¿Qué pasó? ¿Qué hacer?
La última elección presidencial, resuelta en segunda vuelta a favor del candidato de la derecha marcó el fin de un ciclo de gobiernos concertacionistas que alcanzó a durar 20 años. Un ciclo nada despreciable que si bien nos falta cierta perspectiva en el tiempo para analizarlo, algunos se adelantan a calificarlo como el más exitoso en la historia política chilena.
Concurren múltiples paradojas que llaman la atención, en especial una de ellas: que la Concertación haya perdido la elección bajo un gobierno que se despide con la más alta popularidad de la que se tiene registro en la vida nacional. Cualquier coalición de gobierno se la quisiera enfrentar una elección cuya presidenta ostenta una popularidad por sobre el 80%, y un gobierno con una por encima del 60%. No obstante ello, perdió.
Múltiples chivos expiatorios y razones se aducen para que ello se diera, entre los primeros, podemos destacar el candidato propiamente tal, los presidentes de los partidos de la Concertación, y de Escalona en particular, la irrupción de Marco; entre los segundos, las desinteligencias a lo largo de la campaña, rematadas con la renuncia de los presidentes del PPD y PRSD, y la no renuncia de los de la DC y el PS de cara a la segunda vuelta, las primarias llevadas a cabo para elegir al candidato, la no disponibilidad de medios de comunicación que le hicieran el peso a los proclives a la derecha comandados por las cadenas de El Mercurio y La Tercera, la estrategia de campaña, la ausencia de renovación de ideas, liderazgos, etc..
Más allá de todas las piruetas que hagamos, creo que todas las razones se concentran en una, la de habernos quedado sin propuesta, sin nada nuevo que ofrecer, la de habernos agotado, lo que se expresa en que el grueso de nuestra artillería estaba condensada en el slogan “No virar derecha”, esto es, nuestra invitación estaba dirigida a no votar por el candidato de la derecha. Creo, sinceramente, que ahí está la madre del cordero. Cuando terminamos votando por nuestro candidato para que no salga el otro, es signo de que algo anda mal. Y eso se reflejó en el resultado definitivo ya no podíamos seguir girando a cuenta de no volver a tener un gobierno de derechas. La ciudadanía se cansó de esta suerte de chantaje, conciente o inconciente, y la ruta de la muerte que definió este resultado estuvo dada por quienes habitualmente votaban Concertación, en esta oportunidad optaron por Marco en primera vuelta, y para sorpresa de muchos, posteriormente, para la segunda vuelta, no tuvieron empacho en cruzar la calle para votar por la derecha, pateando el tablero convencional.
En concreto, se perdió claramente. La Concertación habituada a ganar, perdió y deberá asumir la derrota, como ya lo está haciendo. La ciudadanía ha querido darnos un respiro de al menos 4 años, alejándonos de las tareas de gobierno, para asumir un rol opositor. Que este rol sea por 4 años o más dependerá tanto de cómo haga su tarea el nuevo gobierno, y cómo desarrollo su rol opositor la Concertación.
Personalmente lo veo como un respiro para volver por nuestros fueros, para sacarnos de tareas ejecutivas y volver a nacer, volver a soñar, a pensar, a reflexionar con miras a la emergencia de un nuevo amanecer, con nuevas propuestas, nuevos sueños a partir de una realidad que es muy distinta a la de 20 años atrás. Realidad que nosotros mismos contribuimos a generar, tanto para bien, como para mal. Con FFAA replegadas, no tanto como quisiéramos, pero replegadas en relación al peso y rol político que jugaban décadas atrás; con mayor conciencia en torno a los DDHH, aunque no tanto ni tan extendido como quisiéramos; con mayor cobertura educacional, sobre todo en los niveles de educación media y superior, aunque con persistentes insuficiencias en términos de calidad y de financiamiento público, al igual que en materias de salud y provisionales; con avances en materia de derechos laborales, pero donde la relación entre el factor capital y el factor trabajo sigue siendo en detrimento del segundo; sin senadores designados ni vitalicios, pero con un sistema binominal que encorseta y distorsiona el comportamiento de los partidos políticos a punto tal de desprestigiarlos ante la ciudadanía; antes las leyes se daban entre 4 paredes, pero aún falta mucho que transparentar. Para unos se ha corrido mucho, para otros, muy poco.
Piñera, en sus primeras declaraciones como condición de presidente electo, no se sabe si como frases de buena crianza, salidas del alma, o con propósitos destinados a facturar a la Concertación, ha propuesto un gobierno de unidad nacional y retomar la política de los acuerdos. Esta invitación constituye un primer desafío, de los muchos que tendrá en los próximos años la Concertación.
A la derecha le encanta hablar de unidad nacional, al igual como lo hiciera Pinochet, aún cuando para ello éste abrazara la causa de la seguridad nacional y bajo su amparo violara los DDHH de miles de ciudadanos. Dejemos de hablar de unidad nacional en abstracto. El concepto de unidad nacional debe estar dotado de contenido: ¿es posible hablar de unidad nacional con los niveles de desigualdad de ingresos existente? El mercado actual, a la libre, es el que nos caracteriza como uno de los países con mayor desigualdad de ingreso (índice de Gini), a pesar que por ley existe un salario mínimo.
La unidad nacional no pasa por omitir las diferencias, sino que por el contrario, ponerlas sobre la mesa, analizar sus causas y proceder en consecuencia para disminuirlas, sino erradicarlas. En democracia, con un país andando, no tiene ningún sentido hablar de un gobierno de unidad nacional. Se habla de una política de acuerdos, pero al mismo tiempo, los adherentes de Piñera, ya se anticipan a enjuiciar a la futura oposición acusándola de antemano de pretender hostigar al gobierno de Piñera. Estas conductas parecieran estar destinadas a “ablandar” a la futura oposición.
Nuestro rol deberá ser de oposición, la que no tiene apellidos, al igual que cuando se habla de democracia. Quienes desde ya pretenden definir la oposición que deberemos ejercer, son los mismos que hablaban de democracia protegida, corporativa, y un largo etcétera. Se es o no se es. Se es demócrata o no se es; se es opositor o no se es. Como opositores nuestra función será fiscalizar la actuación del gobierno, respaldando lo que ella, no el gobierno, estime como bueno, y rechazando, denunciando lo que la oposiciòn califique como malo. No nos negaremos a acuerdos que concuerden con nuestros principios, y rechazaremos aquellos que van contra lo que creemos. Así de simple.
En estos años, el gobierno se verá tentado por dividir a la Concertación, por lo que ésta deberá ser capaz de enfrentar los cantos de sirena si quiere tener alguna posibilidad de éxito en un futuro próximo. La ciudadanía juzgará al gobierno por su actuación, así como a la oposición. Es en función de estas actuaciones y de los proyectos que presenten al país en 4 años más como se decidirá la ciudadanía.