En mis tiempos de estudiante universitario, gracias a un compañero y amigo coquimbano, para las fiestas patrias, tuve el gusto de disfrutar de varias “pampillas”. Desde la capital del reino, Santiago, viajábamos en una modesta pero fiel citroneta para empaparnos de un ambiente sin igual.
Este año, después de 38 años volví para rememorar aquellos tiempos. Me encontré con la sorpresa de encontrar una Pampilla más y mejor organizada, con la participación de sobre 300 mil personas. Una zona destinada a esparcimiento, con entretenciones mecánicas y los juegos típicos nacionales que se remontan a los tiempos de la colonia; otra zona de comercio donde se vende de todo lo imaginable; otra zona de camping, adonde familias enteras se instalan con carpas multicolores de todos los tamaños en áreas especialmente demarcadas. Muchas de ellas lo hacen todos los años, en un rito que se hereda de generación en generación. Allí conviven familias que año a año se reencuentran para compartir asados, empanadas, fierritos y vinos en un ambiente marcado por la camaradería, la seguridad, la alegría y la tranquilidad.
Tampoco falta la carpa gigante donde se baila hasta que las velas no ardan y donde hace ya casi cuatro décadas tuve ocasión de escuchar por primera vez a la Sonora Palacios. En el día las familias suelen descansar, pasear, compartir con la vecindad o jugar al dominó.
Este año la fiesta se hizo extensiva hasta el 21 con la nominación de la Reina de la Pampilla celebrada con fuegos artificiales que año a año cobran mayor fuerza.
Con el paso del tiempo esta fiesta se ha consolidado de la mano del municipio y del pujante desarrollo de Coquimbo que ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos luego de décadas de decadencia. No sin sorpresa recorrimos sus calles limpias, con un barrio inglés recuperado con gran esfuerzo, y una cruz del tercer milenio que se alza imponente sobre uno de los cerros de la ciudad. A ello se agrega la mezquita, construcciones que dan cuenta de una visión comunal de futuro difícil de encontrar en otros lares. Confieso que me encontré con un Coquimbo virado, inesperado, al igual que La Serena, cuyo vertiginoso desarrollo le augura un venturoso porvenir. Ambas ciudades constituyen un muy buen ejemplo a seguir en el resto del país.
Sería interesante desentrañar los misterios por los cuales la IV región, donde se asientan Coquimbo y La Serena han logrado emerger por sobre el resto de las regiones.
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