enero 27, 2017

Chile: en estado de catástrofe

Las especulaciones en torno a los incendios que ya han afectado a más de 300,000 hectáreas se suceden diariamente, minuto a minuto.

Unos ponen el acento en la reacción del gobierno, de sus autoridades y de las organizaciones públicas relacionadas. Podemos discutir ad infinitum al respecto y no llegaremos a acuerdo alguno. Todo esto es muy legítimo, pero inconducente en la hora actual. Mal que mal, no es el gobierno el que ha provocado los incendios. El momento sobre la forma cómo ha abordado esta catástrofe llegará una vez que lo hayamos logrado sortear, no antes.

Otros ponen el foco en las empresas forestales responsables de las plantaciones de pino y eucaliptus por tratarse de especies altamente combustibles y que secan los suelos. Es cierto, tales plantaciones consumen mucho más recursos hídricos que las especies nativas, lo que en las condiciones actuales de escasez de agua no deja de ser relevante.

Sin embargo, no son los pinos y los eucaliptos los que provocan los incendios en sí, sino que su mal manejo promovido y estimulado por un decreto ley (el famoso DL 701) establecido en tiempos del innombrable, a inicios de su gobierno, allá en 1974, siendo entonces el director de la Corporación Nacional Forestal (CONAF), el famoso Julio Ponce Lerou, el yernísimo, y que entregó millonarias bonificaciones, a familias relacionadas con la Papelera (CMPC) del grupo Matte, y con la empresa Arauco del grupo Angelini. Como puede observarse, no eran modestas familias que habían perdido sus enseres como consecuencia de desastre alguno.

Otros ponen el énfasis en el aumento de las temperaturas originados por el cambio climático, otros en un mal, o no mantenimiento de los cables de alta tensión; otros ponen el foco en la intencionalidad de pirómanos, cuatreros terroristas incendiarios: unos ven la mano negra de un terrorismo mapuche que se ha trasladado hacia las regiones del Bío Bío y del Maule; otros ven la mano mora de las propias empresas forestales interesadas en el cobro de los seguros comprometidos; otros en la precariedad de recursos disponibles para combatir los incendios.

Lo concreto es que en este minuto, más allá de las divagaciones, solo quedar concentrar toda nuestra energía en superar la emergencia. Si salimos airosos, ya habrá tiempo para analizar lo que pasó y adoptar las políticas, acciones, las medidas, los castigos que correspondan. Ojalá lo ocurrido sirva para tomar conciencia que más vale prevenir que curar.

enero 24, 2017

Chile en llamas

Foto de Christopher Burns en Unsplash
Por estos días es imposible no reflexionar en torno a los incendios que están afectando a Chile. Ya superan las 100,000 hectáreas las afectadas, esencialmente forestales y viñas. Se trata del mayor registro histórico de superficie arrasada por el fuego que está afectando a la zona central del país.

La envergadura del drama, más que buscar responsables, obliga a pensar en qué hacer para evitar que se repita y suframos las consecuencias que se derivan. Lo señalado no quita que de existir responsabilidades individuales, empresariales o de cualquier grupo, se deje caer todo el peso de la ley.

Para reducir el riesgo de incendio será preciso identificar sus causas gruesas. No siendo experto en el tema, me aventuro a explicitar las siguientes: las altas temperaturas que por estos meses se registran, que tienden a ir en aumento y que incrementan las posibilidades de que cualquier chispazo desencadene una tragedia. Altas temperaturas que están vinculadas con el cambio climático, el calentamiento global. Chile es una de los países que está siendo más afectado por este fenómeno que en USA su nuevo presidente Trump parece mirar a huevo.

La otra cara de la moneda está dada por la escasez de agua. Nuestra cordillera, verdadero contenedor de agua con sus nieves eternas, está dejando de serlo, razón por la cual la disponibilidad de recursos hídricos parece ser cada vez menor. A lo anterior se agrega que su demanda es cada vez mayor por parte de los distintos sectores –industrial, minero, agrícola, humano-.

A las reflexiones anteriores debemos agregar que el grueso de la superficie arrasada corresponde al sector forestal, con plantaciones de pinos o eucaliptus, especies no autóctonas que se inflaman con extrema facilidad. La CONAF, entidad estatal responsable del manejo forestal nacional, debe revisar sus políticas al respecto. No cabe duda que las capacidades, tanto de CONAF como de las empresas forestales, no guardan relación con los riesgos de incendios.

