marzo 17, 2011

Tsunami en Japón

Japón nos quitó el 5° puesto que ostentábamos con un terremoto de grado superior al último nuestro y que vino acompañado de un maremoto de dimensiones inconmensurables. Las imágenes televisivas dicen más que mil palabras y sus consecuencias aún no se logran dimensionar.

El tema no es irrelevante para nosotros porque estamos hermanados con Japón gracias a la sismicidad de nuestros suelos. Los terremotos y maremotos son nuestro común denominador, razón por la cual debemos sacar las lecciones que el caso amerita. Tenemos que compartir experiencias, aprender de las consecuencias que las catástrofes generan.

Desde el punto de vista emocional no parece ser el momento de tomar decisiones, pues serían en caliente, pero sí es la oportunidad para reflexionar, debatir aquello que no debatimos o descalificamos a priori y darnos cuenta que abordar con ligereza el tema de los asentamientos poblacionales y/o centrales nucleares, no es broma. Lo ocurrido en Japón es prueba de ello.

Digámoslo con claridad. Entre las lecciones que debiésemos madurar quisiera destacar dos de ellas. La primera, es que en las zonas potencialmente inundables no deben existir asentamientos poblacionales. Así de simple, y por tanto deben ir elaborándose estrategias de relocalización de corto, mediano y largo plazo; la segunda, es que debemos descartar de una vez por todas, la alternativa de las centrales nucleares.

Afortunadamente, el tsunami no alcanzó a llegar a nuestras costas con la fuerza suficiente como para provocar mayores daños, sin embargo, si hubiese llegado con mayor energía, los daños habrían sido mayúsculos. Si bien la probabilidad de ocurrencia de estos fenómenos es baja, ella existe, y por tanto, debemos adoptar las medidas precautorias mínimas, al menos en beneficio de las futuras generaciones. Las imágenes que vimos del tsunami nos mostraron la magnitud del fenómeno telúrico y de la impotencia humana para enfrentarlo.

Cuando creíamos dominada la naturaleza gracias al desarrollo científico-tecnológico, la misma naturaleza nos viene a recordar y demostrar que estamos a años luz de ello. En consecuencia, estamos también ante una invitación a ser más modestos, a no creernos el cuento.

Esto viene a darse justo cuando en Chile se estaba abriendo cauce a la alternativa de la energía de origen nuclear para cubrir el creciente consumo energético nacional como consecuencia de nuestro desarrollo. El peligro que entrañan las plantas nucleares ha sido puesto al tapete gracias a las consecuencias de sus fallas originadas por el terremoto japonés. Este peligro no debe, ni puede ser minimizado. Chile, y el mundo, deben renunciar a esta opción, y con ello, modificar su patrón de desarrollo, por otro menos demandante y dependiente de energía. Aún cuando estadísticamente la probabilidad de ocurrencia de estas fallas sean reducidas, cuando ellas ocurren sus daños son inconmensurables –en términos genéticos, malformaciones congénitas y cánceres- tanto para las generaciones actuales como futuras.

No tenemos derecho alguno a producir tales daños. Nada justifica proseguir por esta senda, ni siquiera las razones económicas. Es falso creer que la producción de electricidad por la vía nuclear sea barata. Las centrales nucleares requieren sistemas de seguridad de altísimo costo –que por lo general se tienden a eludir-, y generan dependencia de los escasos proveedores de uranio enriquecido.

En consecuencia, es la oportunidad para promover e impulsar el desarrollo de energías renovables no convencionales, descartar las centrales nucleares, y modificar nuestro modelo de desarrollo para encaminarnos hacia otro a escala humana.

En Chile, el gobierno aprovechó una vez más la ocasión para sobreactuar, exagerando su capacidad de prevención y efectuando afirmaciones indebidas. El mensaje que se procuró transmitir fue que este gobierno actuó responsablemente, oportunamente, eficazmente, a diferencia del gobierno de Michelle. La idea es dejar en el aire que los daños del 27F en nuestro país habrían menores con Piñera en el gobierno.

Sin embargo la farsa está demasiado a la vista. No es comparable un evento ocurrido en el país sin previo aviso, con un SHOA impávido, que uno ocurrido en un país a miles de kilómetros y con un aviso de al menos 12 horas y un SHOA que por momentos parece haber perdido la brújula. Sin un 27F quizá qué hubiese hecho el gobierno: gracias al 27F uno espera que algo hayamos aprendido. Ahora sería bueno que aprendamos a sacar las lecciones correspondientes, entre ellas, la de que el gobierno no sobreactúe y se tire flores a sí mismo. Más vale dejar que la ciudadanía juzgue.

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