abril 30, 2020

Repensando lo que viene: el ingreso mínimo garantizado

Photo by Travis Essinger on Unsplash

En mis últimas columnas he estado escribiendo acerca de las reflexiones a las que nos está invitando la pandemia. En esta ocasión haré mención a la relevancia de contar con un ingreso mínimo garantizado.

No pocos lo descartan de plano, centrándose esencialmente en que el país no está en condiciones de financiarlo, al menos en su actual estado de desarrollo. Al respecto quisiera enfatizar que el tema de la viabilidad depende de las alternativas que estén sobre la mesa y de la valoración –económica, política, social, cultural- de cada una de ellas. Esto es, las platas las podemos poner en distintas canastas y en distintas cantidades en cada una de ellas. Las podemos poner en educación, en salud, en defensa, etc. Por tanto, si es viable o no, depende de nosotros mismos, de nuestra propia voluntad.

Dicho esto, me abocaré a las razones que me inducen a la convicción de que, querámoslo o no, más temprano o más tarde, vamos hacia un ingreso mínimo garantizado, cuyo monto vendrá dado por el nivel de desarrollo que nos vayamos dando.

El desarrollo científico-tecnológico alcanzado está posibilitando avances portentosos en la productividad con aumentos significativos en nuestros ingresos, y por tanto, una mejor calidad de vida, una mayor satisfacción de nuestras necesidades básicas, y más tiempo libre. Pero ojo, esto no se está dando a todos por igual, sino que muy por el contrario, en forma fuertemente desigual. No nos creamos el cuento de que esta desigualdad se explica porque unos se esfuercen y otros no. Es posible que sea cierto en algunos casos, pero si nos ponemos una mano en el corazón, sabemos que no lo es en muchos casos.

Más que el esfuerzo, el trabajo desplegado, son las redes de contacto –léase pitutos-, las herencias, la educación recibida, la posesión de información privilegiada, la ausencia de ética, la cooptación y la corrupción, tienden a explicar muchas de las diferencias existentes entre aquellos a quienes las va “bien” y a quienes les va “mal”. El modelo de sociedad que hemos estado construyendo, si bien publicita y aparenta valorar la meritocracia y la igualdad de oportunidades, no la hace carne de igual manera. Unos corren con muchas ventajas, demasiadas. No es creíble que el 1% de la población se apropie de más del 30% del producto nacional bruto sea fruto de un mayor trabajo efectuado por quienes conforman ese porcentaje.

Los avances tecnológicos alcanzados han posibilitado un nivel de automatización y robotización que impactan fuertemente el mercado laboral, en términos cuantitativos y cualitativos. No se puede ignorar que la cantidad de empleo que genera, es significativamente menor que la que destruye, y que el empleo generado tiende a demandar personal de mayor especialización, calificación profesional o formación educacional.

En los últimos 40 años, este impacto no se ha expresado con la fuerza debida gracias al aumento de la velocidad de circulación del dinero motivado por la aparición, o popularización, de las tarjetas de crédito, que acompañados de una publicidad a la vena, abrieron cancha a la posibilidad de vivir con más de lo que se gana. El incremento de la actividad económica producido a partir del endeudamiento que trajo consigo la multiplicación de las tarjetas de crédito, mitigó, ocultó el desempleo que traía consigo el progreso científico-tecnológico. A ello se agrega la persistente publicidad que invita a consumir, y que apela a factores emocionales-psicológicos para generar nuevas necesidades de carácter adictivo, cuya privación es fuente de múltiples males. El crimen, la violencia, las drogas, la rebeldía, la depresión, el desequilibrio mental, la obesidad, la diabetes, el quiebre familiar son algunas de sus consecuencias.

Pero hoy, como consecuencia de la pandemia, la paralización de actividades está desnudándolo todo, tanto a nivel de salud como a nivel de la economía de las personas y las empresas.

Para superar el colapso económico que trae consigo el desempleo, en base a los antecedentes expuestos, como paso necesario, aunque no suficiente, estimo imprescindible romper el cordón umbilical que ha existido históricamente entre el trabajo y el ingreso de las personas. Esto es, que debemos tener un ingreso básico garantizado, independientemente que trabajemos o no. Los gringos lo llaman “basic income”, los franceses “revenue de citoyenneté”, los españoles “renta básica”.

De alguna manera, este ingreso básico garantizado se está procurando aplicar como consecuencia de la pandemia por parte de los gobiernos de los distintos países como una forma de amortiguar su impacto en el ámbito productivo, para salvar la emergencia. En Chile se está llamando ingreso familiar de emergencia.

