La verdad tiene su hora
Tengo en mis manos el libro que Eduardo Frei Montalva escribiera hace ya poco más de 50 años cuyo título me he tomado la libertad de recoger para encabezar esta columna. A 25 años de su muerte se empiezan a desentrañar los misterios que la acompañaron.
Con tan solo 16 años mi primer encuentro con él fue en el 64, cuando mi tío, un redomado derechista aterrorizado ante la eventualidad de un triunfo de Allende, me llevó al parque Cousiño –hoy llamado parque O´Higgins- para sumarnos a la marcha de la Patria Joven que venía desde Arica y Punta Arenas. Eran tiempos de guerra fría. Posteriormente me reencontré con él en febrero del 67, en la ciudad de Castro donde un grupo de estudiantes universitarios estábamos construyendo viviendas en el marco de los trabajos voluntarios. Allá fue a vernos, en su calidad de Presidente de Chile, a la escuela pública en que alojamos. Su imponente figura junto con sus palabras llenas de sabiduría me marcaron profundamente, y conforman el origen de mi interés por la política hasta el día de hoy.
Los tiempos han cambiado, las alianzas son otras, pero la validez de su pensamiento sigue vigente, quizá más que nunca, particularmente en los tiempos actuales en los que la política pareciera estar perdiendo valor y los jóvenes no se sienten atraídos por ella. Nos haría bien releer un libro escrito a mediados del siglo pasado, pero que tiene plena vigencia. Su lectura invita a tener confianza, a creer en nosotros, a construir un país que está a nuestro alcance.
Su preocupación e interés por Chile y su futuro lo mueven a continuar en escena. Al encabezar su gobierno es atacado a diestra y siniestra. En tiempos de Allende la derecha lo caricaturiza como el Kerensky chileno; la izquierda, por hacerle el juego a la derecha y al imperialismo yanqui. Fue oponente de Allende y de Pinochet. En 1980, con motivo del plebiscito asume el liderazgo opositor a la dictadura con un histórico discurso en el teatro Caupolicán que –en silencio y con temor- se escuchó de norte a sur a través de la única radio que se atrevió a transmitirlo. Nos dio nuevos bríos y esperanzas. La dictadura tomó nota de ello.
En 1982, entra a una clínica para una operación menor, y sale de ella fallecido en extrañas circunstancias –por decir lo menos-. Aunque la versión oficial dijera otra cosa, ya en ese entonces, un solo pensamiento nos cruzó: fue asesinado. Hoy, a 25 años de su fallecimiento, un preinforme señala la presencia de gas mostaza en su cuerpo. Hasta el 90 no se pudo investigar porque la dictadura se encargó de taponear todo; luego porque para eso Pinochet continuaba en escena ya sea como comandante en jefe del Ejército primero, y luego como senador vitalicio. Recién ahora, sin su presencia, tímidamente, se pueden ir abriendo todas las cajas de Pandora.
Hoy como ayer, la verdad tiene su hora.
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