noviembre 26, 2009

Honduras y Uruguay

Voy a hacer un alto en la saga que estaba escribiendo acerca de la formaciçon por competencias dado que este fin de semana habrán elecciones en ambos países. Las diferencias son abismales. Honduras no posee tradición democrática alguna y hasta poco tiempo atrás era un país bananero más de Centro Amèrica gobernado por la United Fruit Company. Una colonia norteamericana expoliada hasta dejarla sumida en la miseria. Años atrás, por motivos laborales, tuve ocasión de estar en Tegucigalpa, su capital. La desigualdad es extrema, no existe clase media. La tasa de escolaridad es baja porque los hijos de los pobres son recursos a los cuales recurren los padres para generar ingresos adicionales. El trabajo infantil por necesidad. Este domingo tendrán elecciones con su presidente Zelaya en la embajada de Brasil y Micheletti como presidente de facto. Las elecciones serán una opereta. La comunidad internacional intentó revertir la situación sin éxito.

Aparentemente el mundo presionó por la restitución de Zelaya. Digo aparentemente porque si la presión hubiese sido real Micheletti no dura un solo día. Zelaya no es ningun santo, Micheletti tampoco. Micheletti se ampara en una resolución de la Corte Suprema, pero todos sabemos, sobretodo en Chile cómo se cuecen las habas cuando la situación se torna crítica: el hilo se corta en su parte más delgada. El resultado de las elecciones no tendrá valor real alguno, salvo para continuar engañando a los hondureños, las grandes perjudicados.

Uruguay, por el contrario, es un país con tradición democrática, una clase media extendida y una alta tasa de escolaridad. Este domingo será el balotaje entre las dos primeras mayorías de las recientes elecciones celebradas alrededor de un mes atrás. Lacalle, expresidente, representa a uno de los partidos tradicionales que históricamente han gobernado el país desde su independencia, hasta 5 años atrás, cuando por primera vez la izquierda, representada por el Frente Amplio, con su abanderado Tabaré Vázquez, ganó las elecciones.

En su gobierno Uruguay no se hundió como pregonaban los agoreros desde la derecha, por el contrario, insufló un nuevo aire, una nueva manera de abordar los eternos problemas del Uruguay. Terminará su mandato con la frente en alto, con una alta popularidad, al igual que Michelle en nuestro país. tal como acá, allá, no se les ocurre cambiar la Constitución para posibilitar la reelección.

La concepción democrática de sus gobernantes y su ciudadanía es en serio. Para rematarla el Frente Amplio tuvo el desparpajo de postular a Pepe Mujica, un extupamaro, que vive de una chacra, maneja un lenguaje poco refinado, sin pelos en la lengua, y por tanto metedor de pata. Se le conocen miles de "lapsus", "caidas". Así y todo, a pesar de una campaña del terror, se sospecha que la gente lo quiere y que ganará. Muchos intelectuales, incluso de isquierda, ariscan la nariz, y se resisten a apoyarlo temiendo lo peor. Es la desconfianza hacia quien no es como uno. Son los que creen que quien no tiene una formación acabada no puede ser presidente. Son los mismos que decían que Lula sería un desastre. Y no lo es, por el contrario, tiene el sentido común, el olfato, la llaneza, que muchos intelectuales pierden a medida que sus conocimientos se van refinando.

Veo y quiero a Pepe y Danilo como ganadores. Danilo es el candidato a la vicepresidencia. Pepe es el Quijote, Danilo el Sancho Panza; Pepe es el volado, el soñador, Danilo el aterrizado; Pepe el que anda por las nubes, agarrándose la cabeza ante la injusticia, no tolerándola, Danilo es el que anda con los pies en la tierra. Uno es el complemento del otro. Con este binomio Uruguay va por más. Espero que los uruguayos no se pierdan y voten con confianza en sí mismos.

noviembre 19, 2009

La formación por competencias (parte 4)

En mi última columna afirmaba que la formación por competencia era un camino erizado de espinas. En efecto, no es llegar y cambiar la formación tradicional. Si no queremos que sea un mero cambio cosmético, de mercadeo, el cambio conlleva enormes desafíos en los más diversos planos.

