julio 27, 2012

La pobreza y el salario mínimo

Finalmente salieron los resultados de la encuesta CASEN, los que han pasado a ser los indicadores del nivel de pobreza en nuestro país. Los resultados que conoce la opinión pública han abierto un nuevo debate político que ha pasado a reemplazar al de semanas anteriores entorno al salario mínimo. El gobierno se vanagloria de logros que asume suyos, en tanto que la oposición denuncia que las cifras no son en modo alguno para cantar victoria.

Hagamos un intento por sacudirnos de la hojarasca por la vía de echarle mirar las tendencias y los contextos en que ellos tuvieron lugar. La tendencia, a lo largo de las últimas décadas revela una caída en la pobreza de nuestro país. Hoy es de menos de la mitad de la que existía 20 años atrás. Similar tendencia es la que se da con la pobreza dura, la indigencia, o como se quiere llamar ahora, eufemísticamente, “en situación de calle”. Este período coincide con el de la llegada de la democracia, que con todas sus persistentes limitaciones, hizo posible que hoy estemos con un país diametralmente distinto que interactúa con un mundo que ya no le da las espaldas. Todo esto en un contexto en el que también existieron crisis internacionales.

El país ha sorteado dificultades no sin esfuerzo y con altos costos. Así como ayer el tema clave era el de la reducción de la pobreza, hoy sigue siéndolo junto con el de la desigualdad. El debate hoy hay que centrarlo en términos de la velocidad con que está bajando la pobreza. Estadísticamente, en relación al crecimiento que ha experimentado el país, se esperaría una disminución de la pobreza significativamente mayor. Con las tasas de crecimiento que tenemos, el volumen de actividad y empleo que se está generando, sorprende que la pobreza no disminuya más rápidamente.

De hecho, uno de los principales logros que el gobierno persistentemente señala es el asociado a la generación de empleo, que en casi dos años ha crecido en poco menos del 10%. Surge entonces la pregunta clave: ¿hacia dónde se dirigen los beneficios que reporta el crecimiento? Si el país se encuentra boyante, pleno de actividad, brioso, con altos niveles de empleo ¿porqué tanto temor a la fijación de un salario mínimo más elevado? Si no es ahora ¿cuándo? Es de presumir que son los más pobres quienes reciben bajos salarios, por lo que su aumento les beneficiaría sustancialmente. Es necesario recordar que casi un millón de chilenos reciben el salario mínimo. Pero no, desde las esferas gubernamentales se afirma que no se puede poner en riesgo al país. ¿Alguien puede creer, de buena fe, que un salario mínimo de $200,000 mensuales puede poner en riesgo el crecimiento de Chile? En su lugar, prefieren aplicar bonos, los que por su naturaleza son temporales, específicos, y que se vinculan con una política asistencialista que si bien puede redituar electoralmente, por su dependencia de la voluntad gubernamental, es suprimible en cualquier momento.

La realidad en que nos encontramos, hace posible, sin arriesgar lo alcanzado, subir el salario mínimo y fijar un salario máximo en función de un múltiplo del salario mínimo que contrarreste la propensión existente hacia un aumento en la desigualdad a la que conduce la lógica de mercado imperante. No es posible creer que con un salario mínimo de $200,000 (alrededor de US$ 400), se pone en riesgo el empleo y el crecimiento del país, y que en cambio no lo pone en riesgo un salario mínimo de $193,000. Nadie se puede creer que $ 7,000 mensuales hagan la diferencia entre el estancamiento y el crecimiento.

julio 19, 2012

A río revuelto

El escenario está tan revuelto que resulta difícil vaticinar, a menos de dos años de las próximas elecciones presidenciales, lo que ocurrirá. Los distintos actores políticos están haciendo todo lo contrario de lo que se supone deben hacer.

Por un lado tenemos a un gobierno, la Alianza por Chile, cuyos desaguisados a la fecha ya han dado origen a un sabroso libro titulado Piñericosas. Cualquiera pensaría que no quieren repetirse el plato a pesar de toda una campaña comandada por los mosqueteros, sus candidatos en el gabinete ministerial. Es así como Andrés, en su calidad de Ministro de Defensa se hace parte de todo un operativo militar para localizar a un niño autista desaparecido. Mientras ayer estos mismos efectivos de las FFAA se dedicaban a hacer desaparecer, hoy parecieran dedicarse a la noble tarea de encontrar a un desaparecido.

