marzo 31, 2010

Pepe tal cual es

Por el terremoto he pospuesto esta columna que trata del cambio de mando en Uruguay que tuvo lugar el primero de marzo. A su nuevo presidente, Pepe Mujica, muchos ya lo deben haber visto porque vino para el cambio de mando que tuvo lugar acá el pasado 11 de marzo. Al regresar a su país, en sus primeras declaraciones sostuvo que “nunca había visto moverse el piso a tantos presidentes al mismo tiempo”.

Un viejo de 74 años, extupamaro, que en Chile sería como decir un ex-mir, de la izquierda extramuros, la ultraizquierda, la terrorista, que fue encarcelado y torturado en los tiempos dictatoriales uruguayos en que la Operación Cóndor brillaba en todo su esplendor. Hoy un tipo con pinta de abuelo chocho, bonachón, socarrón.

Con estos antecedentes no es fácil explicar cómo llegó a la presidencia. Tabaré, el presidente que se fue con una alta popularidad ayudó, pero en Chile sabemos que eso no basta. A pesar que Michelle contó con más de 80% de respaldo al final de su mandato, ese respaldo no se fue al candidato de su misma coalición. En nuestro país la Concertación adoptó una postura conservadora a la hora de escoger su candidato, como para hacer un alto en el camino luego de 20 años de recorrido gubernamental. En Uruguay, por el contrario, a pesar de estar tan solo 5 años en el gobierno, la izquierda, representada por el Frente Amplio apostó a un salto hacia delante.

A diferencia de nuestras precarias y vapuleadas primarias realizadas en base a la buena voluntad de los partidos y llenas de vicios, las internas o primarias en Uruguay son elecciones amparadas por la legislación. Allá todos los partidos o agrupaciones partidarias tienen la obligación legal de hacer primarias, las que se realizan en un mismo día. En el Frente Amplio postularon Pepe (Mujica) y Danilo (Astori), este último, exministro de hacienda con Tabaré y su preferido y favorito. Danilo representaba la versión blanda de la izquierda, Pepe la más dura. Las encuestas decían que Danilo era un candidato con mayores posibilidades de ganar las elecciones presidenciales, precisamente por su moderación y representar la continuidad de Tabaré. Pero las internas dijeron otra cosa. La base partidaria prefirió a Pepe aún a riesgo de perder la elección. Y la ganó, en segunda vuelta, pero la ganó a pesar de todos los malos augurios y del rechazo que Pepe generaba, sobre todo en las capas altas y medias, no dispuestas a apostar por un ex-tupa.

El pueblo uruguayo apostó por él, un tipo que nos habla en sencillo, en lenguaje cotidiano, por cuya humanidad ha pasado mucha agua, como por todos nosotros. Tiene una gran cantidad de frases para el bronce, pero de ellas rescataré una de ellas: “Yo antes aspiraba a cambiar el mundo. Ahora, la vereda de mi casa”. Una frase que refleja evolución, madurez, pragmatismo, realismo, sensatez, sin por ello, perder la brújula. Un presidente que recientemente sedujo en Punta del Este, balneario del jet set rioplatense, a mas de 1000 empresarios al reiterarles lo que ya sostuviera en esa misma localidad hace ya casi medio siglo otro guerrillero, el Ché Guevara: que la vida económica debe estar supeditada a la política, y no al revés. La diferencia residió en que Pepe no vino a confrontar, sino que a conversar. Dijo que los uruguayos “necesitamos inversión, porque se necesita más y cada vez mejor trabajo”, y por otra parte sostuvo que “la riqueza es hija del trabajo y el trabajo necesita inversión…. No somos Mandrake, no podemos generar riqueza (solo) con decisiones legislativas”.

En él han confiado los uruguayos los destinos de una nación envejecida, con baja tasa de natalidad y cuyos mejores hijos tienden a buscar mejores horizontes más allá de sus fronteras.

marzo 25, 2010

La responsabilidad social empresarial

El terremoto desnudó múltiples realidades, siendo una de ellas el de la responsabilidad social empresarial (la famosa RSE) por parte de las empresas implicadas en la construcción y la venta de edificios (casas, departamentos, oficinas), las inmobiliarias y las aseguradoras.