De partida la clase convencional con el profesor al frente dictando cátedra y los estudiantes escuchando impávidos debe dar paso modalidades de enseñanza donde los estudiantes asuman un rol activo y el profesor actúa como guía, facilitador, orientador, dando pistas, sugerencias. El profesor ya no es aquel que da conocimientos, recetas empaquetadas como si fueran platos de comida en la boca del estudiante, sino que aquel que ayuda a identificar los ingredientes que deben configurar las comidas, orientarlos respecto de los tiempos de cocción, dejándoles que prueben lo que han elaborado y abriendo la posibilidad de que se equivoquen, de que una y otra vez elaboren los platos hasta que les salga a pedir de boca. El profesor ya no tiene el monopolio del conocimiento, ya que éste se encuentra en distintas fuentes, particularmente en Internet, así como en otros profesores.

El conocimiento ya no es suficiente por sí mismo ni está dado, es preciso que sea complementado con habilidades, destrezas, actitudes, amén de que debe ser construido, armado, lo que difícilmente es logrado individualmente. La complejidad de los problemas del mundo de hoy es imposible de abordar a partir de una genialidad individual, de un girosintornillos. De allí la necesidad del trabajo grupal, del trabajo en equipo donde cada uno de sus integrantes asume distintos roles. La estructuración de estos grupos de trabajo, la distribución de los roles al interior de ellos, y la evaluación son tareas que deben asumir los profesores bajo este nuevo paradigma educativo que en su mayoría no saben enfrentar. Mal que mal los profesores universitarios lo son no por sus competencias pedagógicas, sino que por sus conocimientos en las disciplinas que se traten. Por tanto, estos profesores necesariamente deben ser acompañados en este proceso de cambio por quienes se manejan en estas nuevas esferas.

Lo expuesto implica una verdadera revolución en el trabajo en aula y fuera de aula. Las sesiones de aula dejan de ser expositivas en las que “se pasa materia”, dado que se asume que los estudiantes llegan a ellas ya premunidos de los conocimientos adquiridos a través del estudio autónomo, buscando, filtrando material bibliográfico de las mas diversas fuentes bajo la orientación del profesor. Bajo el nuevo paradigma las sesiones en aula pasan a ser sesiones de trabajo, de discusión, de aclaración de conceptos, alternativas, dudas, cobrando un sentido nuevo. Obsérvese que este nuevo esquema supone que los estudiantes llegan a las clases con la “materia estudiada”, hábito que rara vez se encuentra presente en ellos. En consecuencia, al igual que los profesores, ellos requieren de un acompañamiento que viabilice este cambio. Por ello las instituciones que han optado por esta senda, por lo general han resuelto incluir unidades organizacionales, destinadas a posibilitar, facilitar este proceso apoyando a profesores y estudiantes por la vía de promover, difundir, estimular las buenas prácticas, las buenas experiencias.

En la próxima columna haremos alusión al trabajo fuera de aula. Mal que mal, entendida la competencia como la movilización, la puesta en acción, de un conjunto de capacidades en contextos específicos reales, es impensable una formación que no vaya mas allá de la que se imparte en las universidades. Solo cobra sentido si dentro del proceso formativo se hace partícipe un tercer actor: el medio social, la empresa productiva, de servicios, pública o privada. De esto conversamos en la semana que viene.

noviembre 13, 2009

La formación por competencias (parte 3)

Siendo el concepto de competencia de larga data, ella ha sufrido una importante evolución, a punto tal que ha saltado del ámbito de la formación técnica al de la formación profesional; de la esfera del saber hacer al saber actuar, de un énfasis puesto en las habilidades a uno puesto en las actitudes, los comportamientos, las reacciones; circunscrito al campo laboral para extenderse al campo social. No pocos ariscan la nariz ante el tema, como si de una nueva moda o pomada se tratara, de la mano del FMI, del Banco Mundial o del neoliberalismo. Motivos tienen de sobra para desconfiar. Mal que mal esta corriente surge al mismo tiempo que la llamada universidad empresarial, concebida como aquella destinada a formar profesionales como quien produce salchichas para ser engullidas a bajo precio por las empresas que los demandan.

