marzo 18, 2015

La desigualdad delictual

Recientemente, en un programa televisivo se presentó un análisis comparativo de las penas vigentes en Chile para los distintos delitos, que incluyó también una comparación con otros países. En este análisis llamó la atención las diferencias entre los delitos cometidos por delincuentes comunes, y los cometidos por los delincuentes pertenecientes a las élites. Pero lo más llamativo fue la diferencia en las sanciones.

Si bien el fiscal nacional expresó que “queremos que este sistema de justicia sea una red que no solo atrape mariposas dejando pasar los elefantes”, el sistema que tenemos dice otra cosa. Pareciera que su objetivo fuese atrapar mariposas y dejar pasar los elefantes. De otra manera cuesta explicarse porqué las penas por delitos cometidos por las élites tienen penas que avergüenzan. Los delitos de soborno, cohecho, colusión, evasión tributaria y otros que suelen ser cometidos por personajes de cuello y corbata se castigan con penas irrisorias en relación a las vigentes en otros países con los cuales nos gusta tanto cotejarnos, y también son irrisorias respecto de delitos comunes.

Las evidencias señalan con mucha claridad que por más que se endurezcan las penas a quienes cometen delitos para sobrevivir, no tiene mayores efectos disuasivos, a diferencia de lo que ocurre con quienes delinquen para enriquecerse, que por lo general son personajes de altos ingresos, de codicia ilimitada. En estos últimos, las sanciones penales sí tienen efectos altamente disuasivos. Paradojalmente, las penas vigentes siguen el camino inverso, lo que daría cuenta que quienes legislan lo hacen en beneficio de los de arriba y en perjuicio de los de abajo.

Recuerdo que el gobierno anterior tuvo como uno de sus eslóganes favoritos que con su llegada se acabaría la fiesta de los delincuentes, que se terminaría con la puerta giratoria. Todo señala que no solo no se acabó, sino que se reforzó. Pareciera que muy por el contrario, la fiesta alcanzó ribetes extraordinarios, en particular para las élites, una fiesta tipo Farkas, como para tirar millones por la ventana mientras los mismos congresistas se resisten a aumentar el sueldo mínimo más allá de ciertos límites para no desfinanciar el presupuesto público. Esto es lo chocante! La distinta vara que se aplica para unos y para otros; para los de arriba y los de abajo, la que no hace sino multiplicar la desigualdad de origen mientras nos cantan al oído música celestial de la necesidad de emprender, de innovar, de aprovechar las oportunidades, de la meritocracia.

Es hora de poner las cosas en su lugar. Los países ya no aguantan dobles raseros. Lo que está ocurriendo en Brasil y en distintas partes del mundo, es muy sintomático. Da cuenta de un hastío, de un cabreamiento. El espacio natural para abordar, enfrentar y encarar este tema es el político, pero si los actores no están a la altura de sus responsabilidades, y en vez de responder ante quienes les votaron, lo hacen para representar a quienes los financian, la indignación se hará sentir con mucha fuerza.

Está clarito que el camino a seguir es el contrario al que hemos transitado. Menos cárceles y más oportunidades para los de abajo, y más cárceles junto con castigos ejemplificadores para los empingorrotados personajes que incurran en delitos. Hay que terminar con la fiesta de los de arriba.

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