enero 16, 2020

Nuestro cuello de botella: la educación

Recientemente tuve el privilegio de ser invitado a participar en uno de los diálogos ciudadanos organizados por el gobierno regional del Maule destinados a identificar las principales necesidades que tenemos como país.

Estos diálogos, así como los cabildos, han sido estimulados en gran parte gracias a la erupción social desatada a partir del pasado 18 de octubre y que en cierta forma han disparado las alarmas, cuyo tenor depende del cristal con que se mira. Desde un extremo, se pone el acento en los actos de inusitada violencia que se han desatado sosteniéndose que la erupción tiene su origen en el partido comunista con el propósito de erosionar un sistema neoliberal que el mundo ha estado mirando como modélico, ejemplo a seguir. Desde el otro extremo, el énfasis está puesto en las marchas pacíficas y masivas, expresivas de un malestar acumulado por los más disímiles motivos: entre los que destacan dificultades para acceder a una educación y salud de calidad, precariedad laboral, alto endeudamiento y bajas pensiones. Esta tesis apunta al cambio constitucional acompañado de una potente agenda económica y social.

En referencia a las principales necesidades que tenemos, mi intervención estuvo centrada en la educación, dado que es el que considero como el gran cuello de botella que tenemos, y que ya lleva mucho tiempo. No es nada nuevo lo que estoy afirmando, y por lo mismo, es preocupante.

Mal que mal, desde hace más de medio siglo venimos haciendo una reforma educacional tras otra, desde tiempos de Frei Montalva. Si bien el país que tenemos hoy no es el mismo en términos de cobertura, seguimos al debe en términos cualitativos. Otros países, particularmente en el sureste asiático, que estaban más rezagados que nosotros, hoy nos aventajan y por mucho. Desde hace más de medio siglo vengo escuchando que debemos diversificar nuestras exportaciones, romper nuestra dependencia del cobre y de nuestros recursos naturales, agregando valor a nuestros procesos productivos. Sin embargo, si miramos nuestra matriz productiva y exportadora, así como nuestra cultura empresarial y laboral, todo indica que seguimos sin dar el salto.

Nuestra visión cortoplacista, así como la imposibilidad de llegar a acuerdos en materias sustantivas, nos impide despegar. Mientras sigamos invirtiendo menos del 1% de nuestro producto geográfico bruto en investigación y desarrollo; mientras solo unos pocos académicos e investigadores se inserten en empresas productivas privadas; mientras el peso de las inversiones en investigación y desarrollo lo lleve el Estado; y mientras no exista una cultura que valorice el trabajo responsable y bien hecho, seguiremos comulgando con ruedas de carreta.

Basta mirar lo que ha ocurrido con los países que en este último medio siglo han dado el salto al desarrollo. Ya no exportan piedras, sino que tecnología cada vez más sofisticada. Todo ello gracias al respaldo de un potente sistema educativo capaz de desatar todas las potencialidades del ser humano. No hay atajos.

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