La pugna que se está dando entre los propietarios de las edificaciones dañadas, me hace recordar la reciente aprobación de la reforma sanitaria por parte de Obama en los Estados Unidos. Al momento de firmar la promulgación de la ley, dedicó la firma a su madre, quien en sus últimos días de vida, no solo tuvo que lidiar contra el cáncer que la afectaba, sino que contra las aseguradoras que se resistían a cubrir los gastos generados por su enfermedad amparadas en la famosa letra chica o en resquicios legales, haciendo tabla rasa de los valores bajo los cuales hemos sido formados y que supuestamente pregonamos.

Hoy, en Chile, estamos empezando a ver un debate análogo entre los propietarios de las edificaciones afectadas, las aseguradoras, las constructoras y las inmobiliarias. Y lo que es peor, vemos cómo algunos de los actores empresariales más implicados, que pregonan a voz en cuello su responsabilidad social, buscan eludirla mediante dilaciones y amparándose en poderosos e influyentes equipos de abogados, dejando a los propietarios en un estado de indefensión absoluta.

Digamos las cosas como son. Que se caiga una edificación con varios terremotos en el cuerpo, que ha soportado el devenir del tiempo por decenas de años, no nos debiera sorprender. Pero que se vengan abajo edificios de reciente construcción, que no fueron levantadas por maestros chasquillas, sino que por poderosas empresas constructoras nacionales, no es aceptable por más fuerte que haya sido el terremoto. Acá hay responsables y víctimas que deben ser resarcidas. O faltó el apropiado estudio de suelos, o las estructuras no eran las apropiadas para soportar la altura de la edificación, o los materiales no fueron los adecuados.

Y la fiscalización falló. Se asume que la recepción de las obras que realizan las direcciones de obras municipales de cada comuna implica la aprobación de ellas. Esta recepción es un importante proceso que en un país sísmico como Chile no se puede soslayar. No es un mero trámite o proceso tan solo para recaudar, sino que para garantizar a la población de que el lugar en el que vive o trabaja está construido sobre seguro. Por otra parte, el hecho que una obra sea recepcionada, no habilita para que la empresa constructora y la que vende se lave las manos.

Pero para que ello no ocurra, es indispensable que nos pongamos de pie, que protestemos, que hagamos uso de nuestra carta de ciudadanía, que seamos exigentes. Debemos agotar todas las instancias de diálogo. Las empresas afectadas –inmobiliarias, constructoras y/o aseguradoras- tienen que responder, no pueden sacarse el pillo. Nos asiste todo el derecho a ser exigentes porque hemos sido defraudados, porque se vendió una cosa por otra, porque se truncaron sueños de vivienda propia. Lo que a todas luces es inaceptable. Si las empresas fuesen socialmente responsables asumirían los errores cometidos y actuarían en consecuencia sin esperar que los propietarios afectados tengan que andar tras ellos conminándoles a responder.

marzo 18, 2010

Una de las lecciones del terremoto

Si bien han transcurrido ya más de 2 semanas desde el terremoto, sus réplicas continúan manteniendo en ascuas a la población de las zonas amagadas. Es difícil sustraerse del tema y de sus secuelas, las que perduran y perdurarán por mucho tiempo.

Dada nuestra condición de país sísmico, por encontrarnos en una región donde las placas se encuentran, desplazan, ajustan y chocan de tiempo en tiempo, se asume que nuestra vida familiar, laboral, social, cotidiana, debiera tener internalizada esta realidad. Sin embargo, en la práctica ello no se da, al menos cuando observamos los daños producidos. Los pueblos y ciudades de las regiones más afectadas pareciera que hubiesen sido bombardeadas. Físicamente están destruidas y más allá del apoyo material y financiero que necesitan, requerirán un fuerte apoyo psicológico para recuperar su autoestima, rearmar su familia, buscar o volver a su trabajo.

