septiembre 18, 2015

Desde Cartagena de Indias

Estas líneas se escriben desde la histórica, colonial y cálida Cartagena de Indias, localizada en Colombia, país que vive, como tantos otros países, el drama de la desigualdad, la inseguridad, el narcotráfico.

Fundada en 1533 por los españoles, esto es hace ya poco menos que 500 años, se constituyó en un importante puerto comercial y de tráfico de esclavos. Desde entonces ha experimentado el acoso de ingleses y franceses, lo que explica las numerosas fortificaciones de las que está revestida y que delimitan su centro histórico marcado por sus balcones y respeto a su arquitectura que luce sobremanera gracias a la exuberante vegetación que la acompaña, en particular helechos, palmeras y buganvillas de brillantes colores.

Cuando Colombia alcanza la independencia en 1811, ya Cartagena de Indias había perdido el rol estratégico y comercial que caracterizaba a la ciudad, viviendo un período de estancamiento que logró sortear recién el siglo pasado sobre la base de dejar atrás los recuerdos de tiempos gloriosos y asumir en plenitud su condición turística a partir de su arquitectura colonial acompañada de la alegría, ritmo y calidez de su gente, la que se expresa en todo momento, pase lo que pase. Por sus venas, en vez de sangre, parece circular música, ritmo, vallenato, rumba, lo que les impediría conocer el derrotismo. En este plano, los chilenos tenemos mucho que aprender de ellos.

De Cartagena es difícil no destacar a sus mujeres, al igual que en toda Colombia, ya sea por su andar, su gracia, su sensualidad, su alegría. Los chilenos ya estamos sabiendo de ello gracias a la fuerte inmigración hacia nuestro país que se ha estado produciendo en los últimos años en busca de mejores horizontes. No obstante las dificultades que vive Colombia, sustantivamente mayores que las que enfrenta Chile, y tener un ingreso per cápita significativamente menor al de Chile, quien sabe porqué, al lado de ellos nosotros parecemos un pueblo triste, sin alegría de vivir.

De su gastronomía llama la atención el contraste en que oscilan sus comidas. Por un lado está la frescura de sus sabrosas frutas y jugos naturales, y por otra, sus frituras, de allí que se observen tanto jóvenes y adultos delgados, físicamente bien dotados, sin grasas; como obesos, estos últimos adictos a frituras y comidas chatarras.

Visito Colombia en un momento muy especial, cuando crece la tensión con Venezuela como consecuencia de la deportación decretada por Maduro, tensión que no se expresa a nivel de quienes habitan estas hermosas tierras, dada la afinidad existente entre ambos pueblos. También es un momento especial porque luego de más de 4 décadas de guerrilla, que tanto han debilitado a un país bien dotado por la naturaleza, emerge una luz de esperanza. Actualmente, las fuerzas en pugna parecen estar empeñadas en un proceso destinado a alcanzar una paz definitiva, como se lo merecen los colombianos.

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