Día tras día, como si fuese una exitosa telenovela, tenemos nuevos episodios en torno a las acreditaciones cuyo final se prolonga eternamente. Ingredientes hay de sobra. El gobierno acaba de colocar como nuevo presidente de la Comisión Nacional de Acreditación (CNA) a uno de sus campeones. La Universidad del Mar haciendo agua junto a otras, con la gracia que ahora los evangélicos estarían “comprándola” para su resurrección. Todo esto, ad portas del nacimiento del Niño Jesús. Lo único que faltaba para darle un toque místico a un proceso que está delatando las miserias de un modelo educacional montado entre cuatro paredes.
Algunos afirman que el modelito basado en el lucro ilícito está llegando a su fin, que se está derrumbando. Que tras toda la pudredumbre que observamos a diario está el afán de lucro en el ámbito educacional, que lo desquicia todo. Afán de lucro basado en el endeudamiento de los pobres y de la extensa clase media. Endeudamiento que va a parar a los bolsillos de los dueños de universidades con la garantía del Estado. Los pobres financiando a los ricos. Sostienen que el drenaje es tan brutal, que al final va a estallar. Estiman que la paciencia del pueblo, o de la gente como se dice ahora, tiene sus días contados.
Otros, por el contrario, estiman que no hay que alarmarse. Que el modelito solo requiere ajustes, y en sus adentros, tienen la convicción de que la paciencia de los pobres no tiene límites. Tienen aguante. Para los adoradores del modelito, el tema central no es el lucro, sino que la calidad. El acento hay que ponerlo ahí. Lucrar no es el problema. Lucrar no es sinónimo de pecar, por el contrario, el afán de lucro es el motor del desarrollo, es lo que nos haría gratos a los ojos del Altísimo. La libertad para lucrar es sagrada aún cuando no esté consagrada en la ley. Por tanto hay que sincerar el lucro. Es lo que piensa nuestro querido ministro de educación, un iluminado experto en educación; es lo que también piensa el recién nombrado presidente de la CNA; y es lo que piensan el gobierno y sus parlamentarios.
Dicen que es la institucionalidad la que está fallando. Sí, es una institucionalidad frágil, creada en tiempos de los gobiernos de la Concertación. Y creada con todas las restricciones impuestas por la derecha amplificada entonces en el parlamento gracias al sistemita binominal y los quórums calificados que imposibilitan cambios de envergadura sin su sacrosanta bendición. Pero, ojo, que antes no había nada de nada. Ibas al ministerio e inscribías una universidad con las patas y el buche, porque la idea era que el mercado regulara. La lógica de los campeones del modelito es que “la gente” decida, que la gente seleccione, y como resultado de la “mano invisible” solo quedarían universidades de calidad. Pamplinas, solo quedaron alumnos endeudados, algunos de ellos desertores con deudas que arrastrarán de por vida, y otros que alcanzaron a egresar con cartones que valen callampa. Modelito que vende ilusiones a precios de mercado. Y universidades que compran acreditaciones bajo la lógica, la ética del minuto actual: pasando y pasando. Te paso 70 melones a todo evento por acreditarte mas 30 melones más si te acredito por 5 años.
¿Se le pondrá el cascabel al gato? A esta altura del partido, lo dudo, pero la esperanza es lo último que se pierde, y más aún por estos días cuando estamos adportas del nacimiento del Niño Jesús, que no nace en una cuna de oro, sino que por el contrario, en una cuna de paja, hijo de un carpintero, no de un dueño de universidad.
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