Desde Montevideo
Con ocasión de un congreso me encuentro en Montevideo, capital del Uruguay, país con una población de unos 3 millones de habitantes. En el exterior viven alrededor de 600,000 uruguayos, un 20% de su población residente en su país natal. Cabe agregar que estos uruguayos que viven en el exterior son en su mayoría jóvenes. Los que residen en Uruguay son mayoritariamente viejos.
Uruguay llegó a ser el país latinoamericano con una clase media extendida ejemplar, con los más altos estándares de equidad social, donde todos conversan de igual a igual. A pesar que los uruguayos se sienten más inseguros que ayer, sigue siendo el país más seguro en todo el continente. Sigue siendo el país con una base cultural amplia en el que la relación es entre iguales, donde la diferencia de ingresos económicos no se expresa en diferencias sociales. Cada uruguayo, por modesto que sea tiene opinión, sabe de qué está hablando, conversa de igual a igual, no se amilana ante nadie. Y eso vale oro.
Esta realidad es consecuencia de décadas, desde que dejó de ser la Suiza de América, cuando la relación de los precios de intercambio se deterioró significativamente. Sus puntos fuertes eran la lana, el cuero, la carne, y sus precios se fueron quedando atrás mientras los de los bienes que importaba ascendían. Si a esto se agrega un Estado incapaz de adaptarse a la nueva realidad, y una población que hacía de la viveza un atributo positivo antes que negativo, tendremos una bomba de tiempo.
Bomba de tiempo que no ha explotado de una patada, sino que en forma paulatina, subrepticiamente, imperceptiblemente, en un proceso de erosión que el sistema político fue incapaz de encarar de frente. Colorados y blancos, las fuerzas políticas tradicionales no querían ver amparados en glorias pasadas que hicieron posible un país ejemplar en materia de desarrollo educacional y cultural, de salud y de previsión. La dictadura estaba más preocupada de ser parte de la operación Cóndor, de destruir a los opositores, que de procurar el desarrollo del Uruguay, de revertir la decadencia.
En las últimas elecciones presidenciales, los uruguayos, tradicionalmente conservadores en lo político, aunque avanzados en lo cultural, apostaron por desmarcarse de la oferta tradicional, optando por el Frente Amplio, coalición de fuerzas de izquierda. Tabaré Vázquez, su abanderado, es el actual presidente. Bajo su presidencia, Uruguay comienza a ver signos de luz al final del túnel. Sin embargo, para que ello se concrete, es indispensable que Uruguay aborde dos temas centrales mediante un gran acuerdo político: la reforma de un Estado que no da para más, y la definición de una estrategia productiva tras la cual se alineen todos.
Con ocasión de un congreso me encuentro en Montevideo, capital del Uruguay, país con una población de unos 3 millones de habitantes. En el exterior viven alrededor de 600,000 uruguayos, un 20% de su población residente en su país natal. Cabe agregar que estos uruguayos que viven en el exterior son en su mayoría jóvenes. Los que residen en Uruguay son mayoritariamente viejos.
Uruguay llegó a ser el país latinoamericano con una clase media extendida ejemplar, con los más altos estándares de equidad social, donde todos conversan de igual a igual. A pesar que los uruguayos se sienten más inseguros que ayer, sigue siendo el país más seguro en todo el continente. Sigue siendo el país con una base cultural amplia en el que la relación es entre iguales, donde la diferencia de ingresos económicos no se expresa en diferencias sociales. Cada uruguayo, por modesto que sea tiene opinión, sabe de qué está hablando, conversa de igual a igual, no se amilana ante nadie. Y eso vale oro.
Esta realidad es consecuencia de décadas, desde que dejó de ser la Suiza de América, cuando la relación de los precios de intercambio se deterioró significativamente. Sus puntos fuertes eran la lana, el cuero, la carne, y sus precios se fueron quedando atrás mientras los de los bienes que importaba ascendían. Si a esto se agrega un Estado incapaz de adaptarse a la nueva realidad, y una población que hacía de la viveza un atributo positivo antes que negativo, tendremos una bomba de tiempo.
Bomba de tiempo que no ha explotado de una patada, sino que en forma paulatina, subrepticiamente, imperceptiblemente, en un proceso de erosión que el sistema político fue incapaz de encarar de frente. Colorados y blancos, las fuerzas políticas tradicionales no querían ver amparados en glorias pasadas que hicieron posible un país ejemplar en materia de desarrollo educacional y cultural, de salud y de previsión. La dictadura estaba más preocupada de ser parte de la operación Cóndor, de destruir a los opositores, que de procurar el desarrollo del Uruguay, de revertir la decadencia.
En las últimas elecciones presidenciales, los uruguayos, tradicionalmente conservadores en lo político, aunque avanzados en lo cultural, apostaron por desmarcarse de la oferta tradicional, optando por el Frente Amplio, coalición de fuerzas de izquierda. Tabaré Vázquez, su abanderado, es el actual presidente. Bajo su presidencia, Uruguay comienza a ver signos de luz al final del túnel. Sin embargo, para que ello se concrete, es indispensable que Uruguay aborde dos temas centrales mediante un gran acuerdo político: la reforma de un Estado que no da para más, y la definición de una estrategia productiva tras la cual se alineen todos.
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