Antes de fiestas patrias, la atención estuvo centrada en la crisis política boliviana, y seguramente el tema volverá al tapete noticioso. Mal que mal Bolivia es un país cuya vecindad no podemos ignorar. Que le vaya bien o mal incide en nosotros, sobretodo en el norte grande. Pareciera que Bolivia fuese un país incompleto, con las instituciones no consolidadas y donde los niveles de rapiña empresariales serían ilimitados. De otra manera resulta imposible comprender los niveles de pobreza existente e incompatible con los de riqueza extraídos de sus suelos.
La urgente convocatoria hecha a los presidentes de las naciones sudamericanas a raíz de las horas que vive Bolivia, así como la masiva concurrencia de los mandatarios, ilustra la gravedad de su situación interna. Existe la tentación por responsabilizar de esta realidad a Evo Morales, su presidente actual, sin embargo debe reconocerse que hace ya mucho tiempo que se arrastra la inestabilidad boliviana. No olvidemos que Bolivia ostenta el record mundial de golpes de estado y de gobiernos interinos o de transición. Antes de Evo, su último presidente elegido a través de las urnas, fue Sanchez de Losada, quien tuvo que irse arrancando por una crisis económico-política que se le escapó de las manos.
El drama de Bolivia es que siempre ha sido gobernado por su oligarquía, cuyo poder económico ha sido complementado por medio del control del poder político y el poder militar. Cuando alguno de estos se le ha escapado de las manos, ha sido con carácter temporal. En el peor de los casos, Al igual que en muchos otros países, Bolivia antes de pertenecer a los bolivianos, mas parece pertenecer a una casta apadrinada por los Estados Unidos de Norteamérica que desde siempre ha tenido una influencia considerable en los destinos de dicha nación.
Esto ha sido así hasta la llegada de Evo, cuyo arribo a la presidencia y su mantenimiento hasta la fecha marca un punto de inflexión intolerable para el imperio, tal como lo fue en su momento la llegada de Allende a la presidencia de Chile. Mas allá de los errores y discapacidades que puedan tener quienes nos gobiernan, ellos son multiplicados a través de un intervencionismo desembozado. Que Allende haya intentado gobernar sin el visto bueno del poder establecido, así como Evo lo está intentando ahora, es lo que no resulta tolerable. Para ello el imperio recurre a sus testaferros.
La reunión de UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas) representa un importante avance porque por primera vez, los presidentes se reunieron solitos, sin el tío Sam. La OEA no servía para tratar el tema, porque en ella está EEUU con su capacidad para vetar cualquier resolución que no fuese de su agrado. De hecho, la resolución de apoyo al gobierno de Evo y a la búsqueda del diálogo interno para salir del embrollo actual habría sido impensable con EEUU de por medio.
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