La semana anterior hice alusión a los desafíos que enfrenta la universidad pública chilena en un contexto de privatización, al igual que en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana. Proceso que se da en un marco de acoso a lo público y a la intervención estatal.
La universidad pública más que un servicio hacia la ciudadanía, bajo el discurso dominante, se considera como un instrumento destinado a producir profesionales que rentabilicen la acumulación económica. Por ello, en el grueso del discurso universitario tiende a aparecer la rentabilidad económica como elemento discriminador de la puesta en marcha de cualquier iniciativa. Se tiene entonces la paradoja que al interior de la universidad pública las decisiones se basan en la rentabilidad privada, tanto de parte de sus grupos académicos internos, como de los usuarios finales (alumnos, empresas) o “clientes” de sus servicios. Tal es la situación que la universidad pública, surgida al amparo de los "fallos del mercado" y la necesidad de la intervención estatal en pos de la asignación y redistribución (parcial) de los recursos, se encuentra ahora abocada a que sus actividades académicas estén reguladas por su capacidad privada de generar flujos financieros, marginando cualquier tipo de práctica que no presente formas inmediatas de rentabilidad.
Más que un servicio público, pareciera que el compromiso fundamental de la universidad ya no es con la sociedad, sino con el mercado. Este “baja” de lo público, que podríamos conceptualizar como de ataque privado a los valores que habían constituido la universidad pública, ha ido desarticulando su propia unidad interna, así como la coherencia de sus mecanismos de toma de decisiones y de formación de sus objetivos, desplazándose sus fines de lo público/colectivo a lo privado/particular.
Esta desarticulación del modelo universitario chileno se expresa en el discurso de la universidad como responsable de la formación de los cuadros funcionales de media o alta calificación de cara al mercado y se abandone cualquier pretensión de concebir la universidad como un espacio con pretensiones humanistas, de debate, de lugar de pensamiento de modelos alternativos, de búsqueda de valores democráticos o de fortalecimiento de la ciudadanía. Éstos están siendo tratados marginalmente, como accesorios necesarios. De esta manera se ha consagrado en el inconsciente de nuestra vida cotidiana el discurso del fin de las ideologías, discurso que nos conduce inexorablemente al fomento directo o indirecto de la rentabilidad económica, del orden burocrático, o del pragmatismo.
Estamos conociendo, por tanto, una universidad pública que tiende a generar cada vez más elementos de relación directa con el mercado, ya sea por medio de la venta de sus servicios a precios de mercado. Bajo la inocente apariencia de universidad pública estamos viviendo un proceso de autentica privatización encubierta, que es tanto más grave porque gran parte de los recursos públicos son aprovechados por plataformas privadas para conseguir rentabilidades particulares que difícilmente derivan en recursos o mejoras para la universidad en su conjunto.
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