octubre 01, 2010

Secuestro en Ecuador

De las noticias parece deducirse que el presidente de Ecuador, Rafael Correa, fue secuestrado por policías a raíz de que se les iban a quitar unos beneficios y que con posterioridad fue liberado por fuerzas militares. Un secuestro frustrado porque no se logró el propósito perseguido, pero que traerá cola.

Desafortunadamente América Latina, nuestro continente, sigue dando la hora. No hace mucho, el golpe en Honduras, donde a pesar de la oposición de todo el continente y de todo el mundo, el golpista salió con la suya. Un golpe que mostró descarnadamente una realidad marcada por una institucionalidad débil, frágil, precaria, donde las bayonetas funcionan mejor que las instituciones, donde los partidos políticos no cortan ni pinchan, donde las desigualdades se resisten disminuir. Al igual que en Venezuela y tantos otros países dominados por dictadorzuelos o caudillismos, unos más efímeros que otros.

Lo ocurrido en Ecuador me hizo recordar el secuestro del General Schneider, hace ya 40 años en este mismo mes de octubre. Claro que con algunas diferencias. El General Schneider fue secuestrado por militares y con resultado de muerte. El presidente Correa fue secuestrado por policías y liberado por los militares. Vayan diferencias! Schneider salió cadáver, Correa salió vivo. Pero también habían similitudes en las motivaciones: la mano mora de quienes sienten amagados sus derechos y quienes sienten que el brazo armado está para defender sus intereses. No resisten la institucionalidad vigente cuando ella no sirve a sus intereses. Es la mano de quienes olvidan que disponer del monopolio del poder armado es al precio de supeditarlo al poder político, no para controlarlo.

Este es el tema clave. Cuando el poder armado, constituido por las FFAA y Carabineros, se considera a sí misma como aquel que debe controlar al poder político, estamos mal. Al poder político lo controla la ciudadanía a través de su participación en las organizaciones civiles, en las convocatorias electorales, cuando se vota con un lápiz entre distintas opciones contenidas en una papeleta, previo proceso deliberativo en un marco democrático.

A un presidente no se le saca secuestrándolo ni matándolo, sino que con el voto. Solo el día en que sucesos como los que motivan estas líneas sean impensables, podremos pensar en alcanzar el desarrollo. Mientras tanto tendremos que seguir comulgando con ruedas de carreta.

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