diciembre 14, 2006

La muerte de Pinochet

La historia es muy cruel. Así como para el 11 de septiembre del 73 una parte del país estuvo descorchando botellas de champaña, en esta ocasión la celebración corrió por cuenta del sector opuesto. Hoy como ayer, no hubo funerales de Estado, ni banderas a media asta, y tampoco se decretó duelo oficial.

Para unos, Pinochet fue un libertador, poniendo el acento en que entregó su vida por los demás, salvando al país de una guerra civil derrotando al marxismo internacional, que fue capaz de encarar a Perú y Argentina en momentos extremos, y de abordar profundas reformas económicas liberalizadoras, soslayando el tema de los derechos humanos y las restricciones impuestas al devenir político. Para sus partidarios, si algún error se le pudiese imputar, sería el de no haber matado a todos sus adversarios. Si alguna lección dejan estos años, y se pudiese repetir la historia, esa sería la de haber sido demasiado “blandos”.

Para otros, Pinochet fue un clásico dictador de derecha que se enriqueció haciendo uso del poder, que encabezó el período más trágico de la historia de Chile implantando una dictadura caracterizada por la sistemática violación de los derechos humanos al amparo de una doctrina de seguridad nacional que posibilitaron los asesinatos, las torturas, los exilios, y atropellos haciendo uso del aparato civil y militar del Estado. En lo económico, enfatizan las oscuras privatizaciones que enriquecieron a unos pocos y propagaron la miseria y cesantía.

Su muerte ha dejado al trasluz las profundas diferencias que nos dividen como nación y las dificultades que encierra su construcción. Estas encontradas visiones de quienes habitamos esta tierra, son las que nos impedirán alcanzar el objetivo común de ser un país desarrollado capaz de vivir en paz.

La muerte de Pinochet lo que ha puesto sobre la mesa es esta realidad que no pocas veces soslayamos y ocultamos. Ojalá el período de catarsis que estamos viviendo abra paso a una fase de reflexión. Mientras su nieto lo ensalza, otro nieto del comandante en jefe del Ejército que precedió a Pinochet y que fuera asesinado en Buenos Aires, escupe sobre su féretro. En este marco, las palabras y decisiones adoptadas en estos días por la presidenta Bachelet, hija de un general de Aviación muerto bajo el régimen de Pinochet, nos orientan respecto del camino a seguir.

Debo confesar que la muerte de Pinochet me produjo alegría y pesar; sentimientos encontrados y la constatación de un gran fracaso nacional: la incomunicación nacional, la existencia de sectores de la sociedad incapaces de asumir sus responsabilidades, imputándoselas a los demás.

Pesar porque los tribunales de justicia chilenos no fueron capaces de condenarlo, aún cuando tenemos la convicción que la historia ya lo condenó. pesar porque las tácticas dilatorias de sus abogados dieron su fruto. Alegaron demencia, prescripción por el paso del tiempo, edad,, el contexto de guerra fría, estirando la cuerda para que alcanzara a morir antes que lo condenaran. Y lo lograron. Se dieron el gusto de rendirle honores en la Escuela Militar.

Alegría porque al fin se despachó un personaje siniestro que influyó tanto en nuestras vidas. Porque con el tiempo se ha ido reduciendo a su real dimensión: la de un clásico dictador de derecha que en sus tiempos de gloria, con la soberbia propia de quien detenta el poder total, violó impunemente los derechos humanos. Alegría porque no obstante las limitaciones que enfrenta nuestra precaria democracia actual, el soporte cívico militar que lo sustentó, se encuentra en franca retirada. pero, ojo! porque se mantienen al acecho. Alegría porque no obstante que los tribunales de justicia chilenos no realizaron oportunamente su tarea, tanto a nivel internacional como nacional, ya está condenado en el corazón de la gente. Ello a pesar de los esfuerzos de la "seria" prensa nacional que emitió informes especiales en los que sibilinamente, eufemísticamente, al mas puro estilo mercurial, buscan ensalzar su figura posmortem. Esa misma prensa que en su tiempo ignoró las macabras acciones que se llevaban a cabo y lo que es peor, las alentaba al hacerse eco de los desvergonzados y mentirosos mensajes oficiales. Mientras en aviones lanzaban cuerpos al mar, con engoladas voces oficiales sostenían que esas personas presuntamente desaparecidas estarían en el exterior y que todo no era más que parte de la campaña internacional del marxismo.

A duras penas se atreven a llamr las cosas por su nombre. Régimen autoritario a lo que fue una brutal dictadura; Pronunciamiento a lo que fue un Golpe de Estado.

En fin, para qué seguir.

1 comentario:

  1. Anónimo8:04 a.m.

    a mi tambien, a falta de una emoción definida, no me provocó tanto la muerte...sino el enrostrarme que Chile es demasiado diferente para varios grupos de gente.

    Como si en el extranjero la tuvieran más clara que nosotros mismos

    lamento que llegara la muerte y no la justicia, en todo caso...pero ya no hay mucho más que hacer.

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