Pablo, otro ministro presidenciable, que quiere pero no quiere, busca posicionarse empecinadamente como defensor de los abusos a los que son sometidos diariamente los consumidores, obviando que el origen de estos abusos radica en quienes operan en mercados que él ha contribuido a desregular drásticamente. Por último, está Laurence, el más probable candidato gobiernista, y que va a todas las paradas como Ministro de Obras Públicas, asegurando que no es candidato a nada con una sonrisa de oreja a oreja para la foto.

Por el otro lado, una oposición que también hace lo suyo para no ganar las próximas elecciones, tanto municipales, como parlamentarias y presidenciales, a pesar de todas las ventajas que le dan las torpezas oficialistas. Las bases opositoras, la gente de a pie, no sale de su desconcierto al ver el grado de dispersión a nivel cupular, donde el énfasis está puesto en las candidaturas antes que en el desafío de construir un programa común tras un objetivo meridianamente claro. Quizá la mayor exigencia actual a los dirigentes opositores sea la de percatarse que el adversario está al frente, no al lado.

En síntesis, oficialistas y opositores parecieran estar compitiendo por quien lo hace peor.

No pocos están preocupados por lo que ocurrirá con los nuevos electores, como consecuencia de la inscripción automática, ya que éstos podrían inclinar la balanza a uno u otro lado. Sin embargo, lo más probable, que se trate de un temor infundado porque como están las cosas, estos potenciales nuevos electores, difícilmente votarán.

Si bien el padrón electoral se amplió fuertemente, el número total de votantes es posible que no cambie sustancialmente, incluso más, quizás sea menor que el tradicional como consecuencia de la incapacidad existente para vertebrar coaliciones potentes, confiables y con objetivos claros, comprensibles por moros y cristianos.

julio 13, 2012

Razones para reconstruir una mayoría

El contexto que enfrenta el país en la actualidad, tanto interno como externo, es muy distinto al de décadas atrás, e incluso al de unos pocos años atrás: las preocupaciones de ayer no son las de hoy; los temores de hoy no son los mismos de ayer. Lo prueban las diversas manifestaciones que se observan a diario, explosivas, intempestivas.

En lo político, ayer el tema central era recuperar la democracia; hoy es profundizarla. Hoy la exigencia es más y mejor democracia sin las sombras, ni los velos de ayer.

En lo social, ayer el tema central eran los elevados niveles de pobreza imperantes, hoy lo es la desigualdad y la precariedad de quienes salieron de la pobreza y que en cualquier momento pueden volver a caer en ella. También lo es el enriquecimiento desmesurado de ciertos grupos privilegiados. Así como se ha instalado el concepto de sueldo mínimo, también ha surgido la necesidad de frenar los abusos, y surgen voces orientadas a imponer un sueldo máximo.

En lo económico, ayer el tema central era asegurar el mantenimiento y crecimiento del empleo, hoy es la calidad del empleo, lo que ha llevado a muchos a cuestionar severamente el modelo imperante.

En síntesis, ayer, para ganar y dar gobierno, fue necesario conformar una coalición política cuya estrategia, dada la realidad política-económica-social imperante, aconsejaba no tensionar mayormente el modelo dado el poder que conservaban los militares y el empresariado; hoy, en cambio, la nueva realidad pareciera estar aconsejando cambiar las bases de un modelo político-económico-social legal, pero impuesto, y por ello ilegítimo, que ha entrado en crisis en el mundo entero.

La tarea de hoy es gobernar un país inserto en una realidad cuya complejidad es el resultado de un modelo que está mostrando todos sus defectos: el sobreconsumo de las élites, y el consumo de las mayorías basado en el endeudamiento, lo que no es sustentable en el largo plazo.

