El modelo educacional chileno
Las movilizaciones que están teniendo lugar son la expresión de una crisis que se arrastra, al menos desde comienzos de la década de los 80 cuando la dictadura impuso un modelo educativo, a sangre y fuego, en todos los niveles –básico, medio y superior- y que se ha mantenido incólume hasta la fecha. A lo más se ha adobado, matizado sus aristas más ásperas, pero sus ejes esenciales siguen vigentes: profundizar la concepción de la educación como un negocio vía su privatización y validando, lenta, pausada y pacientemente el lucro. El resultado es lo que tenemos y que la propuesta gubernamental no hace sino reforzar a contrapelo de los reclamos y las movilizaciones estudiantiles.
Constituimos un modelo inédito a nivel mundial, que no existe en ningún país del mundo, lo que abre la sospecha de ser una suerte de prueba de ensayo, de experimentación. No hay país en el mundo donde la carga del costo de educar recaiga tan fuertemente en las familias, mientras el Estado se retrae. A pesar que en las dos últimas décadas el gasto público en educación ha aumentado, este incremento ha sido absolutamente insuficiente para compensar la caída que hubo en tiempos del innombrable.
De los ideólogos de este modelito educativo, entre los que destacan con letras doradas, tanto el actual presidente como su ministro de educación, cuesta pensar que no persigan otra cosa que consolidarlo, justamente lo contrario de lo que reclaman los estudiantes, centrado en el lema educación pública, gratuita y de calidad. Mal que mal, sienten aversión por todo lo estatal y adoran todo lo privado, convencidos que la privatización y la competencia nos conducirá a una educación de calidad.
No pueden creer siquiera en la posibilidad de un sistema de educación pública de calidad. Sin embargo, es posible, y de hecho existe. A modo de ejemplo se tiene el caso de Finlandia, donde el sistema educativo completo, desde la guardería infantil hasta el universitario es casi enteramente público y gratuito, con profesores altamente calificados, valorados y respetados, que trabajan con amplios grados de autonomía con cursos pequeños, donde no se segrega en base a rendimiento, donde no existen los rankings escolares y existe una alta interacción con las familias y el medio. No existen centros de “excelencia”, porque cada establecimiento debe ser un buen establecimiento. Todo esto, ocupando menos tiempo de clases y de estudio, y con más juego y diversión.
El ejemplo de Finlandia, que no es ningún país comunista, demuestra que lo que plantean los estudiantes no es una locura, muy por el contrario, es absolutamente viable.
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