Esta visión ignora el potencial, la fuerza que puede tener un modelo orientado al desarrollo de competencias que vaya más allá de ver a los alumnos como futuros profesionales. Interesa que rentabilicen a las empresas, que las hagan más productivas, no solo por sus competencias técnicas, sino que por sus competencias interpersonales capaces de desenvolverse como personas compenetradas tanto de sus deberes como de sus derechos, capaces de pensar, de reflexionar, de retrucar, de rebelarse, de debatir, de ponerse en los zapatos del otro, de medir y evaluar las consecuencias sobre terceros de las decisiones que adopta. Esto es, no se trata de producir “mejores salchichas”, sino que mejores personas con competencias para trabajar y vivir mejor con otros.

Ninguna universidad debiera abstraerse de estos desafíos. Más aún cuando vivimos una época en la que están ingresando a sus aulas estudiantes provenientes de familias de primera generación, esto es, cuyos padres no son universitarios, que viven y estudian en contextos muy complejos, muchas veces sin un hogar felizmente constituido, en un habitat sociocultural precario. En la actualidad la gran mayoría de los estudiantes están recibiendo una educación básica y media que deja mucho que desear, sin mayores hábitos de estudio, lo que implica que aún no son capaces de estudiar y trabajar en forma autónoma sin la amenaza de las pruebas o los examenes. Si a esto se agrega la entrada en escena de la concepción de la educación como un negocio, las consecuencias perversas se incrementan ad infinitum.

Pero no nos vayamos por las ramas. Por mi parte prefiero ver el lado positivo de este nuevo enfoque, dado que nos abre la oportunidad, tanto de hacernos cargo de los déficits que traen consigo los alumnos al ingresar a la universidad, como de potenciar su formación como personas que piensan, como ciudadanos de forma tal que no les pasen gatos por liebres.

Si tuviésemos ciudadanos en plenitud, las campañas de marketing políticas no tendrían mayor impacto porque se encontrarían con una ciudadanía reflexiva que exigiría información veraz y completa, y por tanto serían más austeras. Pero hoy parece que los millones que se destinan a ella reditúan con creces. De otra manera no se explicaría tanta inversión publicitaria. Lo mismo vale para los productos de consumo.

Si bien no se conocen universidades de clase mundial que se hayan embarcado en la senda de la formación por competencias, no hay que olvidar que estas universidades reciben estudiantes top que traen consigo un bagaje sociocultural que hace innecesario abordar déficits que no poseen. Lo importante es que mientras nuestra educación básica y media no haga bien su tarea, y exista una sociedad en extremo desigual, las universidades no podrán soslayar esta opción. Por supuesto que este camino no es gratis y está erizado de espinas.

noviembre 09, 2009

La formación por competencias (parte 2)

En mi anterior columna mencioné los factores que explican el surgimiento en las universidades del enfoque orientado al desarrollo de competencias para abordar los desafíos que enfrentan en el ámbito de la formación de profesionales.

En esta ocasión incursionaremos en torno al concepto de competencia que nace en Estados Unidos a comienzos del siglo pasado a partir del campo técnico laboral, centrado en el saber hacer, en el saber cómo hacer las cosas, en reconocer la mecánica, las etapas o pasos a seguir para obtener un resultado, sin mayor reflexión ni preocupación respecto de sus razones, de las teorías subyacentes. En este plano las competencias se entienden como las habilidades para realizar una o más tareas o actividades, por lo general circunscritas a aquellas de carácter práctico, simple, mecánico, repetitivo, tangible, vinculadas al ámbito de la capacitación laboral en los niveles operativos. Sin embargo esta concepción de la competencia ha experimentado una importante evolución, trascendiendo el ámbito de las habilidades laborales operativas, tornándola más compleja.

Es así como en la actualidad la competencia encierra un conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes asociadas a aspectos no solo al saber hacer, sino al saber conocer, al saber ser y saber estar, las que son combinadas, activadas, puestas en acción, movilizadas en contextos específicos para resolver una familia de situaciones o problemas. Por tanto, hoy la competencia implica mucho más que el saber hacer, implica saber actuar, desenvolverse, que demanda capacidades que van más allá de las procedimentales y cognitivas, capacidades que día a día van teniendo mayor relevancia: las actitudinales, intrapersonales e interpersonales.

