Photo by rupixen.com on Unsplash |
En una anterior columna, titulada Dándole vueltas a la RBU, hice alusión a la necesidad de ir a una renta básica universal, rompiendo de esa forma la tradicional asociación entre trabajo e ingreso económico. Todo ello en razón de un desarrollo científico-tecnológico sin precedentes cuya capacidad de destruir fuentes de trabajo está superando con creces su capacidad para crear nuevas fuentes laborales. Postulo que vamos hacía un mundo que debiera permitirnos vivir bien sin la urgencia de tener un trabajo remunerado.
Es importante comprender que el concepto asociado a la RBU nace en medio de un contexto marcado por lo que se ha llamado la 4ta revolución industrial que está incrementando significativamente la incidencia del factor capital en desmedro del factor trabajo. Y dentro de éste, el trabajo rutinario, operativo, mecánico, en favor del trabajo intelectual del más alto nivel. Lo prueba la pérdida de peso de los sindicatos de trabajadores y el ascenso de las organizaciones empresariales. La pandemia lo está acelerando. El neoliberalismo en su salsa.
El resultado de esta revolución en la que estamos inmersos, como una ola que nos atrapa, es la automatización de una multiplicidad de tareas y funciones, la que si bien genera nuevos puestos de trabajo –más sofisticados, más intelectuales, que exigen más alto nivel educativo-, destruye muchos más –los rutinarios, de menores exigencias educacionales, de mayores exigencias físicas-. Todo ello conduce a un incremento de la cesantía, la que se ha sorteado, al menos hasta ahora, por la vía del invento de las tarjetas de crédito que posibilitan el consumo presente con ingresos futuros. Esto es, endeudándonos, con todas las consecuencias que ello implica en el ámbito de las familias y empresas. Consecuencias en lo financiero, en lo sociológico y psicológico. Ya lo estamos viendo.
Entre las observaciones recibidas se incluye aquella que sostiene que el trabajo está siempre presente, con o sin renta, con o sin esfuerzo. Mirado el trabajo como una actividad, un proceso o una tarea destinada a producir un resultado con independencia del esfuerzo que implique, o de los ingresos que genere, sin duda que estará siempre presente. En este plano, trabajo siempre habrá. El punto es que lo que se entiende habitualmente por trabajo está asociado a la percepción de ingresos económicos. Este es el cordón umbilical que el portentoso desarrollo científico-tecnológico está poniendo en jaque, en duda, en la picota. Es la máxima bíblica “te ganarás el pan con el sudor de tu frente” la que está siendo zarandeada. En estricto rigor, desde una perspectiva positiva podríamos afirmar que vamos hacia un mundo con más trabajo intelectual, no necesariamente remunerado, con más tiempo libre u ocioso para hacer lo que queramos, desarrollar trabajos voluntarios, sociales, etc. Más que una educación o formación para el trabajo, quizás debiéramos pensar en una educación para vivir mejor, para el mayor tiempo libre que se asume debemos tener. De otro modo, ¿qué sentido tiene todo el progreso que vemos en todos los ámbitos si al final no sabemos qué hacer con el tiempo libre?
Todo esto me hace recordar cuando en su momento informé, urbi et orbi, que jubilaba. Dentro de las múltiples respuestas recibidas destaco dos extremas. Una, de un amigo de mi infancia escolar, quien me dijo que acababa de jubilar y que estaba cumpliendo el sueño de su vida: construir instrumentos musicales de cuerdas. Para ello se fue preparando disponiendo de las máquinas y herramientas apropiadas. Hoy está “trabajando” en lo que quiere, sin que por ello se le esté pagando. La segunda respuesta vino de un amigo de mi adolescencia universitaria, quien había jubilado dos años atrás. Desde entonces, ha estado en tratamiento producto de una depresión severa ya sea porque fue forzado a jubilar o porque su vida era el trabajo. Sin trabajo habría caído en una suerte de pozo negro. Como pueden observar, dos realidades extremas al final de toda una vida de “trabajo remunerado”. Uno se sintió liberado, el otro deprimido. No escapará a la comprensión de los lectores, que para cualquiera con dos dedos de frente la opción deseable es la primera. Claro que eso no siempre depende de la voluntad de uno. Mal que mal, como expresara Ortega y Gasset, uno es uno y sus circunstancias. Lo ideal es mantener a raya las circunstancias y que uno tenga la manija.
Bueno, pero ¿qué tiene que ver todo esto con el RBU? Pues que con una buena RBU podemos darnos el lujo de vivir como queremos, haciendo lo que queremos, disminuyendo aquellos trabajos que hacemos por obligación, pero que no nos gustan. Para eso estamos automatizándolo todo, para sublimarnos, tener una vida más plena, más tranquila, menos tensionada. De lo contrario ¿para qué sirve el progreso? ¿de qué progreso estamos hablando?
En otra columna espero poder abordar el punto ¿cómo lo financiamos? La pregunta del millón!
Es una grande y compleja Utopía...! Habrá alteridad y amor suficiente ...qué contrapese la avaricia - ambición y el individualismo inherentes ...entre otros valores post modernos ??
ResponderBorrar