Junto con la necesidad de actuar, de reaccionar para ponernos nuevamente de pie, no podemos dejar de reflexionar sobre la prevención. No obstante que nuestras políticas, normas, estándares en materias constructivas, fiscalizadoras y de prevención de riesgos son más severas que en otros países, parecen ser insuficientes para enfrentar eventos como el que motiva estas líneas. Si bien para la envergadura del cataclismo el número de muertos y heridos fue bajo, ello se explica en gran parte por la hora de ocurrencia, sin niños en las escuelas ni trabajadores en las empresas.

Las fotos y videos que a lo largo de estos días hemos presenciado, delatan nuestra precariedad, fragilidad y/o debilidad en las mas diversas materias y que nos resistimos a abordar de verdad. Todos sabemos que entre el camino costero y el mar no debe construirse, y entiendo que existen normas en tal sentido, tanto para facilitar el acceso público a la playa como por prevención ante un maremoto. Sin embargo, persistimos en construir entre el camino y la playa. Iloca y Duao son claros ejemplos del costo de la inexistencia o no aplicación de normas. Lo que no somos capaces de hacer nosotros, lo terminó haciendo el maremoto.

Lo mismo ocurrió con el terremoto. Hemos podido ver cómo lo que se ha hecho bien, sea antiguo o nuevo, resistió; lo que se ha hecho mal, no resistió. Así de simple. Moraleja: somos un país que no se puede dar el lujo de hacer mal las cosas; por el contrario, la naturaleza nos obliga a hacerlas bien. Por ello una de las lecciones que deja lo ocurrido es la necesidad de impregnarnos de una cultura por el trabajo bien hecho si no queremos engañarnos a nosotros mismos.

marzo 11, 2010

Cambio de gobierno

Escribo esta columna de réplica en réplica, por lo que les ruego me excusen si la letra me sale temblorosa y las ideas destempladas. Desde que salió electo el pasado 17 de enero, Sebastián estaba ansioso por asumir la primera magistratura. Ya se sentía empoderado y en no pocos momentos daba la sensación de que ya había asumido. La nominación de quienes lo acompañarían en la primera línea de fuego de su andadura gubernativa fue con todo el boato y la pompa que sus adherentes aspiraban. Lustrosos apellidos y empingorrotadas familias estaban y de fiesta.

En estos meses, para darle un contorno épico que en la campaña electoral no se vió, postuló la tesis de querer encabezar un gobierno de unidad nacional, tarea imposible por varios factores. Primero, los ataques que desde la oposición se lanzaran contra el gobierno y que tan bien expresara Allamand mediante la tesis del desalojo, que tan solo amainaron al visualizar que la popularidad de Michelle ascendía día a día. Para cualquier mortal con dos dedos de frente es fácil comprender que no podemos golpear a alguien y después pedirle que te de un beso como si no hubiese pasado nada.

Segundo, hablar de unidad nacional en situación de normalidad, con un país que bien o mal está funcionando, donde con mas o menos limitaciones la democracia intenta desplegarse, es un exceso. La unidad nacional tiene sentido en situación de crisis, de emergencia –guerra, estado de conmoción interna por inundaciones, terremotos- que no era el caso.

Y tercero, tiene que haber un cuerpo mínimo de ideas a compartir que se quieren plasmar en algún programa capaz de convocar a las distintas fuerzas políticas. Los caminos en los que creen gobierno y oposición difieren sustantivamente. Mientras unos postulan más Estado, otros postulan más mercado. Quizá sea posible llegar a acuerdos en torno a la construcción de un mejor Estado, pero suelen primar discrepancias claves respecto de las causas de la persistente desigualdad socioeconómica, que por momentos parece insalvable, y las formas de abordarla.

Sin embargo todo cambió con el terremoto de la madrugada del 27 de febrero, la que junto a todos los problemas que acarrea, le da un sentido épico a la tarea que tenemos todos por delante, y conlleva una oportunidad para unos y otros. Las leyendas “levantemos Chile”, “fuerza Chile” invitan a unir fuerzas, a no restarse. Al nuevo gobierno le corresponde la tarea de conducir este proceso de reconstrucción nacional; a nosotros, los oponentes, a acompañarlos con el mejor de nuestros ánimos, desde nuestras trincheras, sin renunciar a lo que creemos con mucha fuerza.

