno o de oposición.
El devenir histórico ensalza a unos y hunde a otros. El gobierno militar –la dictadura a secas- está marcada a sangre y fuego por sus actuaciones en el marco de las ofensas inferidas a sus compatriotas desde el aparato del Estado. Más allá de dónde están nuestros respectivos corazoncitos, lo que realizamos, concientes o no, es sumar y restar lo bueno y lo malo de unos y otros. No solo la cantidad de lo bueno y malo, sino que también la “calidad”. A todos siempre nos pena algo, la clave es que ese algo no sobrepase lo que podamos tener a nuestro favor.
En el caso de Lagos, si bien nos falta cierta perspectiva histórica, lo menos que se puede afirmar es que su figura es controversial. Junto a sus obras, están también sus fracasos. Grande en su mirada estratégica, en el mundo de las ideas, distante del mundo real, concreto, con sonoros fracasos en el ámbito operativo. Para unos es más lo que suma que lo que resta; para otros, el saldo es negativo.
A eso se agrega que se trata de una personalidad con un ego no menor, reacio a encarar una primaria por su condición de expresidente, y menos a arriesgarse a una derrota, aún cuando todos sabemos que de cobarde no tiene nada, por el contrario, valientes como él hay pocos.
En este marco es fácil entender, comprender su bajada, la que contribuye a despejar el panorama a diestra y siniestra. La derecha tendrá que guardar la artillería que le tenía preparada.
Como era previsible, al fin se bajó Lagos. Lo hizo luego de sucesivos diletantismos. Incluso la expresión que titula esta columna no es la más feliz porque en estricto rigor no se bajó dado que nunca se subió, esto es, nunca fue candidato, al menos oficialmente. Pero sí, desde que abandonó la presidencia siempre dejó en el aire la eventualidad de su regreso a La Moneda. Nunca imaginó que este retorno sería tan pedregoso.
Las condiciones que había puesto para asumir la candidatura presidencial hacían inevitable este desenlace. Si alguna vez pensó que la Concertación se alinearía en torno a su figura, que los díscolos depondrían sus rebeldías, o que los partidos aceptarían que las candidaturas parlamentarias contaran con su aval para postularse, habría significado que perdió el sentido de la realidad. En este sentido su bajada nos dice que no la ha perdido, por el contrario, que el realismo le decía que sin alineamiento, sin orden, su candidatura estaba condenada al fracaso. Importa consignar que esto vale no solo para él, sino que para cualquier candidato, de gobierno o de oposición.
El devenir histórico ensalza a unos y hunde a otros. El gobierno militar –la dictadura a secas- está marcada a sangre y fuego por sus actuaciones en el marco de las ofensas inferidas a sus compatriotas desde el aparato del Estado. Más allá de dónde están nuestros respectivos corazoncitos, lo que realizamos, concientes o no, es sumar y restar lo bueno y lo malo de unos y otros. No solo la cantidad de lo bueno y malo, sino que también la “calidad”. A todos siempre nos pena algo, la clave es que ese algo no sobrepase lo que podamos tener a nuestro favor.
En el caso de Lagos, si bien nos falta cierta perspectiva histórica, lo menos que se puede afirmar es que su figura es controversial. Junto a sus obras, están también sus fracasos. Grande en su mirada estratégica, en el mundo de las ideas, distante del mundo real, concreto, con sonoros fracasos en el ámbito operativo. Para unos es más lo que suma que lo que resta; para otros, el saldo es negativo.
A eso se agrega que se trata de una personalidad con un ego no menor, reacio a encarar una primaria por su condición de expresidente, y menos a arriesgarse a una derrota, aún cuando todos sabemos que de cobarde no tiene nada, por el contrario, valientes como él hay pocos.
En este marco es fácil entender, comprender su bajada, la que contribuye a despejar el panorama a diestra y siniestra. La derecha tendrá que guardar la artillería que le tenía preparada.
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