mayo 01, 2024

¿Qué nos falta para dar el salto en la innovación?

Foto de Nick Fewings en Unsplash

El mes pasado se celebró el día mundial de la creatividad y la innovación. Aprovechemos de abordar la innovación, expresión a la que hacemos alusión con frecuencia como una suerte de estrategia para salir del subdesarrollo en que estamos sumidos.

Según la RAE (Real Academia de la Lengua Española), la innovación es la creación o modificación de un producto, y su introducción en un mercado; para otros, es el suministro de una solución al mercado y para la que todavía hay poca o ninguna competencia”. Esto es, toda innovación apunta a resolver un problema no resuelto aún, o que se puede resolver de mejor manera, y que tenga un mercado que la reciba con los brazos abiertos. En síntesis, las innovaciones apuntan a la búsqueda de respuestas creativas, no tradicionales, o distintas a las dadas hasta ahora, a los problemas existentes.

En tal sentido, innovar sería un negocio de alto valor, al menos en el corto plazo, mientras no tenga competencia. De alto valor no solo para el(los) innovador(es), sino porque permite generar nuevas oportunidades de empleo, reduciendo con ello los niveles de pobreza imperantes, por su impacto en la productividad, y su efecto disruptivo movilizador en la economía y en el ánimo de las personas, de las regiones en que se insertan, y en el país.

Si bien en Chile periódicamente se da cuenta de numerosos casos exitosos de empresas innovadoras, su impacto a nivel nacional en términos de su participación en el PIB es escuálido. De hecho el grueso de nuestras exportaciones está marcado por recursos naturales sin mayor valor agregado. Todo esto, a pesar que año tras año infatizamos la necesidad de incorporar agregar valor a nuestras exportaciones; de dejar de exportar madera en bruto que después regresa elaborada en formato de muebles (estantes, mesas, sillas). Lo mismo respecto del cobre. Es penoso observar cómo nuestros campos con plantaciones de pinos de la noche a la mañana son cortados para dejarlos pelados, esterilizados, proclives a la erosión, mientras los países a los cuales los exportamos, mantienen incólumes sus bosques nativos.

La política de sustitución de importaciones que se promovió en Chile fue sustituida por una política de promoción de exportaciones bajo la lógica de para qué producir acá lo que otros países son capaces de producir a menor costo. Se pensó que íbamos a diversificar nuestra matriz exportadora, siempre basada en nuestros recursos naturales, a partir de innovaciones, de creatividad y emprendimiento. Y sin embargo, acá estamos, en lo grueso, seguimos exportando lo mismo. Antaño, salitre, ahora cobre, y mañana ya estamos pensando en el litio. Como dirían Los Prisioneros, seguimos pateando piedras, sin mover las industrias.

Pareciera que innovar, esto es, pensar fuera de la caja no resuelve nada y que no se pagara bien, porque de otra manera no se explica que el impacto de las innovaciones nacionales sea tan magro a pesar de los estímulos y palabras de buena crianza que día a día pregonamos en torno a ellas.

La pregunta que me hago es ¿porqué seguimos exportando bienes sin mayor valor agregado? ¿porqué las innovaciones nacionales siguen siendo marginales sin lograr mayor impacto? ¿qué nos pasa? ¿cómo es posible que siendo China un país más atrasado que nosotros, en menos de medio siglo, nos esté sobrepasando con creces? No pocos me dirán que trabajan como chinos. Puede ser. No lo sé. En todo caso sospecho que innovar va más allá de su definición. Quizás tenga que ver con la actitud, con la manera de ser.

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