Siempre me ha llamado la atención la facilidad que tenemos para incumplir compromisos amparados en excusas asociadas a urgencias sin el mas mínimo respeto por el otro. El punto es que si acordamos algo es para cumplirlo. Excepcionalmente podríamos fallar, mal que mal, no somos perfectos, podemos tener percances, urgencias. Pero éstas, por su naturaleza, se asumen esporádicas, imprevistas. Cuando fallamos una y otra vez, nuestros compromisos terminan perdiendo valor.
El no cumplimiento de los compromisos contraídos afecta nuestras relaciones personales y de trabajo, nuestra productividad, nuestro estado de ánimo. Hacer perder el tiempo representa una falta de respeto. Si quedamos en juntarnos tal día a tal hora, construyo mi agenda con ese dato, y llegado el día y la hora, no puedo quedarme con los crespos hechos. Algunas veces se avisa, otras no. Razones: las más diversas, pero todas tienen en común la necesidad de apagar un incendio. Se conviene otro encuentro, y otra vez lo mismo. Lo triste es que ese tratamiento se lo damos a unos, pero no a otros. Si el encuentro es con una autoridad, no fallamos, pero si es con un hijo de vecino cualquiera, otro es el análisis y su resultado nos conduce a que el encuentro es postergable.
Cuando se trabaja en equipo el efecto de estas conductas es devastador. Normalmente un proyecto conlleva múltiples actividades que se deben distribuir entre todos. Mal que mal, todos no pueden estar en todas. Se definen tareas, se asignan responsables, tiempos, plazos. Si un miembro del equipo no cumple los plazos convenidos y comprometidos, todo el trabajo en equipo se retrasa, se deteriora la moral. Los costos se disparan, los ingresos se posponen, el desánimo se apodera de los integrantes.
Una mirada rápida sobre el tema nos permite observar que estos desencuentros están vinculados con la planificación del tiempo y la prioridad que le asignamos a nuestros compromisos. Por lo general, nuestra agenda está copada de tareas, unas más urgentes que otras; unas más importantes que otras. Cuando el día se nos va en lo urgente, posponiendo lo importante, si no hacemos un alto, una reflexión, significa que se nos va la vida sin vivirla.
Para evitar esto, algunos construyen su agenda mediante un sistema a dos columnas, donde una corresponde a lo urgente, los incendios a apagar, y la otra, a lo importante, lo trascendente y que permite proyectarnos. Una mínima disciplina debe llevarnos a que todos los días, sin perjuicio de abordar lo urgente, siempre deberíamos avanzar en al menos en uno de los puntos calificados como importantes.
Pero la clave es no tener incendios, prevenirlos, no apagarlos. Pasarnos la vida apagando incendios hace perderle el sentido a nuestra existencia, además de estar fallando permanentemente a terceros que no se lo merecen.
Su observación tiene una gran resonancia don Rodolfo, porque uno a menudo choca con esta conducta poco respetuosa. Es más, pareciera que los culpables se sienten orgullosos de ser así, y si alguien les llama la atención se quejan, y tratan de desprestigiar al que trata de cumplir con los compromisos: "Yaaaa, que taaaanto, t'estai poniendo como loh gringoh." Como si ellos fueran buena onda.
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