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Una nueva mayoría conformada por la minoría opositora y la adhesión de senadores que fueron elegidos en listas de la Concertación rechazó la solicitud por mayores fondos para el Transantiago. Sin haber llegado siquiera a la mitad de su período presidencial, el único gobierno de la Concertación que logró partir con mayoría parlamentaria, hoy se encuentra en minoría, en las cuerdas. Ese es el hecho crudo y real.
Entre las circunstancias bajo las cuales se está dando esta situación mencionaré tan solo las más evidentes. La muerte de Pinochet, así como la distancia que gran parte de la derecha ha tomado respecto de su figura, están debilitando la cohesión entre los partidos de la Concertación. Esto, a pesar que el propio ejercicio del poder ejecutivo y la gobernabilidad que han dado a lo largo de estos años debieran haberla cohesionado.
A esto se agrega el agotamiento de un modelo económico-social que registra avances y logros, pero que a la fecha ha sido incapaz de reducir el alto nivel de inequidad imperante, y que por el contrario, tiende a incrementarla.
El progreso que muestran las cifras presenta signos de agotamiento, aflorando problemas de carácter cualitativo no resueltos. La agenda actual está copada por temas vinculados a la calidad en los servicios y/o productos que reciben los más pobres en materia de educación, salud, vivienda, transporte y previsión. Es ahí donde están los nudos a desatar.
Y para desatar estos nudos las fórmulas van desde la búsqueda de acuerdos hasta la polarización pasando por negociaciones y movilizaciones.
Entre estas posturas existe una infinidad de matices, ya que cuando se habla de acuerdos se debe especificar si se trata de acuerdos de cúpulas o de bases, y si de cúpulas se trata, qué clase de cúpulas.
Porque hoy las voces que más tienden a escucharse son las de sectores empresariales y políticos con asientos en el parlamento. Representación que deja mucho que desear por un sistema binominal cuyo punto fuerte, según la derecha, residía en su supuesta capacidad para dar gobernabilidad y estabilidad, las que ahora están cautivas de congresistas “díscolos”, bajo el pretexto de que se deben a la ciudadanía antes que a sus partidos.
Bajo este argumento la adhesión y cohesión partidaria se hace pebre, en desmedro de la democracia propiamente tal.
La democracia no se reafirma haciendo caso omiso o debilitando a sus instancias partidarias. Mal que mal los partidos son organizaciones a las cuales se adhiere voluntariamente.
Bajo un régimen parlamentario, la pérdida de la mayoría en el congreso habría motivado la disolución del congreso por parte del gobierno y la convocatoria a elecciones anticipadas para que la ciudadanía se pronuncie si respalda al gobierno con una nueva mayoría parlamentaria, o esta se la concede a la oposición para que encabece un nuevo gobierno.
Como estamos bajo un régimen presidencial, los tiempos que vienen se avecinan duros dado que se deberá gobernar bajo una legislatura con dominio opositor y en un ambiente político fuertemente crispado, donde se deberá estar negociando caso a caso quedando a merced de chantajes puntales. Lo que nos puede costar caro.
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