junio 04, 2015

Doble estándard

Días antes de la elección del mandamás de la FIFA, la justicia norteamericana resolvió ordenar la detención de más de una decena de entre sus más altos dirigentes por denuncias de corrupción. El cerco se estrechaba sobre Blatter, su máximo dirigente, quien iba una vez más a la reelección. A pesar del escándalo, Blatter ni se inmutó, mantuvo su candidatura y ganó una vez más la presidencia de la FIFA, riéndose de los peces de colores. A los pocos días, renuncia.

Nadie duda que la corrupción ha hecho presa de la FIFA. No es un tema de ahora, sino que se viene arrastrando desde los tiempos de Joao Havelange. El negocio es muy atractivo, son millones de millones de dólares los involucrados, la tentación es fuerte. En tiempos de neoliberalismo, la resistencia al virus de la corrupción es débil. Esto vale en este caso y en muchos otros.

Lo que no deja de llama la atención es que la justicia norteamericana haya venido a percatarse hoy que hay corrupción en el seno de la FIFA. ¿porqué la denuncia surge ahora y no antes ni después? Si bien la conducta de Estados Unidos de Norteamérica (USA) no deja de sorprender, haciendo un catastro cabe recordar algunas de las volteretas de un país que se precia de ser símbolo de las libertades y la democracia.

Recuerdo que la familia Bush tenía negocios con Osama Bin Laden. De la noche a la mañana Osama, de amigo del occidente, pasó a ser el terrorista número uno a nivel mundial. ¿qué pasó en el interín? Nadie sabe. Recuerdo también que Saddam Hussein, en Irak, fue apoyado por USA y era considerado amigo de occidente. De vuelta, de un día para otro, Saddam Hussein pasó a ser el enemigo quien había que derrocar. Lo derrocaron y ahí está Irak, más destruido que ayer, y generándose un nuevo monstruo de mil cabezas: el Estado Islámico.

Recuerdo que USA respaldó las dictaduras latinoamericanas existentes a mediados del siglo pasado. En Cuba, Fulgencio Batista fue colocado y apoyado por USA; al igual que Leonidas Trujillo en la República Dominicana, Marcos Pérez Jimenez en Venezuela y Gustavo Rojas Pinilla en Colombia. Una vez desgastadas, los gobiernos norteamericanos les retiran su respaldo. Lo mismo ocurrió con las dictaduras latinoamericanas que sobrevendrían después. En el caso chileno, Nixon, junto con Kissinger, no dudó en promover y financiar la caída de Allende para entronizar al innombrable. Menos de dos décadas después, le quitaron el piso. Lo mismo ocurrió con las dictaduras militares que se instalaron por la misma época en Argentina, Brasil y Uruguay, todas con el respaldo civil de no pocos políticos y empresarios.

En todos estos casos visualizo un común denominador: juegos de intereses que terminan por tirar por la borda hasta las mejores intenciones, y que explican dobles estándares e inconsistencias que perduran hasta el día de hoy en los más diversos ámbitos.

Está bien, tarjeta roja para la FIFA, pero la tarjeta roja hay que aplicarla siempre, ante todo acto de corrupción, no solo cuando me conviene. En caso contrario, pierde valor.

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