Foto de Pauline Loroy en Unsplash |
Un rector de una universidad privada, Carlos Peña, en relación a la conducta de un exsenador, exministro, excandidato presidencial, Pablo Longueira, hizo referencia a una expresión que hizo saltar algunos fusibles del establishment, o de las élites o castas políticas. En efecto, hace referencia a la capacidad de Pablo para informar al gerente general de la empresa SQM, la de Ponce Lerou, el yernísimo del innombrable, “con diligencia de estafeta y lealtad perruna”. Información en torno a los avatares del royalty minero, la reforma tributaria que se debatían en el Congreso. Junto con ello, reprocha a Pablo su disposición a tolerar el pago de más de un millón de pesos por parte de SQM a personas de su entorno. En razón de ello, define a Pablo como un político pícaro.
Las reacciones no se hicieron esperar y la que más roncha ha sacado ha sido la del actual agente chileno ante la Corte Internacional de Justicia con asiento en La Haya, José Miguel, al salir en defensa de Pablo no obstante que ambos no comulgan en la misma parroquia política. Al respecto, el panzer en tiempos de Lagos, no titubea en recordar los tiempos donde palabras sacaban más palabras, en una suerte de espiral sin fin que nos habrían conducido al fatídico golpe del 73. Si bien tiene razón José Miguel en recordarnos la necesidad de mantener la cordura, no perder la capacidad para relacionarnos, no nos perdamos, no emborrachemos la perdiz. Ya perdimos la inocencia.
Los millones de dólares que vemos circular del mundo de los negocios al mundo de la política no tienen nada de inocentes. No estamos hablando de blancas palomas que actúan por amor a Cristo, sin pedir nada a cambio. Pepe Mujica, quien fuera presidente de Uruguay sostuvo que quien se dedica a los negocios, que no se meta en política: A ello agregaría que quien se mete en política que se olvide de los negocios; de lo contrario el maridaje se torna turbio, por decir lo menos.
Pues bien, lo que estamos viendo hoy es la podredumbre que produce la estrecha vinculación que se observa entre no pocos hombres de negocios y no pocos políticos. Ese es el tema. El país observa, estupefacto, lo que cuesta ganarse los porotos, llegar a fin de mes a punta de endeudamientos, mientras ven pasar montos millonarios entre quienes debieran ser modelos de probidad.
No metamos a todos los políticos ni a todos los empresarios en el mismo saco, pero desafortunadamente no son pocos los nombres que saltan al ruedo. La política y los negocios pueden y deben ser actividades nobles, de servicio al prójimo. Desafortunadamente, en los últimos tiempos, no solo en Chile, sino que en muchos países, existen políticos y empresarios que las han emporcado. Aislarlos, denunciarlos y condenarlos es tarea de todos. Mientras el dinero condicione el comportamiento de la política, la democracia no será tal, sino que un mero disfraz. De lo contrario, la sumisión y lealtad canina de unos a merced de otros seguirán a la orden del día.
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