En la semana Chile obtuvo un resonante triunfo, no exento de polémica, sobre Uruguay. Con ello logró pasar a semifinales, dejando en el camino a su duro y complejo oponente.
El partido tenía especial relevancia porque se daba en el marco de la Copa América. No era un partido amistoso más. Era relevante porque se trata de un campeonato que se juega en Chile en momentos muy especiales. En efecto, Chile cuenta, hoy por hoy, con un plantel de jugadores de excepción como nunca antes ha tenido en su historia futbolística. Nunca antes ha tenido tantos futbolistas jugando en el exterior, y en las ligas más importantes a nivel mundial. A ello cabe agregar la disponibilidad de un entrenador serio, responsable, concentrado a más no poder.
Este campeonato está hecho para que lo gane Chile, sí o sí. Por eso el partido era crucial. Chile no podía perder. Era ahora o nunca. Los dos principales enemigos de Chile, más que el rival, eran la ansiedad y el riesgo de que cayeran en ofuscaciones.
El rival no era Uruguay, porque por individualidades, juego y velocidad, actualmente Chile es superior futbolísticamente. Más ante un Uruguay sin Suárez y con un Cavani debilitado por el accidente protagonizado por su padre. Por tanto, la clave era dominar la ansiedad por la necesidad de ganar en su condición de local, ámbito en el que los chilenos han sido tradicionalmente deficitarios. Ha sido frecuente que cuando deben ganar, pierden.
En esta ocasión, la ansiedad, en vez de ser una variable en contra, corría a favor, esencialmente porque se dispone de un plantel de jugadores ya está curtido en mil batallas, en mil circunstancias. Están para cosas grandes.
Distinta era mi percepción respecto del riesgo de ofuscación, de abandonar su propio juego y caer en el del rival, en el cuerpo a cuerpo, en el pelotazo, en la provocación, en perder los estribos, en que los uruguayos los sacaran de quicio.Los partidos de Uruguay por lo general son ásperos, duros, de meta y ponga.
Chile solo podía perder si caía en el juego uruguayo, porque en ese caso se desdibujaban todos sus atributos, su toque, su velocidad. Curiosamente, Chile mantuvo la calma y quien perdió los estribos fue Uruguay, particularmente Cavani. Sin perjuicio que su expulsión perjudicó notoriamente a Uruguay, la victoria de Chile fue inobjetable. Habría sido injusto llegar a penales y que en esa instancia todo se resolviera a favor de Uruguay.
Por el contrario, Chile ganó a la chilena y a la uruguaya. A la chilena, con toque, velocidad, pases certeros, a ras de piso; a la uruguaya, recurriendo a viejos trucos habituales en tiempos idos, o no tan idos, en las canchas rioplatenses. Como cuando frente a un corner, un defensa le agarraba los pantalones a un atacante cuando estaba presto a saltar para el cabezazo. Esta vez fueron los chilenos lo que sacaron de sus casillas a los uruguayos.
Ese es mi amigo¡¡¡¡¡¡¡¡¡.Coka
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