La formación por competencias (parte 2)
En mi anterior columna mencioné los factores que explican el surgimiento en las universidades del enfoque orientado al desarrollo de competencias para abordar los desafíos que enfrentan en el ámbito de la formación de profesionales.
En esta ocasión incursionaremos en torno al concepto de competencia que nace en Estados Unidos a comienzos del siglo pasado a partir del campo técnico laboral, centrado en el saber hacer, en el saber cómo hacer las cosas, en reconocer la mecánica, las etapas o pasos a seguir para obtener un resultado, sin mayor reflexión ni preocupación respecto de sus razones, de las teorías subyacentes. En este plano las competencias se entienden como las habilidades para realizar una o más tareas o actividades, por lo general circunscritas a aquellas de carácter práctico, simple, mecánico, repetitivo, tangible, vinculadas al ámbito de la capacitación laboral en los niveles operativos. Sin embargo esta concepción de la competencia ha experimentado una importante evolución, trascendiendo el ámbito de las habilidades laborales operativas, tornándola más compleja.
Es así como en la actualidad la competencia encierra un conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes asociadas a aspectos no solo al saber hacer, sino al saber conocer, al saber ser y saber estar, las que son combinadas, activadas, puestas en acción, movilizadas en contextos específicos para resolver una familia de situaciones o problemas. Por tanto, hoy la competencia implica mucho más que el saber hacer, implica saber actuar, desenvolverse, que demanda capacidades que van más allá de las procedimentales y cognitivas, capacidades que día a día van teniendo mayor relevancia: las actitudinales, intrapersonales e interpersonales.
Revisando la oferta laboral por parte de las empresas podemos observar que además de un conjunto de competencias específicas asociadas a la profesión que se trate, se están demandando cada vez más competencias generales, transversales o blandas, tales como trabajar en equipo, pensar crítica y reflexivamente, trabajar bajo presión, orientado a resultados, resolver conflictos, tomar decisiones, asumir responsabilidades, fuertemente asociadas al saber ser, estar y actuar. Estas competencias se asumían dadas o adquiridas con el paso del tiempo, en base a la experiencia, de las que las instituciones educativas no se hacían cargo.
De lo dicho se desprende que el concepto de competencia tiene un origen empresarial, cuando se limitaba al saber hacer, actualmente, al extenderse al saber actuar tiene una connotación que va más allá de la empresa. Una educación orientada al desarrollo de competencias no solo nos permite ser mejores trabajadores, sino que también ser mejores ciudadanos por el creciente énfasis que tiene el componente actitudinal dentro de las competencias más valoradas en el mundo moderno. En un sentido amplio, la concepción actual de competencia es una importante contribución a la construcción de una sociedad, no solo más eficiente, más productiva, sino que también más democrática, más tolerante.
En mi anterior columna mencioné los factores que explican el surgimiento en las universidades del enfoque orientado al desarrollo de competencias para abordar los desafíos que enfrentan en el ámbito de la formación de profesionales.
En esta ocasión incursionaremos en torno al concepto de competencia que nace en Estados Unidos a comienzos del siglo pasado a partir del campo técnico laboral, centrado en el saber hacer, en el saber cómo hacer las cosas, en reconocer la mecánica, las etapas o pasos a seguir para obtener un resultado, sin mayor reflexión ni preocupación respecto de sus razones, de las teorías subyacentes. En este plano las competencias se entienden como las habilidades para realizar una o más tareas o actividades, por lo general circunscritas a aquellas de carácter práctico, simple, mecánico, repetitivo, tangible, vinculadas al ámbito de la capacitación laboral en los niveles operativos. Sin embargo esta concepción de la competencia ha experimentado una importante evolución, trascendiendo el ámbito de las habilidades laborales operativas, tornándola más compleja.
Es así como en la actualidad la competencia encierra un conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes asociadas a aspectos no solo al saber hacer, sino al saber conocer, al saber ser y saber estar, las que son combinadas, activadas, puestas en acción, movilizadas en contextos específicos para resolver una familia de situaciones o problemas. Por tanto, hoy la competencia implica mucho más que el saber hacer, implica saber actuar, desenvolverse, que demanda capacidades que van más allá de las procedimentales y cognitivas, capacidades que día a día van teniendo mayor relevancia: las actitudinales, intrapersonales e interpersonales.
Revisando la oferta laboral por parte de las empresas podemos observar que además de un conjunto de competencias específicas asociadas a la profesión que se trate, se están demandando cada vez más competencias generales, transversales o blandas, tales como trabajar en equipo, pensar crítica y reflexivamente, trabajar bajo presión, orientado a resultados, resolver conflictos, tomar decisiones, asumir responsabilidades, fuertemente asociadas al saber ser, estar y actuar. Estas competencias se asumían dadas o adquiridas con el paso del tiempo, en base a la experiencia, de las que las instituciones educativas no se hacían cargo.
De lo dicho se desprende que el concepto de competencia tiene un origen empresarial, cuando se limitaba al saber hacer, actualmente, al extenderse al saber actuar tiene una connotación que va más allá de la empresa. Una educación orientada al desarrollo de competencias no solo nos permite ser mejores trabajadores, sino que también ser mejores ciudadanos por el creciente énfasis que tiene el componente actitudinal dentro de las competencias más valoradas en el mundo moderno. En un sentido amplio, la concepción actual de competencia es una importante contribución a la construcción de una sociedad, no solo más eficiente, más productiva, sino que también más democrática, más tolerante.
Es verdad lo que planteas Rodolfo, desde la educación han habido discursos que buscan "integrar" el actuar y el pensar, pero la noción de competencia surge desde la empresa como una necesidad de capacitar. Eso no implica que debamos reducir la formación profesional a los requerimientos exclusivos de la empresa. Para la universidades supone que estemos alertas y seamos muy criticos respecto de que propuestas levantamos y a quienes servimos con ellas. Incluir la dimensión ética y ciudadana en la formacion profesional "abre" el abanico hacia la escucha de otros actores sociales, más allá de la empresa.
ResponderBorrarJustamente, el último párrafo hace referencia al punto que mencionas. No solo se trata de formar profesionales más productivos que rentabilicen más a las empresas por sus competencias específicas, sino que de formar personas con las competencias para comunicarse sin dobleces, en el que prime el diálogo fecundo, directo, reflexivo, crítico que es el que nos permite no solo crecer, sino que desarrollarnos, esto es, en el que ganemos todos, moros y cristianos.
ResponderBorrarRodolfo,
ResponderBorrarVoy a hacer el papel del contreras. No todo lo que sale de la empresa debe satanizarse, claro está. Pero estamos en Chile donde a la ciudadanía ya no nos caben más dedos en la boca y donde las empresas son de la calaña que ya conocemos... a vista y paciencia de los sucesivos "gobiernos ciudadanos". Entonces con la poca claridad que hay respecto a las competencias, ¿qué podemos esperar que pase en este supermercado llamado Shile manejado por bárbaros-tecnócratas inmediatistas? Si en gran parte la educación está como está por hacerles caso a esos personajes, ¿será lógico seguirles haciendo caso sin que hayan mostrado el más mínimo cambio en sus rígidas estructuras mentales e ideológicas?
am
pd: y a riesgo de parecer intelectualoide... En educación, ¿la paideia griega no tiene nada que decir hoy? ¿No estará bueno de andar descubriendo la rueda todos los años?