La señora K
El domingo pasado tuvo lugar la elección presidencial argentina, donde triunfó ampliamente Cristina Fernández de Kirchner por sobre una decena de candidatos, ninguno con posibilidades reales de amagar su victoria.
Las razones que explican una votación por sobre el 40% y a una distancia mayor de 20 puntos porcentuales se centran en el deseo de continuidad y la desconfianza respecto de los restantes candidatos, ninguno confiable.
Kirchner no quiso repostularse aún cuando tenía asegurada la victoria, y en su lugar puso a su mujer endosando su potencial votación. Cristina no ganó tan solo por ser la mujer de Kirchner; ella tiene su propio capital político, es abogada, senadora nacional, tiene pensamiento propio.
Así y todo, en Chile una situación como la planteada en Argentina –que un presidente sea sucedido por su mujer- no es posible. Y no es posible simplemente por impresentable, por pudor. De la misma forma que en Chile ningún presidente osaría intentar modificar la constitución para posibilitar su reelección aunque su mandato cuente con la aprobación ciudadana. Ha sido posible en Perú en tiempos de Fujimori; en Venezuela con Chávez, quien se las arregló para repetirse el plato; al igual que Lula en Brasil o que Uribe en Colombia. Ni se arrugaron para hacerlo. Pero en Chile no ha sido posible. El único que intentó hacerlo fue Pinochet, mediante el plebiscito en el que pretendió que la ciudadanía lo ratificara. Y ya sabemos lo que le ocurrió a pesar de contar con todo el peso del poder armado y del Estado.
La elección de Cristina se da en una coyuntura especial. No sería la primera mujer presidenta en Argentina, porque ya lo fue Isabelita de Perón, pero ésta asumió a la muerte de Perón por ser su compañera de fórmula, pero no porque ella en particular fuera elegida. Si bien Cristina es elegida por su propio peso y con el impulso de su marido, cabe agregar un dato no menor, cual es el antecedente de que a este lado de la cordillera preside el gobierno una mujer llamada Michelle.
El voto argentino constituyó un importante respaldo a lo realizado por Kirchner, quien con tan solo un respaldo de poco menos del 25% de la ciudadanía, proveniente de una provincia del sur, fue capaz de revertir el proceso de decadencia con que sucesivos gobiernos sumieron a la Argentina mediante políticas neoliberales que desembocaron en explosivos estallidos sociales. Proceso que desarrolló con una sólida postura ante el FMI y privilegiando los intereses nacionales por sobre los foráneos.
El domingo pasado tuvo lugar la elección presidencial argentina, donde triunfó ampliamente Cristina Fernández de Kirchner por sobre una decena de candidatos, ninguno con posibilidades reales de amagar su victoria.
Las razones que explican una votación por sobre el 40% y a una distancia mayor de 20 puntos porcentuales se centran en el deseo de continuidad y la desconfianza respecto de los restantes candidatos, ninguno confiable.
Kirchner no quiso repostularse aún cuando tenía asegurada la victoria, y en su lugar puso a su mujer endosando su potencial votación. Cristina no ganó tan solo por ser la mujer de Kirchner; ella tiene su propio capital político, es abogada, senadora nacional, tiene pensamiento propio.
Así y todo, en Chile una situación como la planteada en Argentina –que un presidente sea sucedido por su mujer- no es posible. Y no es posible simplemente por impresentable, por pudor. De la misma forma que en Chile ningún presidente osaría intentar modificar la constitución para posibilitar su reelección aunque su mandato cuente con la aprobación ciudadana. Ha sido posible en Perú en tiempos de Fujimori; en Venezuela con Chávez, quien se las arregló para repetirse el plato; al igual que Lula en Brasil o que Uribe en Colombia. Ni se arrugaron para hacerlo. Pero en Chile no ha sido posible. El único que intentó hacerlo fue Pinochet, mediante el plebiscito en el que pretendió que la ciudadanía lo ratificara. Y ya sabemos lo que le ocurrió a pesar de contar con todo el peso del poder armado y del Estado.
La elección de Cristina se da en una coyuntura especial. No sería la primera mujer presidenta en Argentina, porque ya lo fue Isabelita de Perón, pero ésta asumió a la muerte de Perón por ser su compañera de fórmula, pero no porque ella en particular fuera elegida. Si bien Cristina es elegida por su propio peso y con el impulso de su marido, cabe agregar un dato no menor, cual es el antecedente de que a este lado de la cordillera preside el gobierno una mujer llamada Michelle.
El voto argentino constituyó un importante respaldo a lo realizado por Kirchner, quien con tan solo un respaldo de poco menos del 25% de la ciudadanía, proveniente de una provincia del sur, fue capaz de revertir el proceso de decadencia con que sucesivos gobiernos sumieron a la Argentina mediante políticas neoliberales que desembocaron en explosivos estallidos sociales. Proceso que desarrolló con una sólida postura ante el FMI y privilegiando los intereses nacionales por sobre los foráneos.
Interesante, so much.
ResponderBorrarPucha mi amigo, si el antecedente es la Michelle y su gobierno... pobres ches!!!...
ResponderBorraroh!! acabo de mostrar mi machismo... según los genios del segundo piso de La Moneda
am