La relación del gobierno con el movimiento estudiantil parece ser la de un gallito, en el que se miden fuerzas, donde por momentos unos parecen ganar terreno, mientras otros pierden. Como en el boxeo, hay rounds en que gana uno de los contendores, pero en este caso no se sabe cuántos rounds tiene la pelea. Mientras tanto, se desgastan ambos, aunque unos y otros juegan a que el otro se desgaste primero. En esto, aparentemente el gobierno tiene todas las de ganar, y los estudiantes todas las de perder, particularmente el año académico, aunque por lo visto hasta ahora, parecen estar dispuestos a pagar dicho costo.
Si alguien cree que una de las partes ganará por knock out, creo que se equivoca. La prolongación de este gallito solo arroja pérdidas para las partes directa e indirectamente involucradas, aparte de que habla muy mal de sus actores, de su capacidad para dialogar, por más que expresen su disponibilidad para ello. La ciudadanía percibe que lo que menos hay por parte del gobierno es voluntad de diálogo, de abrirse a conversar sobre la mesa, sin tapujos, sin hipocresías, sin eufemismos. Las encuestas así lo confirman.
Si una marcha es exitosa, al otro día el gobierno amanece con un lenguaje conciliador, de apertura; en caso contrario, si la marcha fracasa como ocurrió con aquella realizada cuando el país estaba aún conmocionado por la tragedia aérea en la isla Juan Fernández, el gobierno reasume el control, con variadas amenazas que van desde la pérdida del año académico hasta el no financiamiento de los establecimientos públicos educacionales.
Es así como para la convocatoria de la marcha de esta semana las apuestas, tanto desde la dirigencia estudiantil, como desde el gobierno, giraban en torno a su resultado. En caso de fracaso, los propios líderes estudiantiles reconocían que tendrían que repensar la estrategia a seguir. El éxito de la convocatoria, el mismo día que el presidente exponía en la ONU, le da un nuevo aire al movimiento estudiantil y pone al gobierno en situación compleja, forzándolo a una apertura. Más, cuando los estudiantes están abriéndose a la posibilidad de retornar a clases manteniendo viva la movilización por la vía de horarios protegidos, en los que no haya clases.
Ojalá el gobierno, y las autoridades educacionales, sean capaces de “leer” este mensaje y no recurran a subterfugios que en el minuto actual solo contribuirían a profundizar el conflicto en vez de resolverlo.
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