A 42 años del golpe, sus secuelas persisten, al igual que gran parte de sus actores. Los ganadores de entonces, dejaron de serlo. Todos perdimos. La consecuencia del golpe fue una dictadura y una interminable transición que persiste hasta nuestros días por más que no pocos la hayan querido declarar por clausurada.
El legado del golpe es lo que tenemos, con sus luces y sombras. Para muchos de quienes fueron partidarios del golpe, más luces que sombras; para sus opositores, lo contrario. Los primeros apelan al contexto, menoscabando la participación de quienes aspiraban exacerbar, polarizar, con miras a acelerar el golpe. Basta recordar los titulares de la prensa de entonces. Fueron y son quienes actuaron a la sombra de los cuervos, preparando su macabra danza.
La transición, lentamente, no sin obstáculos ha ido revelando lo que la dictadura y la transición ocultaron al amparo del miedo. A más de 40 años del golpe y más de 20 años de transición, continúan saliendo al aire verdades, montajes y secretos.
No pocos de quienes respaldaron el golpe apelando a que la situación no daba para más, a poco andar se percataron del monstruo que se había generado. Que lo peor estaba por venir. Algunos, de buena fe creyeron que era necesaria una intervención, sin imaginar siquiera lo que vendría. Otros fueron capaces de levantar la mirada para visualizar los años de torturas, desapariciones, exilios, asesinatos que sobrevendrían al amparo de estados de sitio y desprotección ciudadana. Entre ellos destaco a los 13 valientes demócratacristianos que fueron capaces de emitir una declaración denunciando lo que sobrevendría, desmarcándose de la declaración oficial de la directiva DC de entonces. El tiempo les dio la razón.
El legado del golpe es el país que habitamos. Un país con sentimientos encontrados, que en términos de “ tener” tenemos más cosas u objetos, ya no somos tan pobres materialmente como ayer, pero que en términos de “ser”, nos hemos vuelto más hoscos, más desconfiados, más individualistas, donde la ética brilla por su ausencia. Espiritualmente, todo indica que hoy somos menos personas. El descrédito actual nos atraviesa a a todos, la falta de confianza nos corroe.
¿Qué hacer? Mirarnos a los ojos, confiar más, recuperar un mínimo de ética, dejar de hacer lo que sabemos que no se debe hacer. Que los de arriba dejen de poner el pie encima de los de abajo; que los poderes fácticos –políticos, económicos, religiosos, militares- dejen de intervenir; que no nos dejemos corromper si queremos vivir con la frente en alto; las platas no contaminen nuestras vidas; que los políticos nos representen realmente; que los empresarios se dediquen a producir; que los militares degraden a quienes han sido procesados y condenados por delitos en tiempos en que no se movía ni una sola hoja sin que el innombrable lo supiera.
Lo que tenemos por delante es una tarea titánica, pero posible y que no podemos soslayar si queremos salir airosos.
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