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El mes pasado se celebró el día mundial de la creatividad y la innovación. Aprovechemos de abordar la innovación, expresión a la que hacemos alusión con frecuencia como una suerte de estrategia para salir del subdesarrollo en que estamos sumidos.
Según la RAE (Real Academia
de la Lengua Española), la innovación es la creación o modificación de un
producto, y su introducción en un mercado; para otros, es el suministro de una
solución al mercado y para la que todavía hay poca o ninguna competencia”. Esto
es, toda innovación apunta a resolver un problema no resuelto aún, o que se
puede resolver de mejor manera, y que tenga un mercado que la reciba con los
brazos abiertos. En síntesis, las innovaciones apuntan a la búsqueda de
respuestas creativas, no tradicionales, o distintas a las dadas hasta ahora, a
los problemas existentes.
En tal sentido, innovar
sería un negocio de alto valor, al menos en el corto plazo, mientras no tenga
competencia. De alto valor no solo para el(los) innovador(es), sino porque permite
generar nuevas oportunidades de empleo, reduciendo con ello los niveles de
pobreza imperantes, por su impacto en la productividad, y su efecto disruptivo
movilizador en la economía y en el ánimo de las personas, de las regiones en
que se insertan, y en el país.
Si bien en Chile periódicamente
se da cuenta de numerosos casos exitosos de empresas innovadoras, su impacto a
nivel nacional en términos de su participación en el PIB es escuálido. De hecho
el grueso de nuestras exportaciones está marcado por recursos naturales sin
mayor valor agregado. Todo esto, a pesar que año tras año infatizamos la
necesidad de incorporar agregar valor a nuestras exportaciones; de dejar de exportar
madera en bruto que después regresa elaborada en formato de muebles (estantes,
mesas, sillas). Lo mismo respecto del cobre. Es penoso observar cómo nuestros campos
con plantaciones de pinos de la noche a la mañana son cortados para dejarlos
pelados, esterilizados, proclives a la erosión, mientras los países a los
cuales los exportamos, mantienen incólumes sus bosques nativos.
La política de sustitución
de importaciones que se promovió en Chile fue sustituida por una política de
promoción de exportaciones bajo la lógica de para qué producir acá lo que otros
países son capaces de producir a menor costo. Se pensó que íbamos a
diversificar nuestra matriz exportadora, siempre basada en nuestros recursos
naturales, a partir de innovaciones, de creatividad y emprendimiento. Y sin
embargo, acá estamos, en lo grueso, seguimos exportando lo mismo. Antaño,
salitre, ahora cobre, y mañana ya estamos pensando en el litio. Como dirían Los
Prisioneros, seguimos pateando piedras, sin mover las industrias.
Pareciera que innovar, esto
es, pensar fuera de la caja no resuelve nada y que no se pagara bien, porque de
otra manera no se explica que el impacto de las innovaciones nacionales sea tan
magro a pesar de los estímulos y palabras de buena crianza que día a día
pregonamos en torno a ellas.
La pregunta que me hago es ¿porqué
seguimos exportando bienes sin mayor valor agregado? ¿porqué las innovaciones
nacionales siguen siendo marginales sin lograr mayor impacto? ¿qué nos pasa?
¿cómo es posible que siendo China un país más atrasado que nosotros, en menos
de medio siglo, nos esté sobrepasando con creces? No pocos me dirán que
trabajan como chinos. Puede ser. No lo sé. En todo caso sospecho que innovar va
más allá de su definición. Quizás tenga que ver con la actitud, con la manera
de ser.
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