Es una quimera pretender abordar el tema de la calidad de la ecuación sin considerar que ella está afectada por la disponibilidad de recursos financieros. Si se aspira cotejar la educación pública con la privada no es posible omitir la cruda realidad actual donde el gasto público por alumno es del orden de los $ 30,000 mensuales, la cuarta parte de lo que en promedio perciben mensualmente los colegios privados por cada alumno matriculado. Mientras no se corrija esta distorsión, agravada por el déficit en el capital social-cultural que arrastran quienes se matriculan en establecimientos educacionales con financiamiento público, las comparaciones y rankings que se elaboren carecen de validez alguna.
Mientras como país no estemos disponibles para el tremendo esfuerzo que demanda la educación, las medidas que se adopten a nivel metodológico, en los estilos de dirección en los establecimientos educacionales, y/o en la formación del profesorado tendrán efectos puntuales, marginales, no sustantivos. Por tanto, lo primero es lo primero: asignar los recursos que hagan posible este salto. A partir de ahí podemos exigir calidad en educación y pensar en exigencias de desempeño y resultados.
Lo que la movilización pingüina ha puesto de manifiesto es que no ha existido la suficiente voluntad política para tomar una decisión de envergadura. Esta decisión necesariamente implica no solo optimizar el uso de los dineros públicos en el ámbito educacional, sino que además demanda una reasignación desde algún otro sector de la vida nacional. Es entonces cuando la mirada suele posarse en los gastos en defensa cuyo peso en el presupuesto nacional no es menor, peso que si bien históricamente ha sido significativo, se afianzó bajo la dictadura sin que desde entonces fuese posible reducirla.
A más de 15 años de promulgada la LOCE y a más de 25 años de la municipalización de la educación, los nietos de la dictadura –los que no la conocieron, pero que están sufriendo las consecuencias- están cuestionando las bases de un modelo educacional impuesto, que nunca fue consensuado y que se ha perpetuado en virtud de un binominalismo que ha congelado no solo a la clase política, sino que a la sociedad entera. Los que se han liberado de caer en la trampa, han sido minorías marginales. Nuestros pingüinos han destapado la olla. Los gobiernos democráticos de la concertación no han tenido la capacidad, la fuerza, ni voluntad suficiente para hacerlo. Todos estos años hemos andado pisando huevos, buscando no “tocar el modelito” para no herir “susceptibilidades”, afectar el “clima”.
Los pingüinos de hoy, libres de los miedos que nos han acosado, están logrando lo que veíamos como imposible: rebelarse ante un modelo educativo mercantilizado que no sentimos nuestro porque segrega en vez de unir. Tanto la clase política, como la empresarial, y las élites en general, no previeron que se estaba incubando un movimiento telúrico de proporciones que invita a reflexionar acera de las medidas y decisiones a adoptar, difíciles, pero necesarias.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario