En caída libre
Mientras en Chile la prensa seria ponía el grito en el cielo ante los desmanes del once y luego celebraba las fiestas patrias con una nueva parada militar que nos dejaría con la boca abierta, la meca de la especulación y del capitalismo mundial, Wall Street, derrumbaba.
Por algún misterioso motivo la oferta de préstamos hipotecarios subía como la espuma impulsada por el aumento en el precio de las viviendas (¿o viceversa?). Los bancos de inversión hacían su negocio, sus ejecutivos ganaban en bonos por resultados, los estados financieros mentían sin que nadie se diera cuenta y las empresas evaluadoras de riesgos no veían riesgos. Se vivía un mundo dorado de bilz y pap, sin regulaciones, donde el Estado lo mejor que podía hacer era sacar las manos de la economía para que operara en toda su expresión el laissez faire.
Desde Chile, los economistas criados y forjados en las más nobles universidades norteamericanos, proclamaban este nuevo evangelio del libre mercado, de la mano invisible. Bajo estos economistas han sido formados los universitarios a lo largo de las últimas tres a cuatro décadas. Pobres de aquellos herejes que osaran discutir las bondades de lo obvio. El totalitarismo, el dogmatismo se hizo carne entre nosotros sin prever siquiera en qué terminaría esto. Total, pregonan, el propio mercado se encarga de resolverlo por sí mismo.
Hoy, en el propio corazón del sistema, ya no solo los banqueros, sino que todo el mundo, ruega por la intervención del Estado. Ese Estado del que tanto denostaban, hoy es invocado para salvar un sistema financiero quebrado. Este fin de semana seguramente veremos la luz del acuerdo al que lleguen demócratas y republicanos luego de la piadosa petición del secretario del Tesoro, equivalente a nuestro Ministro de Hacienda. Acuerdo destinado a salvar a un sistema financiero quebrado cuyo modelo de negocios se basó en la marginación del Estado, en la no regulación, y en premiar el trabajo especulativo, antes que el trabajo productivo.
En Chile no faltarán los economistas, fieles a sus postulados mesiánicos, sosteniendo que hay que dejar que el sistema solito se ajuste; que el Estado se abstenga de intervenir y no le eche más leña a la hoguera. Es muy fácil pontificar sin tener la guitarra entre manos y sin pagar las consecuencias.
Lo que está ocurriendo a nivel mundial no nos es ajeno. Las réplicas las sentiremos con fuerza. El dinero falso que tenemos entre manos, vía tarjetas plásticas emitidas sin regulación alguna por parte de las empresas del retail, nos pasará la cuenta.
Lo que está ocurriendo se puede resumir en el siguiente axioma: gastar lo que no se tiene y tener ingresos sin trabajar no es sostenible en el tiempo. Y cuando ocurre todos terminan corriendo donde papito Estado.
Recientemente salió a la luz pública el libro OIKONOMÍA del destacado antropólogo Andrés Monares, donde efectúa una descarnada disección en torno al endiosamiento que vive la economía en la actualidad, tarea que realiza remontándose a sus orígenes. La crisis actual no es sino la prueba del delito magistralmente descrito en el libro mencionado, aunque debe reconocerse, no fácil de leer.