A poco más de un año del segundo gobierno encabezado por Piñera, los tiempos mejores parecen estar viviendo sus peores momentos. Durante la campaña electoral se puso énfasis en la necesidad de retomar la senda del crecimiento, de recuperar la inversión, la confianza empresarial, de reducir los altos niveles de inseguridad imperantes. La derecha ponía el acento en que ellos sabían cómo hacerlo, que en sus manos estaba la capacidad para hacer las cosas bien.
Ahora que tienen la oportunidad de hacerlo, observan que otra cosa es con guitarra, que la realidad es más fuerte, que los fracasos se suceden semana a semana en los más diversos ámbitos. No obstante que muchos de estos fracasos no son imputables directamente al accionar gubernamental, el tema es que la coalición de ChileVamos generó expectativas más allá, mucho más allá de las razonables.
El discurso gubernamental actual se centra en que está navegando en tiempos difíciles basados en tres factores: un contexto internacional más complejo en medio de una guerra comercial desatada o por desatarse; una mayoría opositora en el parlamento con un talante destructivo; heredar un gobierno que lo habría hecho todo mal.
Cualquiera con dos dedos de frente, sabía que era imposible que viniesen los famosos tiempos mejores por la simple razón de que el devenir del país está más sujeto a los vaivenes del mundo que nos rodea que al del país en que vivimos. El crecimiento del país depende más de lo que ocurre fuera de nuestras fronteras que de lo que acá se decida. Y esto es así porque estamos bajo un modelo económico abierto de par en par en el que hemos perdido toda autonomía. Cuando el mundo se resfría, a nosotros nos da pulmonía. El abandono de las políticas de sustitución de importaciones y de desarrollo de una base productiva industrial por las políticas de promoción de exportaciones nos está pasando la cuenta.
La excusa de la existencia de una mayoría opositora destructiva no tiene asidero alguno. No existe tal mayoría opositora, tanto porque se encuentra en los suelos, facturada. En ese contexto al gobierno le ha sido fácil negociar con parte de la oposición, lo que le ha generado críticas en su propio sector, en especial de quienes aspiran poner en marcha sus propias convicciones contra viento y marea.
Por último, la crítica al gobierno de Bachelet carece de todo asidero a la luz de lo que estamos observando. El nivel de violencia en las escuelas que tienen los jóvenes hoy es mayor que ayer, y lo mismo se puede afirmar respecto de la inseguridad laboral de parte de los trabajadores, y de precariedad en los adultos mayores. Importa destacar que ya entonces la realidad externa estaba llena de nubarrones, y no obstante ello, el gobierno apechugaba sin andar echándole la culpa al gobierno anterior.
Es hora que el gobierno aprenda a asumir su propia responsabilidad y dejar de inculpar a las piedras que encuentra en el camino. La consecuencia de lo señalado no es otra que una decepción generalizada, expresada en una significativa baja en la popularidad del gobierno. En poco menos de 2 años el apoyo obtenido a través de las urnas, se les escapa entre los dedos. Baja que se hace extensiva a la oposición, por lo que sería bueno que ésta no saque cuentas alegres sin hacerse un examen introspectivo de cierta profundidad. Examen que a la fecha no parece tener la voluntad de realizar y que le haría muy bien tanto a ella misma, como al país y al propio gobierno. Parte del problema del gobierno pareciera que reside en que está corriendo solo sin rival a la vista.
Lo mismo que le ocurrió al innombrable hace poco más de 30 años cuando corrió solo y salió segundo.
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