agosto 07, 2017

¿Nos va bien o mal? ¿de qué depende? ¿del modelo o del gobierno?

Para unos, cuando las cosas se dan bien, es gracias al modelo, al sistema; para otros es gracias al gobierno. Cuando las cosas no se dan bien, los primeros, los que respaldan el modelo, se defienden afirmando que la responsabilidad es del gobierno; los segundos se parapetan en las deficiencias del modelo.

Todo gobierno tiene objetivos que aspira satisfacer a partir de lo que hay, de los recursos que están a su disposición, institucionales, culturales, sociales, políticos, económicos. Conduce administrando lo que se tiene, un modelo, un sistema configurado a partir del conjunto de recursos que se dispone. Configuración que está dada por la lógica o el racional dominante, esto es, un marco cultural determinado. El que se tiene en Chile es la lógica neoliberal, de libremercado, competitiva, que se impuso en dictadura y que mantiene su impronta luego de más de 25 años de transición democrática.

Desde los 90 los gobiernos han estado administrando este modelo neoliberal, buscando introducir regulaciones orientadas a limar sus aristas más duras. Un modelo que se mantiene incólume, ya sea por la capacidad de veto que ha ejercido la oposición de derecha, como porque desde los propios gobiernos ha habido cierta renuncia a insistir en sustituirlo. Renuncia que se explica por el peso de la dictadura en los primeros años, por un contexto de caída de los socialismos reales y falta de claridad respecto del modelo de reemplazo, como por los amarres con que fue instalado y que la derecha ha defendido con uñas y dientes; y también, porque parte importante del país, con el paso del tiempo, se subió al carro del individualismo, de arreglárselas cada uno por su cuenta.

Es así como hoy tenemos un país de al menos dos velocidades: aquel en el que están quienes repletan los restaurantes y las carreteras los fines de semana, quienes viajan más que nunca y tienen los aeropuertos y terminales de buses colapsados, que aprovecha las oportunidades, que atrae a inmigrantes en búsqueda de un mejor destino. Desgraciadamente también está este otro país que sigue pateando piedras, aquel constituido por quienes están al margen de la modernidad, o quienes se suben a duras penas, que sobreviven con horarios de trabajo extenuantes, en condiciones laborales precarias, sin contrato, los marginados, los endeudados de por vida, los vendedores ambulantes, los cuidadores de automóviles. Este otro país es el de los condenados, el de los perdedores; el otro es el de los ganadores.

Estos dos países, son consecuencia ¿del modelito o de los gobiernos que tenemos? ¿o de ambos? ¿o depende más de lo que pasa afuera? Estas son las preguntas del millón. Personalmente quiero vivir en un país, no en dos o más países que no se miran ni se tocan. Quiero vivir en un país donde podamos mirarnos de frente, sin exclusiones, sin abusos, sin privilegios, donde la meritocracia no sea una mentira, donde el pillo no sea el ganador, donde todos tengamos una pensión respetable, no dos o más pensiones, donde el fraude no sea la tónica, donde la política tenga sentido, donde el comportamiento ético no valga callampa. ¿Es mucho pedir?

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