Me asiste la convicción de que este concepto ha llegado para quedarse, si bien su instalación tomará más o menos tiempo. Ello dependerá de nuestra capacidad para adaptarnos a una nueva realidad basada en una mejor relación con la naturaleza y con nosotros mismos.

El día que tengamos este ingreso básico garantizado a un nivel razonable, que hoy podríamos situar dentro de los US$ 10,000 y US$ 15,000 anuales, ese día cantará Gardel, y será el día del mayor logro del capitalismo. O del comunismo por la vía del capitalismo.

Quienes estén interesados en el tema les invito a ver este microfilm en el que se aborda el tema (pinche acá),

abril 22, 2020

Repensando lo que viene: el valor de lo público

Photo by Olga Guryanova on Unsplash
La semana pasada, con motivo de la pandemia, hice mención a la importancia de no andar a las carreras dejándonos llevar por las ambiciones y la tentación del consumismo, así como la de vivir más en armonía con la naturaleza, sin buscar su sobreexplotación. Terminaba haciendo alusión a la necesidad de repensar nuestra forma de vida, nuestros modelos productivos, nuestra mirada respecto de la propiedad y la gestión de los medios de producción. Ahora abordaré el tema del valor de lo público y la próxima semana la relevancia de asegurar una renta o ingreso mínimo garantizado.

Una vez más, cada vez que ocurre un desastre -terremotos, aluviones, guerras, en este caso una pandemia- unos y otros, trabajadores y empresarios, quienes sufren las consecuencias, buscan refugio, apoyo en el estado. En tiempos “normales” sumidos en el exitismo, en la lógica neoliberal dominante denostamos a ese mismo estado buscando reducirlo a una mínima expresión, a un rol meramente subsidiario, de privilegiar los derechos de propiedad y de monopolizar la posesión de la fuerza para resguardar la seguridad nacional interna y externa.

Lo que estamos viviendo ilustra el valor de lo público, lo que debiera expresarse en disponer de un estado en forma para enfrentar una emergencia como la actual. Las emergencias han llegado para quedarse, hoy es una pandemia, así como en el pasado han sido terremotos, aluviones, contaminaciones u otros. No obstante los progresos registrados en todos los campos, persisten serios problemas cada vez más complejos en la sociedad contemporánea: creciente contaminación, crisis hídrica, desigualdad. Su envergadura no es para que sean abordados en base a gestos y actuaciones de buena voluntad por parte del sector privado. En vez de menor y peor estado, necesitamos, con urgencia, como lo prueba la realidad actual, más y mejor estado.

Yo mismo arisco la nariz al afirmar esto, dudando de la posibilidad de ello. Sin embargo, no tenemos alternativa, y para ello nosotros mismos tenemos una gran responsabilidad: ser exigentes en nuestra condición de ciudadanos para que se nos provea un servicio público de calidad, en el campo de la salud, la educación o cualquier otro. A la hora de la verdad, las dificultades se multiplican cuando estamos ante un estado incapaz de responder con eficacia y eficiencia, así como de coordinarse apropiadamente con el sector privado, ante una contingencia como la que vivimos.

No obstante los heroicos esfuerzos en que está empeñado el personal médico y paramédico para encarar el covid19, las tribulaciones que está viviendo el área de salud pública no son menores. Gran parte de ellas se explica por la postergación experimentada desde hace décadas, la que debiera ser revisada bajo el prisma del valor de la salud pública, del valor de contar con una población sana, lo que trasciende en mucho el ámbito privado.

abril 15, 2020

Repensando lo que viene: la necesidad de parar

Photo by Santiago Lacarta on Unsplash
La semana pasada sostuve que la pandemia en la que estamos sumergidos nos está forzando a repensarlo todo, partiendo por una suerte de análisis introspectivo, una reflexión sobre el sentido de nuestras vidas y el modelo de sociedad en que queremos vivir.

El análisis introspectivo y el sentido de nuestras vidas entran en el ámbito psicológico y filosófico, en tanto que el modelo de sociedad cae en el campo sociológico y político. No obstante ello, en vez de abordar aisladamente cada uno de ellos, procuraré hacerlo en forma sistémica dado que están fuertemente relacionados. La pandemia nos está invitando a repensar varios temas, en particular cuatro, de los cuales ahora abordaré dos de ellos.

