Diga Ud. patroncito....
A medida que los países se van desarrollando, las relaciones entre las personas tienden a ser más auténticas, entre iguales, dejando atrás prácticas paternalistas que siembran el temor y las inseguridades consiguientes. Estas prácticas, más propias del colonialismo, alientan la existencia de una cultura rastrera bajo la cual difícilmente alcanzaremos el desarrollo. Por tanto, uno de los grandes desafíos que tenemos por delante es propiciar ambientes en los cuales se potencie el desarrollo de personas más seguras, más confiables, que se aprecien y valoren de manera que no se vean tentados a adoptar conductas rastreras.
En muchas partes es posible encontrar personas convencidas que sus posiciones, sus trabajos, sus rentas, sus méritos, sus logros y sus capacidades se deben a terceros. Que no obedecen a su esfuerzo, a sus méritos, sino que a otros, a los jefes, a los patrones. Establecen con ellos relaciones de naturaleza amo-esclavo. Son los agradecidos por los favores concedidos, para quienes las oportunidades se las dan, no se las han ganado. Revelan un fuerte estado de dependencia, de subordinación e inseguridad que desafortunadamente condiciona sus conductas. Son los que Allende, magistralmente popularizara como rastreros, en especial referencia a Mendoza, el General rastrero, quien se suma al golpe del 73, traicionándolo a pocos minutos de jurarle lealtad.
Pero a diferencia de los esclavos, los rastreros se comportan de acuerdo a las circunstancias, sin guiarse por principios. Comportamientos que tienden a justificarse por supervivencia, destinadas a contar con “ventajas” de las que carece quien no está disponible para arrastrarse. Con todo, los rastreros llevan consigo un karma: la necesidad de mantener la “ventaja”, la que peligra cuando el destinatario de sus alabanzas se va y suelen entrar en pánico. Es el caso de una renta negociada de tú a tú que no se condice con las condiciones del mercado o de un cargo obtenido sin cumplir los requisitos establecidos, casos que los colocan en una situación de vulnerabilidad y dependencia absoluta.
Los rastreros se multiplican en ambientes donde no se aceptan ni toleran los fracasos ni los errores en los “otros”, pero sí en aquellos que son “fieles”, quienes solamente tienen palabras de buena crianza para sus dioses. En estos contextos las innovaciones no tienen lugar porque para que ellas se den es indispensable un ambiente de libertad y tolerancia al riesgo, a los fracasos y errores.
El servilismo encuentra terreno fértil bajo las dictaduras, donde no exista equilibrio de poderes, o donde la arbitrariedad y la discrecionalidad campean, generando perversos incentivos a favor de los rastreros. Éstos entonces se multiplican, retroalimentando los liderazgos autoritarios, que a su vez se alimentan de los rastreros, pues de ellos siempre se escuchará música celestial.
Los rastreros no se caracterizan precisamente por su franqueza, muy por el contrario, puesto que rara vez dicen lo que piensan, o hacen lo que dicen. Al respecto, Michelle ha insistido, en clara faena pedagógica y con mucha claridad de cara al país, “que diré lo que pienso, y haré lo que digo”. Con ello nos invita a elevar nuestra autoestima, reducir nuestros miedos y forjar un país que abra cauce a liderazgos más horizontales, más acogedores, más democráticos, más participativos y transparentes, donde decir las cosas por su nombre reditúe más que la falsedad. Esto es, donde haya menos rastreros.
A medida que los países se van desarrollando, las relaciones entre las personas tienden a ser más auténticas, entre iguales, dejando atrás prácticas paternalistas que siembran el temor y las inseguridades consiguientes. Estas prácticas, más propias del colonialismo, alientan la existencia de una cultura rastrera bajo la cual difícilmente alcanzaremos el desarrollo. Por tanto, uno de los grandes desafíos que tenemos por delante es propiciar ambientes en los cuales se potencie el desarrollo de personas más seguras, más confiables, que se aprecien y valoren de manera que no se vean tentados a adoptar conductas rastreras.
En muchas partes es posible encontrar personas convencidas que sus posiciones, sus trabajos, sus rentas, sus méritos, sus logros y sus capacidades se deben a terceros. Que no obedecen a su esfuerzo, a sus méritos, sino que a otros, a los jefes, a los patrones. Establecen con ellos relaciones de naturaleza amo-esclavo. Son los agradecidos por los favores concedidos, para quienes las oportunidades se las dan, no se las han ganado. Revelan un fuerte estado de dependencia, de subordinación e inseguridad que desafortunadamente condiciona sus conductas. Son los que Allende, magistralmente popularizara como rastreros, en especial referencia a Mendoza, el General rastrero, quien se suma al golpe del 73, traicionándolo a pocos minutos de jurarle lealtad.
Pero a diferencia de los esclavos, los rastreros se comportan de acuerdo a las circunstancias, sin guiarse por principios. Comportamientos que tienden a justificarse por supervivencia, destinadas a contar con “ventajas” de las que carece quien no está disponible para arrastrarse. Con todo, los rastreros llevan consigo un karma: la necesidad de mantener la “ventaja”, la que peligra cuando el destinatario de sus alabanzas se va y suelen entrar en pánico. Es el caso de una renta negociada de tú a tú que no se condice con las condiciones del mercado o de un cargo obtenido sin cumplir los requisitos establecidos, casos que los colocan en una situación de vulnerabilidad y dependencia absoluta.
Los rastreros se multiplican en ambientes donde no se aceptan ni toleran los fracasos ni los errores en los “otros”, pero sí en aquellos que son “fieles”, quienes solamente tienen palabras de buena crianza para sus dioses. En estos contextos las innovaciones no tienen lugar porque para que ellas se den es indispensable un ambiente de libertad y tolerancia al riesgo, a los fracasos y errores.
El servilismo encuentra terreno fértil bajo las dictaduras, donde no exista equilibrio de poderes, o donde la arbitrariedad y la discrecionalidad campean, generando perversos incentivos a favor de los rastreros. Éstos entonces se multiplican, retroalimentando los liderazgos autoritarios, que a su vez se alimentan de los rastreros, pues de ellos siempre se escuchará música celestial.
Los rastreros no se caracterizan precisamente por su franqueza, muy por el contrario, puesto que rara vez dicen lo que piensan, o hacen lo que dicen. Al respecto, Michelle ha insistido, en clara faena pedagógica y con mucha claridad de cara al país, “que diré lo que pienso, y haré lo que digo”. Con ello nos invita a elevar nuestra autoestima, reducir nuestros miedos y forjar un país que abra cauce a liderazgos más horizontales, más acogedores, más democráticos, más participativos y transparentes, donde decir las cosas por su nombre reditúe más que la falsedad. Esto es, donde haya menos rastreros.
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