abril 29, 2010

¿Abuso de libertad o de poder?

El caso Karadima, como tantos otros, tiene múltiples aristas en tanto no se revele la verdad tras las denuncias. En esta ocasión, es en torno a los abusos sexuales, pero también puede darse en otras esferas, como es el de los fraudes o abusos bancarios, habitacionales u otros. El tema de fondo es si estamos ante una difamación o una tapadera. Si lo que se afirma, lo que se denuncia es verdadero o falso. Si es falso, estamos ante una difamación, en el que se está ante un abuso de la libertad al levantarse una campaña difamatoria con perjuicios morales difíciles de cuantificar; por el contrario, si es verdadero, estamos ante una asimetría, un abuso de autoridad, de poder como puede ser el caso de la relación profesor-alumno, jefe-subordinado, médico- paciente, banco-cliente persona, inmobiliaria-cliente.

En el caso de las denuncias por abuso sexual, resulta en extremo difícil especular con la posibilidad de que sean falsas y cuyo ánimo sea generar un perjuicio a quien es acusado. Si bien no es descartable a priori, en el plano estadístico debemos convenir que es poco probable que varias personas se coludan o coincidan en formular acusaciones similares. Ello obliga a encarar las acusaciones, en forma inmediata, ordenar las investigaciones de rigor, efectuar el debido proceso, y resolver. Estirar la cuerda, dilatar el abordaje de las denuncias, no puede sino interpretarse como un intento por tapar, por esconder la verdad al amparo de la posición de debilidad en que se sitúa el denunciante frente a un acusado respaldado por un poder constituido. Es la conducta que suelen adoptar las mafias.

Otro ejemplo lo está revelando el terremoto-maremoto del 27F último, en el que edificaciones recientes no resistieron su fuerza. Sus actuales propietarios ven cómo su sueño de toda una vida, la casa propia, se destruye y las inmobiliarias y/o aseguradoras ni se inmutan, refugiándose en letras chicas de documentos, en interpretaciones capciosas o en poderosos bufetes de abogados. Es el poder del dinero. Por esa vía es una batalla perdida la de los propietarios de las viviendas dañadas. El único poder con que cuentan estos últimos es el de unirse para gritar, porque ese grito, si logra ser escuchado más allá de quienes lo emiten, vale oro. Por ello las inmobiliarias intentan acallar este grito procurando negociar individualmente, ofreciendo aspirinas, ofreciendo dinero a cambio del silencio.
Por lo general, cuando observamos la clásica estrategia de dividir para reinar por la vía del análisis caso a caso; de prolongar los procedimientos esperando que el olvido se apodere de la sociedad, difícil e son pensar que estamos ante una operación de encubrimiento. Sí, porque mientras no se compruebe nada se debe asumir inocencia, y por tanto el acusador puede terminar siendo acusado de difamar. El ladrón tras el juez.

abril 22, 2010

El valor de la transparencia

Esta semana se cumplió un año desde la promulgación de la ley de transparencia. Se trata de una ley largamente esperada que apunta a romper el oscurantismo bajo el cual se han desenvuelto históricamente las actividades del aparato público y el destino que tienen los recursos públicos. Esto, sobre la base del derecho a la información que tenemos todos respecto de lo que se hace con nuestros recursos y sus destinatarios; y del deber que tienen los organismos públicos de dar cuenta de sus acciones.

Si las cosas fuesen como debiesen ser, probablemente no sería necesaria una ley para algo que se asume como obvio. Desafortunadamente sin ley, no pocos organismos estatales se dan el lujo de responder cuándo y cómo quieren ante los requerimientos ciudadanos. La ley intenta reparar esto. Que lo logre, ya es otro cuento. Diría que estamos a medio camino, un camino tortuoso, lleno de obstáculos.

De lo positivo debemos rescatar que a partir de la ley, la información que hoy puede conocer la ciudadanía es significativamente mayor que en el pasado. Las tecnologías de información y comunicación ayudan a ello. Los organismos del Estado publican la información exigida por la ley en sus sitios web. También se debe destacar del compromiso y comportamiento de muchos responsables de servicios públicos por recoger el espíritu de la ley, en particular, entregar información que les ayuda a ellos mismos a ser menos discrecionales en el uso de los recursos. La ley procura limitar la corrupción, el ocultamiento o la manipulación de información.

A un año de la ley se puede afirmar que están cambiando las formas con que se hacen las cosas; está siendo más difícil hacer trampas, esconder información. Los corruptos la tienen más difícil.