Por el lado de nuestra conciencia y capacidad para combatir el fuego deja bastante que desear como lo ilustra el carácter voluntario del cuerpo de bomberos que tanto nos enorgullece. Desgraciadamente los tiempos que corren obligan a revisar esta visión. Si deseamos un contingente de bomberos profesionalizado, capacitado, con los recursos y las tecnologías que los tiempos modernos proveen, necesariamente tenemos que cambiar nuestra actual mirada romántica, con bomberos dependiendo de la caridad, del municipio, o solicitando aportes voluntarios en peajes, cruces de calles.

Ojalá que pasada la emergencia, no se disipen todas las iniciativas que por estos días han estado surgiendo para que no volvamos a vivir este drama que nos destruye. De lo contrario volveremos tropezar una y otra vez con la misma piedra. En nuestras manos está reducir significativamente lo posibilidad de que esto vuelva a ocurrir.

enero 19, 2017

Trump: Jugando con fuego

Al momento de asumir Trump la presidencia de USA, Ronald Reagan quien fuera presidente en la década de los 80, debe estar revolcándose en su tumba. No sé si agarrándose la cabeza a dos manos por el estilo de su correligionario republicando Trump, y la relación que tiene éste último con Putin, el jerarca ruso; o aplaudiéndolo.

El mundo está expectante. Algunos temen lo peor, que concrete lo que sostuvo durante su campaña, esencialmente que expulse a millones de inmigrantes “ilegales”, que se desate una guerra comercial a través de políticas impositivas a empresas que han instalado sus fábricas en terceros países, y que los tratados de libre comercio vivan su ocaso.

Durante su campaña el eslogan de Trump caló hondo, “great again” (para volver a ser grandes) especialmente entre los trabajadores blancos, semianalfabetos, que han perdido su trabajo, que ven programas de televisión de chatarra y que se alimentan de comida chatarra. El país imperial, que no pocos admiran por su nivel de desarrollo, será gobernado por la antítesis de lo que es y fue Obama, su predecesor. Pasando a llevar todos los conductos regulares, diplomáticos, formales, desde que fue elegido hasta el momento de asumir, ha tenido la desfachatez de usar una red social (twitter) para pautear a quienes serían sus colaboradores, a sus compatriotas y al mundo entero, respecto de lo que hará.

Otros, los menos, afirman que no pasará nada, porque USA posee un sistema democrático consolidado, con equilibro de poderes, donde ningún presidente puede hacer lo que quiere. Se reafirman en que otra cosa es con guitarra. Y que de saltarse las reglas establecidas, no alcanzaría a terminar su presidencia. Es lo que apuestan no pocos si es que pretende concretar algunas de las acciones comprometidas a lo largo de su campaña.

El mundo está expectante porque percibe que la responsabilidad de gobernar una potencia atómica no es broma, porque teme un regreso a los tiempos de la guerra fría, ya no con la Unión Soviética ni con Rusia, sino con China. Una China muy distinta a la China campesina y empobrecida de Mao, una China que ya es una potencia mundial. Una China comunista en el plano político, con una férrea dictadura impuesta por un partido único, pero que abraza el libre mercado en lo económico. En qué terminará este cuento, pocos lo saben.

No deja de sorprender que frente a las amenazas de Trump se levante China defendiendo las banderas de los tratados de libre comercio. Si alguien de mediados del siglo pasado resucitara hoy, no entendería nada, encontrándose con un mundo al revés.

enero 10, 2017

Festival de candidatos presidenciales

Este período estival está siendo amenizado por un festival de candidatos presidenciales en medio de una apatía ciudadana sin precedentes, lo que demuestra que en este país, y muy probablemente también en muchos otros países, se está transitando por dos pistas, la del mundo político y la del mundo de las personas comunes y corrientes, cuya mayoría le está dando la espalda a los políticos.

No cabe duda que existe un desencanto con la democracia que tenemos. Al parecer, porque nos habíamos hecho expectativas, defraudadas, no obstante los innegables progresos que se registran desde la última década del siglo pasado. Progresos que se expresan esencialmente en términos de la reducción de los índices de pobreza y los aumentos en las capacidades de acceso a bienes y servicios que en el pasado nos estaban vedados.

Estos progresos debieran llevarnos a mayores niveles de satisfacción. Sin embargo, no es precisamente esto lo que observamos, sino que por el contrario, un malestar, desencanto, como consecuencia de un creciente sentimiento de marginalidad, fragilidad y precariedad que termina por sembrar inseguridad.

