¿Qué queremos: más o menos Estado?
Los resultados de una reciente encuesta en torno al tema del mercado y el Estado, y lo que está ocurriendo, ponen en jaque el discurso dominante en las élites políticas, académicas y profesionales. En ellas no hay por donde perderse: el mercado resuelve todos los problemas, santificándolo; en tanto que el Estado todo lo complica, demonizándolo. Al mercado se le atribuye el monopolio de la eficiencia, en tanto que al Estado el de la corrupción.
Al menos así lo afirma, una y otra vez, directa e indirectamente, aquella prensa “seria”, siempre respaldada por “expertos” graduados en las más prestigiosas universidades mundiales. Quienes ponen en duda esta concepción de la realidad han sido relegados –al menos en las últimas décadas- al desván de los perdidos, los ignorantes, los que no saben nada de economía, de los que no entienden cómo funciona la economía.
Pero la gente común y silvestre, así como algunos economistas –los menos- ariscaban la nariz frente al cariz que tomaban los acontecimientos. No podían creer que el tema fuera tan simple como dejar que el mercado funcione, que el Estado debe replegarse. Mientras tanto los Friedmann, los Greenspan y los gurúes nacionales, dale que dale proponiendo e implementando bajas en las tasas de interés; relajando los controles bancarios de modo que ya nadie sabía donde estaba la plata depositada por los mortales como uno; alentando el endeudamiento en créditos hipotecarios y de consumo. Era cosa de tirar para adelante.
En USA el presidente de la Reserva General, equivalente a nuestro Banco Central, llegó a afirmar que “hay que dejar que las abejas de Wall Street polinicen los mercados”. Hasta que la burbuja reventó. En Inglaterra, la Reina Isabel II, al asistir a la reputada Escuela de Economía de Londres (London Economics School) lanzó la quemante interrogante: “¿cómo que nadie fue capaz de prever lo que se nos venía?”
Las ciencias económicas han adquirido un estatus de ciencias exactas, como las matemáticas o la física. Solo ahora, a raíz del desplome bursátil, algunos están empezando a recordar y reconocer, a destiempo y sin mayor humildad, que la economía es una ciencia social.
La gente común y corriente, a pesar de la sistemática publicidad a favor de los mercados, y avalada por lo que está ocurriendo, nos está brindando una dosis de sensatez, afirmando que no se puede dejarlo todo a merced de mercados que a fin de cuentas no es manejado por la mano invisible de millones de personas, sino por un puñado de corporaciones oligopólicas.
Los resultados de una reciente encuesta en torno al tema del mercado y el Estado, y lo que está ocurriendo, ponen en jaque el discurso dominante en las élites políticas, académicas y profesionales. En ellas no hay por donde perderse: el mercado resuelve todos los problemas, santificándolo; en tanto que el Estado todo lo complica, demonizándolo. Al mercado se le atribuye el monopolio de la eficiencia, en tanto que al Estado el de la corrupción.
Al menos así lo afirma, una y otra vez, directa e indirectamente, aquella prensa “seria”, siempre respaldada por “expertos” graduados en las más prestigiosas universidades mundiales. Quienes ponen en duda esta concepción de la realidad han sido relegados –al menos en las últimas décadas- al desván de los perdidos, los ignorantes, los que no saben nada de economía, de los que no entienden cómo funciona la economía.
Pero la gente común y silvestre, así como algunos economistas –los menos- ariscaban la nariz frente al cariz que tomaban los acontecimientos. No podían creer que el tema fuera tan simple como dejar que el mercado funcione, que el Estado debe replegarse. Mientras tanto los Friedmann, los Greenspan y los gurúes nacionales, dale que dale proponiendo e implementando bajas en las tasas de interés; relajando los controles bancarios de modo que ya nadie sabía donde estaba la plata depositada por los mortales como uno; alentando el endeudamiento en créditos hipotecarios y de consumo. Era cosa de tirar para adelante.
En USA el presidente de la Reserva General, equivalente a nuestro Banco Central, llegó a afirmar que “hay que dejar que las abejas de Wall Street polinicen los mercados”. Hasta que la burbuja reventó. En Inglaterra, la Reina Isabel II, al asistir a la reputada Escuela de Economía de Londres (London Economics School) lanzó la quemante interrogante: “¿cómo que nadie fue capaz de prever lo que se nos venía?”
Las ciencias económicas han adquirido un estatus de ciencias exactas, como las matemáticas o la física. Solo ahora, a raíz del desplome bursátil, algunos están empezando a recordar y reconocer, a destiempo y sin mayor humildad, que la economía es una ciencia social.
La gente común y corriente, a pesar de la sistemática publicidad a favor de los mercados, y avalada por lo que está ocurriendo, nos está brindando una dosis de sensatez, afirmando que no se puede dejarlo todo a merced de mercados que a fin de cuentas no es manejado por la mano invisible de millones de personas, sino por un puñado de corporaciones oligopólicas.
Pareciera que a nosotros, la gente común y corriente, a veces la única opción que nos queda es la del zapato turco modelo 271, conocido como el zapato "Chao-chao Bush". Usted puede pedir su modelo a Baydan Ayakkabicilik San. & Tic. Podría ser un regalo de Navidad práctico, no?
ResponderBorrarNo queremos ni más ni menos estado: queremos un mejor estado.
ResponderBorrarSaludos!
Como con el divorcio u otros temas, las encuestas sólo se toman en cuenta cuando los resultados son los "correctos"...
ResponderBorrarDe los economistas... ya lo decía J.K. Galbraith: son los voceros de los mercaderes y deben su fama a decir lo que aquellos quieren oír...
Saludos Rodolfo
am
Víctor Ramió comenta:
ResponderBorrarSiempre me ha seducido la idea que la sabiduría está en el equilibrio. Y creo se aplica en este caso. Ni tanto, ni tan poco.