La reciente caída de un bus, a la altura de San Fernando, con la secuela de muertes, reactivó un tema que no deja de preocuparme. Al momento de escribir estas líneas, se desconocen las causas del accidente. Sin embargo, se me ponen los pelos de punta ante la mera posibilidad que el chofer se quedara dormido por exceso de horas de conducción, o que no se hiciera el cambio de chofer al momento que se debía por un eventual estado de intemperancia del chofer alternativo, o que las barandas de protección no estuvieran a la altura ni tuvieran las características debidas.
Lo ocurrido me recordó lo ocurrido con las casas COPEVA o nylon de años atrás, que no obstante haber estado recién entregadas, se mojaban enteras, forzando a sus habitantes a desalojarlas. Me recordó los famosos hoyos callejeros que en su oportunidad dieron motivo a escándalo, así como actualmente lo hace la calle principal de la capital del reino, que fuera repavimentada hace dos años atrás para que durara por 20 años, y que ya muestra signos de agotamiento.
O el ejercicio militar en Antuco de hace ya un año atrás, donde irresponsablemente se llevó a la muerte en condiciones inhumanas a un contingente de jóvenes conscriptos. También me recuerda la construcción del puente Loncomilla que se vino abajo. Los sucesivos accidentes que experimentó ferrocarriles en un tramo sureño que había sido inaugurado recientemente con bombos y platillos.
O las dificultades y el retraso en la implementación del plan transantiago; o el fracaso del plan de descontaminación ambiental en Santiago; o el dolor de los familiares por la errónea identificación de las víctimas del patio 29.
O las leyes que una vez promulgadas se descubre que tienen fallas que deben ser reparadas; o el nuevo edificio consistorial de la comuna de Maipú que tuvo que ser desalojado por el riesgo de derrumbe ante cualquier temblor y que incluiría un piso por sobre el estipulado en el plano respectivo.
En fin, para qué seguir. En todos estos casos siento que el común denominador es que se trata de “trabajos mal hechos”. Ellos ponen en jaque nuestras posibilidades de despegar del tercer mundo, del subdesarrollo. Cuando creemos estar con un pie en el primer mundo, o ascendiendo hacia el mundo desarrollado, esta realidad nos parece recordar que pertenecemos al tercer mundo. Que tenemos serios problemas no resueltos, más allá del espejismo de la modernidad, de las tarjetas de plástico, de las catedrales del consumo (malles).
En efecto, subsisten bajas exigencias, vistas gordas, estándares inapropiados, ausencia de rigor, ámbitos que conciernen tanto al mundo privado como público. Lamentablemente, todavía nos queda un largo camino que recorrer.
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