No pocos han dejado atrás la pobreza para conformar lo que podría llamarse una capa media baja, pero a costa de más horas de trabajo, más informalidad, más trabajos temporales y/o más endeudamiento, más dependencia de subsidios, por lo que ante cualquier crisis están ante la posibilidad cierta de volver a la pobreza. Y bien sabemos que las crisis están a la vuelta de la esquina y no dependen tanto de nosotros mismos, de nuestros méritos, de nuestra capacidad para aprovechar oportunidades, como de ”terceros”, quienes tienden a ser tanto políticos como empresarios o ejecutivos llamados a cumplir órdenes o normas.

En medio de este escenario llama poderosamente la atención el énfasis puesto en torno a las distintas candidaturas presidenciales sin que exista similar énfasis en las propuestas o programas, así como en los equipos de trabajo. Como si se pensara que da lo mismo, lo importante es el candidato. El programa sería lo de menos.

Desafortunadamente la experiencia nos dice que no da lo mismo, que el programa de gobierno es tanto o más importante que el candidato, sobre todo cuando tras el candidato hay una coalición. Si soslayamos el programa de gobierno, lo reducimos a unas pinceladas gruesas, corremos el riesgo que cada uno interprete su contenido a su pinta, decorándolo con sus respectivos matices. Y la credibilidad de un programa está dada por el candidato.

Urge que cada candidato, y su respectivo equipo de trabajo, vayan más allá de generalidades, de expresiones de sentido común y se la jueguen con posturas claras sobre cada una de las temáticas públicas de interés ciudadano que hemos visto posponer una y otra vez sin que nadie le ponga el cascabel al gato.

¿Hasta cuándo seguiremos jugando a las escondidas? El país no puede continuar con este diletantismo sin que su convivencia se vea afectada. Es hora de cada candidato visibilice su propuesta y equipo de trabajo con absoluta claridad, y deje de andar jugando a los bandidos. De lo contrario se corre el riesgo que la abstención ciudadana siga en ascenso.

enero 05, 2017

La cara obscena de la democracia en USA

A punta de twitteos Trump ya está gobernando USA, aún cuando oficialmente recién el 20 de este mes asuma la presidencia.

Vía twitter ya no insinúa lo que va a hacer, sino que está afirmándose en lo que fue su campaña electoral y que le permitió romper todos los pronósticos. El triunfo de Trump es la derrota del neoliberalismo, de las políticas pregonadas desde los tiempos de Reagan y continuadas sin mayores escrúpulos por demócratas y republicanos. Todos tocaron las teclas económicamente “correctas” siguiendo las directrices de la Escuela de Chicago, del FMI y del Banco Mundial. El paralelismo con el caso chileno y de tantos otros países no deja de impresionar.

Trump ganó porque la gente se cansó de ver cómo mientras unos pocos se arreglaban los bigotes, el grueso de los mortales pasó a vivir en la cuerda floja. En el duelo entre el capital y el trabajo, el primero salió ganando por paliza, mientras el factor trabajo se precarizó, perdió peso y el capital ha terminado por inclinar la balanza a su favor de la mano de gobiernos obsecuentes con los de arriba y duros con los de abajo.

El centro y la izquierda, no obstante los innumerables triunfos electorales obtenidos en los más diversos países, han sido incapaces de revertir un proceso de desmantelamiento de la limitada base industrial que con mucho esfuerzo se había logrado levantar. Desmantelamiento preconizado como dogma por quienes abrazaron un neoliberalismo ramplón bajo la tabla de los nuevos mandamientos de mercados supuestamente libres, pero más falsos que Judas. Neoliberalismo que terminó por cooptar a buena parte de políticos y académicos economistas supuestamente “expertos”.

La pérdida de la brújula por parte de lo que fue históricamente el centro y la izquierda es la que está propiciando el ascenso de la derecha extrema, de un nacionalismo que creíamos haber dejado atrás.

Si Trump no fuese Trump, un magnate, un engendro del neoliberalismo, muy probablemente ya estaría descalificado por comunista. Esto de amenazar a un par de empresas norteamericanas, Ford y General Motors con aplicarles impuestos si persisten en fabricar sus automóviles en México, habla de un lenguaje y una actitud reveladora de una prepotencia. Habla mal de USA y su democracia. Qué democracia es esa donde quien fue electo presidente se dé el lujo de decir lo que se le antoje como si no tuviese que rendir cuentas a nadie? En una democracia se asume un equilibrio de poderes, equilibrio destinado a que nadie se salga de madre.

Las expresiones, las conductas, las acciones de Trump –en USA, en México, con Rusia, China- están desnudando la naturaleza de los distintos poderes en USA, y pone en jaque su condición de modelo de democracia ante el resto del mundo. Viendo a Trump, me recuerda al innombrable por decir y hacer lo que quiera. Eso es cualquier cosa menos una democracia.