En medio de fuertes réplicas, se produjo el primer cambio de gobierno a una coalición distinta en los últimos 20 años. Así como hace 20 años a Patricio se le movía el piso gracias a boinazos y operaciones de enlace bajo la férula de Pinochet, a Sebastián se le está moviendo el piso desde el primer minuto, no desde los cuarteles, sino que desde las entrañas de la tierra.

marzo 04, 2010

Rotos, pero enteros

Hace poco me restablecieron los servicios básicos, entre ellos, los de internet, lo que me permite escribir esta columna que encabezo con una expresión de Mario Benedetti, insigne poeta, escritor, ensayista uruguayo, fallecido recientemente, para graficar el estado de ánimo que creo debiera representarnos como consecuencia del terremoto que afectó esencialmente a las regiones del Maule y del Bío Bío, y en menor magnitud a las regiones de Valparaíso, del Libertador O´Higgins, y metropolitana de Santiago.

Todavía sentimos las réplicas de lo ocurrido en una madrugada fatal, cuando la tierra se expresó violentamente. Minutos después, las zonas costeras sufrieron las consecuencias de un tsunami que no habría sido advertido por los organismos competentes.

Si bien estamos destruidos, rotos, debemos permanecer enteros. Estas son las ocasiones en las que sale lo peor y lo mejor de nosotros. Lo peor es la aparición de los buitres, con la consecuente imposición del toque de queda para frenar el pillaje y los saqueos mediante la masiva presencia militar por las calles y que nos hace recordar tiempos idos.

Lo mejor es la solidaridad, el acompañamiento, el fortalecimiento de las relaciones con la vecindad.
El acento lo pondría justamente en lo mejor. El movimiento telúrico nos remece, nos hace pensar, reflexionar, percatarnos que lo material, tal como llega, se va, es efímero; nos permite recordar que somos aves de paso, frágiles, mortales a pesar de todos los avances científico-tecnológicos que a veces nos hacen creer que somos capaces de controlarlo todo. Aparentemente vivimos tiempos de comunicación, sin embargo, en esta hora crítica los sistemas de comunicación fallaron, no hay capacidad de anticipación.

Los sensores habilitados para estos propósitos funcionaron emitiendo las señales correspondientes a los satélites que retransmitieron a las instancias locales pertinentes, pero estas no fueron capaces de interpretarlas y enviar mensajes claros de advertencia, por el contrario, estos mensajes fueron un verdadero canto a la ambigüedad.

Llevamos días incomunicados, sin luz, agua, gas. Los famosos sistemas inalámbricos también fallaron. Las famosas compañías de comunicaciones que habitualmente se jactan de proveer comunicación y cobertura total, no pudieron responder en esta hora crítica. Es cierto que la magnitud del evento sobrepasó toda expectativa, pero así y todo, invita a ser un poco más modesto y no publicitar con tanta pompa.

No olvidemos que Chile es país de tierras movedizas, donde de tiempo en tiempo, estadísticamente cada 50 a 100 años ocurre un evento de marca mayor. Esta vez nos tocó a nosotros vivirlo justo al término de 20 años de gobiernos de la Concertación, cuando ya nos creíamos el modelito político-económico a nivel latinoamericano. Las imágenes que han recorrido el mundo nos muestran en toda su dimensión. Todo parece una maqueta que se mantuvo en pie a duras penas, y que se vino debajo de un día para otro. Como un ídolo con pies de barro. Los saqueos nos muestran la cara oscura de este modelito: la marginalidad, la de los excluidos. Con todo, la magnitud del terremoto, 8,8 grados en la escala de Richter, el quinto a nivel mundial, pareciera que no nos deja tan mal parados en términos de víctimas. Menos de 1,000, en circunstancias que en otros países las víctimas suman miles frente a cataclismos de menor envergadura.

No es la hora de la desesperación ni de la impaciencia. Todos hemos perdido algo, unos más, otros menos; lo que no debemos perder es nuestra capacidad de reflexionar, de levantar la mirada, de levantarnos, de rescatar lo mejor de nosotros, de volver a empezar, de volver a nacer, de renovarnos. Así quisiera interpretar lo que siento que es el gran llamado que nos hace la madre tierra.