Uno, la importancia de parar, de asumir una vida más pausada, de no tener que andar corriendo por parte de quienes tienen más recursos, esto implica que no es necesario andar a las carreras, que la codicia, las ambiciones desmedidas, son inconducentes. La misma pandemia nos está mostrando como mueren personajes por falta de aire a pesar de disponer de todos los recursos que han querido. Recursos que los de abajo no alcanzan a tener por más que traspiren la gota gorda trabajando toda su vida. Esta realidad nos hace dudar de aquella expresión bíblica donde se afirma que “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”. No pocos lo hacen y no se ganan el pan de cada día, y por lo mismo, no pueden disminuir su ritmo de trabajo. Bajo el actual nivel de desarrollo científico-tecnológico esta realidad es inconsistente.

Dos, la relevancia de asociarnos con los demás y con la naturaleza de otra manera, de llevar adelante una vida con menos guerras y más ecológica. Una vida que no vea a quienes nos rodean como potenciales enemigos y no mire la naturaleza como un recurso a conquistar y explotar. Es insostenible una sociedad que para satisfacer sus necesidades deba estar en permanente crecimiento en un contexto de recursos naturales finitos. Bajo este esquema estamos hipotecando el futuro de las generaciones que vienen, nuestros hijos y nietos. La misma pandemia está delatando, a nivel mundial, la precariedad bajo la cual opera el sector salud dada la falta de recursos disponibles para enfrentarla. Ello no obstante que sobran recursos cuando se trata de desatar una guerra armamentista. Esto es válido no solo en los países subdesarrollados, sino que también en los países desarrollados.

Estos dos temas nos invitan a reflexionar sobre nosotros mismos y sobre la forma como nos relacionamos con la naturaleza. Debemos ser capaces de pensar en nuevos estilos de vida, nuevas pautas de consumo, nuevos métodos de producción biológicamente sanos, en armonía con la naturaleza, en nuevas formas de propiedad y de asociación entre propietarios, administradores y trabajadores.

En la próxima columna abordaré los otros dos temas, los que se vinculan con la necesidad de una revalorización de lo público, porque a la hora de la verdad, moros y cristianos todos terminan apelando al Estado; y con la relevancia de disponer de un piso de seguridad que permita superar colectiva y colaborativamente, sin traumas ni depresiones, contingencias como la que vivimos.

abril 08, 2020

A repensarlo todo

Imagen de Miroslava Chrienova en Pixabay 

La tarea del momento es salir airosos, zafar de la pandemia que nos aflige confiando que las autoridades hagan lo suyo y que sus decisiones obedezcan a cánones morales antes que económicos. Decisiones adoptadas por autoridades políticas basadas en las recomendaciones de los especialistas en la temática en torno a la aplicación de cuarentenas, obligación de usar mascarillas, implementación de cordones sanitarios, protocolos y otras, las que deben ser tomadas privilegiando criterios sanitarios antes que económicos.

Esto en ningún caso sustituye lo que son nuestras obligaciones, nuestras tareas. No podemos esperar que los desvelos de las autoridades sustituyan los nuestros. Eso de mirar por sobre el hombro el autocuidado que nos debemos, nos está costando caro. En no pocos, sus propias vidas, así como la de terceros.

En este minuto, nada sacamos con desesperar, atacar, buscar las cuatro patas del gato. Es la hora de la colaboración, de respaldar anímica, física y financieramente a quienes la contingencia ha puesto en la primera línea de fuego, muy especialmente, el personal de salud -médicos, paramédicos y colaboradores-. No es el minuto de sacar cuentas alegres ni tristes.

Esto nos pilla en circunstancias sobre las cuales habrá que reflexionar profundamente una vez que hayamos sorteado una contingencia que nuestra generación no había vivido. Reflexiones que debieran invitarnos a recorrer senderos distintos a los pasados, a dejar de lado los sesgos que obstruyen nuestras capacidades, a percatarnos de nuestra vulnerabilidad, de que no somos dioses.

No faltarán quienes buscan sortear tales reflexiones aludiendo a que no es primera pandemia, que catástrofes han existido siempre, que se trata de ciclos que sobrevienen periódicamente con independencia de nuestras acciones. Tienden a ser los mismos que sostienen que el cambio climático obedecería a ciclos naturales que nada tienen que ver con la acción del ser humano. Es la clásica reacción escapista, negacionista, que busca eludir nuestras propias responsabilidades de lo que está ocurriendo.

Pasada la urgencia haríamos bien en revisarnos nosotros mismos, en auscultarnos, en evaluar nuestra relación con la naturaleza. No deja de ser una ironía vernos encerrados en los tiempos actuales para no vernos enterrados, mientras no pocos animales aprovechan de pasear por las calles.

