abril 18, 2011

Otra cosa es con guitarra

Se ha generado un interesantísimo debate en torno a un proyecto que está en el Congreso en torno a la venta y publicidad de la comida chatarra en establecimientos educacionales. El objetivo que se persigue es reducir la obesidad en los niños y que el tema se transforme en un problema público sanitario. En consecuencia, se presume que existen evidencias de la existencia de una alta asociación entre el consumo de comida chatarra y la obesidad, entendida esta como una enfermedad.

La obesidad, es un eufemismo para denominar a la gordura, y que posibilita denominar a las personas gordas como obesas. Cabe destacar que nuestra cultura tradicional tiende a asociar la gordura, u obesidad, con la buena salud. En simple, la obesidad se caracteriza por el exceso, la acumulación de grasa en nuestro organismo y es medida mediante un índice de masa corporal (IMC). Es una enfermedad porque este exceso de grasa es factor de riesgo de enfermedades tales como las cardiovasculares, diabéticas, gastrointestinales y otras.

Estas consecuencias de la obesidad y la creciente proporción de personas que la padecen, son las que la han convertido en un tema de salud pública en consonancia con lo que se está dando en el mundo. El sedentarismo que vivimos en estos tiempos modernos, no hace sino agravar la situación como lo demuestra el que tan solo hace 30 años atrás, mientras nuestros niños de 6 años eran obesos, hoy esta cifra es del 23%. O sea, casi uno de cada cuatro niños son obesos. Si lo son a esa edad, qué cabe esperar cuando mayores y la consecuente demanda de servicios de salud asociados.

El tema ha terminado por ser político en el que se rasgan vestiduras en torno a la libertad de los individuos, de las familias y el rol del Estado. Y cada uno de los actores políticos van tomando posiciones, observándose cruces interesantísimos tanto en la izquierda como en la derecha, y en el mismo centro político.

La derecha desde siempre ha pregonado, privilegiado la libertad, particularmente la económica, porque la libertad política, cuando la aceptan, es a regañadientes. Y no han faltado las voces que se levantan contra el proyecto por considerar que se inmiscuye en la libertad que tenemos para elegir. Llegan a hablar de que le estamos “quitando un caramelo a un niño” y vaticinan la generación de un mercado negro de golosinas o comida chatarra. La lógica parece impecable, sin embargo, no es la misma que aplican a la hora de legislar sobre el aborto o la píldora del día después. Por la izquierda esta libertad la ponen en jaque por las consecuencias que en materia de salud pública se generan al reducirse las potencialidades de desarrollo de las personas afectadas.

Sin embargo, desde la propia derecha están asomando posiciones más realistas, en particular desde el gobierno, porque otra cosa es con guitarra. Desde los think tanks de derecha, particularmente desde Libertad y Desarrollo, alimentador de ideas de la UDI y financiada por los más poderosos grupos empresariales nacionales, se escuchan los gritos más destemplados contra el proyecto. A veces está la duda si esta oposición es por el amor a la libertad para elegir, o al lucro que les genera la producción de comida chatarra.

Debo confesar que soy escéptico a soluciones basadas en leyes que no hay cómo verificar que se cumplen, aunque de todas formas pueden servir para ir generando conciencia del problema que se está abordando. Confío más en una concepción de combatir los males con la provisión de información clara respecto de los daños que producen dichos males y aplicarles impuestos, y destinar los recursos recaudados a promover los bienes mediante la aplicación de subsidios para la producción de estos bienes. En consecuencia me inclino a aplicar fuertes impuestos a la producción de comida chatarra y subsidiar la producción de comida sana.

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