Revisando la oferta laboral por parte de las empresas podemos observar que además de un conjunto de competencias específicas asociadas a la profesión que se trate, se están demandando cada vez más competencias generales, transversales o blandas, tales como trabajar en equipo, pensar crítica y reflexivamente, trabajar bajo presión, orientado a resultados, resolver conflictos, tomar decisiones, asumir responsabilidades, fuertemente asociadas al saber ser, estar y actuar. Estas competencias se asumían dadas o adquiridas con el paso del tiempo, en base a la experiencia, de las que las instituciones educativas no se hacían cargo.

De lo dicho se desprende que el concepto de competencia tiene un origen empresarial, cuando se limitaba al saber hacer, actualmente, al extenderse al saber actuar tiene una connotación que va más allá de la empresa. Una educación orientada al desarrollo de competencias no solo nos permite ser mejores trabajadores, sino que también ser mejores ciudadanos por el creciente énfasis que tiene el componente actitudinal dentro de las competencias más valoradas en el mundo moderno. En un sentido amplio, la concepción actual de competencia es una importante contribución a la construcción de una sociedad, no solo más eficiente, más productiva, sino que también más democrática, más tolerante.

noviembre 03, 2009

La formación por competencias (parte 1)

La cobertura de la educación superior en las últimas décadas se sitúa por sobre el 50% en los países desarrollados, en tanto que en Chile está bordeando el 40%. Ello a pesar de la mala calidad de nuestra educación básica y media. No obstante ello, las universidades están incrementando sus vacantes, por lo que necesariamente deben hacerse cargo de las características del alumnado que ingresa a sus aulas. Más encima quienes están ingresando provienen de familias sin mayor capital social-cultura, de primera generación, esto es, cuyos padres no son profesionales.

Por otro lado, vivimos tiempos de un desarrollo científico-tecnológico sin precedentes, acompañado de un proceso de globalización y de niveles de competencia inéditos, que han están cambiando el peso de las distintas industrias y forzando profundas transformaciones en el seno de las empresas que hoy demandan profesionales con competencias en sus ámbitos específicos, sino que de aprender a aprender, a trabajar en equipo, a trabajar bajo presión y en base a resultados. De esto también debe hacerse cargo la universidad.

Para enfrentar estos dos desafíos, la universidad ha dejado de ser una artesanía para pasar a ser una industria. En consecuencia, inevitablemente, los modos, usos, costumbres, contenidos que les eran propios, están en revisión, y muy probablemente lo seguirán estando por mucho tiempo. Es en este contexto que surge el enfoque por competencias.

Antes los peldaños de la escalera eran de conocimientos, hoy lo serían las competencias, las que no solo incluyen a los conocimientos, sino las habilidades o destrezas y las actitudes, los comportamientos. Encierran lo que se ha dado en llamar el saber conocer, el saber hacer, el saber estar y el saber ser. Las competencias están asociadas a la puesta en acción, la movilización, la aplicación de las capacidades en contextos específicos, esto es, en los momentos y lugares apropiados. En cambio las capacidades tienen una connotación estática, de potencial, “tenemos la capacidad de”, que es distinto de la competencia, cuya concepción es de carácter dinámico, donde se ponen en juego una combinación de capacidades.

Si bien el concepto de competencia tiene un origen utilitarista, de satisfacción de las demandas del mercado, del mundo empresarial, también tiene una concepción ciudadana, de equidad, de justicia, que busca abordar aquellas competencias genéricas, blandas o transversales vinculadas a las competencias, entre otras, para trabajar en equipo, bajo presión, orientado a resultados; para dialogar, expresarse y comunicarse por escrito, en forma gráfica y oral, para reflexionar. Estas competencias son fuertemente demandadas no solo por las empresas, sino que por la sociedad en conjunto. Una sociedad constituida por ciudadanos con estas competencias no solo será más productiva, sino que más democrática, más crítica, más reflexiva, con menores posibilidades de que a sus ciudadanos los pasen por el aro.