junio 15, 2016

Los encapuchados: la barbarie en acción

Los encapuchados han sido un dolor de cabeza! Qué duda cabe! Para quienes se manifiestan, para quienes sufren sus consecuencias, para quienes respaldan las ideas, los conceptos que están tras los movimientos sociales.

Sin querer queriendo, con sus acciones, los encapuchados están contribuyendo a perpetuar la vigencia de un modelo económico social que tiene al país sumido en un malestar cuya duración se está prolongando en demasía.

En efecto, los encapuchados están logrando objetivos que probablemente no tenían en carpeta. A modo de ejemplo, están logrando reducir los niveles de adhesión a las movilizaciones, están incrementando los niveles de escepticismo sobre las reales posibilidades de que las reformas, por las que supuestamente pregonan, se concreten. Esto es, están llevando agua a otro molino.

A un molino que junto con multiplicar sus actuar destructivo y sembrar inseguridad, espera agazapado su turno para instalar la dictadura que les provea la paz y seguridad que caracterizan a los cementerios. Un molino que en el fondo celebra alborozado sus actuaciones.

En democracia, en un estado de derecho, allí donde existe el debido proceso, los encapuchados no tienen razón de ser, y por lo tanto, su existencia debe ser constitutiva de delito. Bajo la dictadura, los que daban la cara, las vieron negras; en democracia, los que las deben ver negras son los encapuchados, no los que dan la cara.

Lo que en el fondo pareciera que están cuestionando los encapuchados es si realmente estamos en democracia o si seguimos en dictadura. Si bien nos falta para tener una democracia como Dios manda, con todas sus limitaciones, que no son pocas, no podemos ignorar que podemos expresarnos y disentir pacíficamente, sin que esbirros propios de las dictaduras nos vengan a sacar de las casas para hacernos desaparecer. No perdamos el sentido de las proporciones.

La democracia tiene todo el derecho a defenderse de quienes nos quieren retrotraer a tiempos violentos. La violencia nada engendra. El único camino hacia el progreso es el de la paz, la no violencia, el diálogo, el mirarse cara a cara, al descubierto. No hay atajos.

En el caso particular de las marchas estudiantiles, frente a la incapacidad por evitar la infiltración de encapuchados y la consiguiente secuela de destrucción, es hora de hacer un alto para reflexionar sobre caminos alternativos, pacíficos, que ayuden a sumar adhesión en vez de restar; que ayuden a acelerar las reformas, en vez de retrasarlas o distorsionarlas.

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