El premio Nóbel de la Paz
Esta semana el comité responsable de asignar el premio Nóbel de la Paz del presente año resolvió dárselo a Al Gore y el Grupo o Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU.
Al Gore fue senador y vicepresidente de los EEUU. En el año 2000 postuló a la presidencia siendo derrotado por Bush en unas elecciones que ilustra la “rareza” de la democracia norteamericana. Desde entonces, en un giro copernicano, se lanza en una cruzada medioambiental contra el calentamiento global, el cambio climático, y que alcanza su máxima expresión en su documental titulado “Una verdad inconveniente” al ganar el premio Oscar. Y ahora, como broche final, gana el premio Nóbel.
Por su parte, el IPCC es una organización intergubernamental de las Naciones Unidas cuyo último informe anticipa la escasez de agua, razón por la que morirán millones de personas, y donde se concluye que deberemos adaptarnos a esta realidad que no podremos evitar.
La visión tanto de Al Gore como de IPPC es apocalíptica y encuentra respaldo en la comunidad científica, así como en un modelo de desarrollo económico incapaz de internalizar los costos futuros que encierra. Sin embargo, no existe unanimidad sobre la materia entre los científicos, desconociéndose si tras estos desacuerdos hay intereses de corporaciones multinacionales de los más diversos sectores. Lo concreto es que –aunque escasas- no faltan las voces que dudan respecto de la existencia misma del calentamiento global, así como que su causa sea la actividad humana y la emisión de gases de efecto invernadero.
No es primera vez en la historia de la humanidad que nos encontramos ante una visión de que el mundo se va a acabar. El primero habría sido gatillado por Malthus al sostener la tesis que la población crecía a tasas muy por encima la producción alimentaria. Lo que ocurrió a poco andar fue muy distinto: la tasa de crecimiento poblacional ha disminuido significativamente con el desarrollo, y los avances tecnológicos en el campo agrícola han elevado la producción agrícola a niveles por encima de los proyectados.
En la primera mitad del siglo pasado Ortega y Gasset temió por la irrupción de las masas con el arribo de la democracia, y que ella alentara la irresponsabilidad en el gasto público, temiéndose que el mundo se fuera a acabar. Kenneth Galbraith por su parte pronosticó el colapso de los servicios públicos. En los años el Club de Roma postuló la tesis del agotamiento de las materias primas y del petróleo en particular, postulando la tesis del crecimiento cero para evitar el fin del mundo.
Nada de esto ha ocurrido, lo que de modo alguno asegura que no ocurra a futuro ni que no haya que hacerle caso a estas visiones apocalípticas. De hecho es preciso reconocer que en el pasado estas tesis de fin del mundo han contribuido a modificar el curso de la historia por la vía de sensibilizar al conjunto de los actores de modo que modificaran sus decisiones, acciones y comportamientos.
Quiero creer que la argumentación dada por quienes resolvieron asignar el premio a los galardonados apunta en esta dirección con miras a un desarrollo humano menos depredador, más conciliador con la naturaleza.
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