Estamos ante una pandemia que en términos de a quienes afecta, pareciera ser muy democrática. Esto, en el sentido que si bien tiende a afectar a quienes tienen más edad, no parece discriminar desde un punto de vista socioeconómico. De hecho, a nivel mundial se ha visto caer a no pocos conspicuos personajes. Desde el punto de vista del tratamiento, la pandemia estaría tendiendo a ser bien poco democrática. A los de arriba les ponen aviones especiales, a los de abajo los hacen esperar, en tanto que otros deben seguir trabajando para poder comer.

Una vez que se logre sortear la emergencia, lo que viene será durísimo, forzándonos a repensarlo todo, partiendo por un análisis introspectivo, el sentido de nuestras vidas y el modelo de sociedad en que queremos vivir. Tema para otra ocasión.

abril 02, 2020

La pandemia nos delata: ¿qué hacer?

Photo by engin akyurt on Unsplash
Escribo esta columna en medio de una inédita pandemia que no nos había tocado vivir y que nos ha pillado de sorpresa. En un mundo globalizado en que estamos, es difícil encontrar a alguien que no esté afectado. Con los amigos y familiares  distribuidos a lo largo del mundo, estamos todos implicados. Unos en Barcelona, otros en Sao Paulo, otros en la quebrada del ají, y nosotros en Chile, donde se cuecen las habas, y donde el corona virus está en sus inicios, en plena fase de despegue.

No faltan quienes afirman que todo esto es parte de una conspiración china o que se trata de una magnificación de algo sin mayor relevancia para distraer a incautos, así como quienes desparraman a diestra y siniestra responsabilidades y culpabilidades, las que se ven reforzadas vía redes sociales, procurando multiplicar exponencialmente su impacto.

A lo señalado habría que agregar la existencia en el aire de un alto nivel de chimuchina. A modo de ejemplo, el arriendo de un local en una de las comunas más ricas de Santiago de Chile por más de 30 mil dólares al mes, para habilitarlo como centro hospitalario. Mientras tanto, en Nueva York, para los mismos efectos, se está  habilitando el Central Park, en pleno corazón de La Manzana, a precio cero por tratarse de un espacio público. Frente a las críticas, unos objetan el pago del arriendo con dineros públicos a familias de lustrosos apellidos; del otro lado contraatacan que a dichas familias pertenece un conspicuo comunista; y el presidente de la república desciende al barro para afirmar que el valor del arriendo es menor que el de un parlamentario.

Sin descartar nada, me resisto a concentrar mis energías y capacidades en desentrañar tales elucubraciones que no hacen sino perder el horizonte. Lo primero, salvar nuestra salud física, mental, financiera, familiar y social. Por ello prefiero concentrarme en el necesario cuidado que debemos adoptar, y centrarme en la falsa disyuntiva que se está dando en relación con el cuidado de la vida y de la economía, así como asomarme a los escenarios que se abren pospandemia. Las distintas reacciones de los distintos países dan cuenta de que nadie tiene la última palabra ni piuede cantar victoria. Reacciones que más que depender de colores políticos, parecieran responder a visiones más o menos precavidas, de visiones más o menos cortoplacistas. En México y Brasil, cuyos gobernantes están en posiciones políticas antípodas,  inicialmente adoptaron similares posiciones, asumiendo con mucha liviandad la pandemia. Para qué hablar de Estados Unidos, donde Trump ha tenido que tragarse sus propias palabras. Otros países, en cambio, desde el minuto uno, han adoptado las máximas precauciones, así como otros han optado por reaccionar sobre la marcha, gradualmente. Cuál es la más correcta? Difícil saberlo por tratarse de una instancia inédita y que muy probablemente solo se sabrá cuando todo haya pasado y se tenga tiempo para analizar quienes actuaron mejor que otros dentro de los contextos en que se situaban.

En este análisis a posteriori se deberán considerar aspectos históricos, educacionales, culturales que explican las disímiles reacciones de las personas en los distintos países, así como en los diversos sectores sociales. Hay países donde desde el inicio los ciudadanos soslayaron lo que se venía encima, y siguieron mirándolo en menos aun cuando las autoridades advertían la necesidad de tomar todas las precauciones. Otros, en que los ciudadanos acataron desde el primer minuto las instrucciones o sugerencias emanadas desde las autoridades correspondientes.

Para sortear el temporal pandémico en que estamos inmersos es vital no desesperar, confiar en nuestras capacidades, en nuestras fortalezas, en que saldremos adelante. Hay una frase dentro del himno de Uruguay que simboliza lo expuesto: sabremos cumplir! De eso se trata, de saber cumplir, de hacer lo que debemos. En tiempos pesimistas, por mas que nos cueste, ser optimistas.

Ya habrá tiempo para la invitación que la madre naturaleza nos está formulando, particularmente con miras a vivir de otra manera, sin entrar en colisión con ella.