Para ganar el plebiscito y el gobierno a fines de la década de los 80, vale la pena recordar las ideas fuerza que animaron a sus triunfadores: 1) la democracia es un sistema infinitamente superior a cualquier dictadura; 2) la defensa irrestricta de los DDHH en toda circunstancia; 3) la necesidad de dar gobernabilidad al país y de estar capacitados para gobernar frente a los ataques oficiales de que seríamos generadores de caos.

El actual contexto interno y externo, demanda más y mejor democracia, incorporar el concepto y la aplicación de los derechos sociales y ambientales que complementen los derechos humanos y políticos conquistados. Por otra parte, la sociedad actual ya no tolera la ninguna discriminación, por lo que demanda una reducción de los niveles de desigualdad imperantes, los que obstaculizan el desarrollo. A ello cabe agregar que luego de décadas de crecimiento económico, todo aconseja una fuerte redistribución de sus ganancias, porque la concentración excesiva de los beneficios está frenando el crecimiento.
Todo señala que los grupos neoconservadores o neoliberales que abogan por la desregulación o el libre mercado no están en condiciones de realizar los cambios que se exigen y que en su momento prometieron. La pregunta entonces es ¿Cuál es la mayoría que está en mejores condiciones de hacerlo?

julio 04, 2012

Clientelismo político

En un programa televisivo, quien fuera Ministro de Hacienda en tiempos de Michelle, Andrés, afirmó que Guido “es el líder del clientelismo, de las malas prácticas¨. ¿Razón de tamaña acusación? Por las presiones que habría ejercido sobre él para que contratara a determinados personajes a cambio de que le aprobara los proyectos que como Ministro presentara al Congreso.

El clientelismo existe en todos los niveles, no solo en el campo político, donde por lo que general se trata de intercambio de favores a partir de los poderes que las partes tienen. En este intercambio el cliente es una persona que otorga su apoyo electoral, mediante su voto, a quien le provee algún favor expresado en el acceso a un puesto de trabajo o a algún otro beneficio tangible. Un clientelismo menos conocido es el ejercido por los grandes empresarios, quienes brindan su apoyo financiero, particularmente durante períodos electorales a favor de quienes son proclives a sus intereses.

Durante las campañas políticas esto se puede visualizar con mucha claridad por la desigual distribución de recursos publicitarios de que disponen unos y otros. Sobre todo en el caso de aquellas donde se concentra el percentil de más altos ingresos (Vitacura, Las Condes).

Hace no mucho el gobierno invitó a conversar al clan Matte, en su condición de empresarios de una empresa hidroeléctrica, con motivo de su “téngase presente” por el cual dejaron en suspenso sus proyectos energéticos. Este hecho reveló una forma de clientelismo, quizá más sofisticado, más sobrio, pero que no por ello deja de inscribirse en lo que es el clientelismo propiamente tal, esto es, un intercambio de favores al margen de lo establecido, al margen de lo legal, pero no por ello ilegal, aunque sí pueda ser éticamente reprochable.

El clientelismo es consustancial a sociedades con altos niveles de desigualdad, donde coexisten sectores con bolsillos bien llenos y pocos votos, junto con sectores con muchos votos y bolsillos más bien vacíos.

Personalmente me resisto a caer en el clientelismo, pero no es fácil. Recuerdo que hace exactamente 20 años, postulé a la alcaldía de la comuna donde residía, allá donde nace la patria. Durante la campaña recorría los barrios acompañado de mi familia y un grupo de jóvenes entusiastas y voluntarios que se habían comprado mi cuento. En el recorrido una pobladora me interceptó: “Señor: ¿porqué habré de darle mi voto? ¿acaso Ud. me va a pagar las cuentas de agua, luz y gas?” Mi respuesta fue inmediata: “¿Acaso Ud. cree que mi función como alcalde será la de pagar sus cuentas? Mi función será velar por el bien común”.

Como comprenderán los lectores, con esa clase de respuestas, mi candidatura estaba condenada al fracaso. En el fenómeno del clientelismo siempre hay al menos dos partes, las que deben ponerse de acuerdo para “el intercambio de favores”. El desafío es resistir la tentación de no decidir y/o actuar en base a las convicciones, y que uno de las partes rechace una oferta indebida para que el intercambio no tenga lugar.