Pero falta avanzar más, mucho más. De partida, la discrecionalidad sigue campeando. No pocos responsables de instituciones en el que están implicados recursos públicos siguen mirando para otro lado ocultando información o desplegándola de forma tal que no muestra lo que debe mostrar. Mucha información dispersa, no integrada que impide tener la visión que se requiere de una realidad. Y también está el caso que la implementación de esta ley ha exigido recursos que muchas instituciones no poseen, como es el caso de muchas municipalidades cuyas precarias condiciones operacionales les han impedido aplicar la ley a cabalidad.

Pero una de las razones por las que no se ha avanzado más no tiene que ver con platas, ni con voluntades de directivos, sino que con nosotros mismos: con nuestra capacidad para exigir. Si no exigimos, la ley es letra muerta. La ley nos da el derecho de acceso a la información, pero si no queremos, si no tenemos la voluntad por requerir la información, si creemos que no la necesitamos, estamos perdidos. Con ley o sin ley, si no nos empoderamos como ciudadanos, si nos reducimos a nuestro respectivo metro cuadrado, si nos limitamos a subir y bajar a los señores políticos, pero sin hacer uso de los derechos que nos asisten, estamos sonados.

Nuestra pasividad no es gratis, nos cuesta caro. Para avanzar más, para que la ley se haga carne, necesariamente debemos ser más exigentes. De otro modo nuestro Estado no cambiará mayormente y después no tendremos derecho a llorar sobre la leche derramada.

El desarrollo tiene que ver con esto, con un empoderamiento ciudadano. Para tener un Estado al servicio de los ciudadanos tenemos que creernos el cuento.

abril 09, 2010

Fraudes bancarios

Algunos de nosotros hemos tomado conocimiento de fraudes bancarios que afectan a amigos, conocidos, o a nosotros mismos. Cuando hablamos de fraude bancario estamos refiriéndonos a sustracciones de fondos desde nuestras respectivas cuentas bancarias por parte de terceros no autorizados. Sustracciones a partir de giros en cajeros automáticos y/o de compras en casas comerciales. Si bien, estadísticamente, la cantidad de fraudes puede no ser significativa, en relación a la cantidad de transacciones bancarias que tienen lugar, tiene un impacto significativo en quienes están directamente afectados. Tanto por los montos que pueden estar comprometidos, como por la inseguridad que abre y/o la pobre respuesta que se recibe de los bancos.

Es un tema que no se puede soslayar, particularmente cuando no se ha producido pérdida de tarjetas bancarias ni se han entregado claves a terceros. Se trata de una estafa, un robo, un asalto. Se suele afirmar que uno de las causas es la clonación de tarjetas; por razones obvias se elude hacer mención a eventuales acciones ilícitas por parte de personas al interior de la propia banca. Sin embargo no se puede descartar nada, ni siquiera que las acusaciones de fraude provengan de los propios titulares de las cuentas bancarias. Todo eso amerita una investigación, y la única que puede y debe llevarla a cabo, es el propio banco involucrado, si es que no se quiere implicar al judicializar el caso. En general todo cliente evitará esta última vía por la gangrena que implica en términos de costos y tiempos, amén de que tendrá que lidiar con poderosos bufetes de abogados contratados por la banca.

Es importante consignar que la clonación de tarjetas implica no solo que terceros pasan a disponer de una tarjeta idéntica a la que tiene uno, sino que también se apropia de la clave. ¿Cómo se clonan las tarjetas? ¿En los cajeros automáticos? ¿Desde éstos se extrae la información contenida en las tarjetas para después reproducirla en otra tarjeta física? Quienes no somos expertos en el tema no lo sabemos; lo que sí sabemos es que nosotros, simples mortales y clientes del banco, vemos como nuestros dineros se hacen humo por obra del birbiriloque y que no se nos restituyen los fondos sustraídos apenas realizada la denuncia, amparado en los procedimientos que para estos efectos posee la banca.
Por otra parte el banco exige la contratación de seguros, y en algunos casos existen distintos tipos de seguros, que según sus costos, cubren mayores o menores montos. A estos seguros cuesta encontrarles una explicación para el tipo de eventos en los cuales a un cliente no le incumbe responsabilidad alguna. En vez de guardar los dineros bajo el colchón uno abre una cuenta bancaria porque se asume que allí tendrá sus dineros a buen recaudo. Es absurdo tener que contratar un seguro para compensar transacciones efectuadas por terceros con tarjetas clonadas o realizadas desde el propio banco.

En este plano la reacción del banco debe ser ágil, restituyendo en forma inmediata los recursos sustraídos, iniciar la investigación de rigor en forma inmediata y concluirla rápidamente. Lamentablemente este no es la norma, ni siquiera con los clientes de años.