septiembre 14, 2007

Vandalismo

Desafortunadamente, a lo largo de todos estos años, como antesala de la celebración de fiestas patrias, la marginalidad nos recuerda con inusitada violencia su existencia. Lo hace aprovechando un aniversario más del 11 de septiembre, día del golpe de estado. Se creyó que con la supresión de su carácter de feriado, las habituales expresiones de violencia se eliminarían o al menos se reducirían, como por arte de magia.

Se acabó la dictadura brutal, se asume que llegó la democracia, que el país progresa, pero la violencia sigue ahí como queriendo decirnos algo. Podríamos sacarnos el pillo con cantinelas tales como que ella se encuentra magnificada por los medios de comunicación, que es fruto de la debilidad del gobierno, que falta mano dura.

En esta perspectiva la solución más simple es endurecer la legislación, incrementar la represión para imponer o “restaurar” el orden. La pregunta que surge entonces es ¿cuál orden? ¿el actual?

Este “orden actual” es el ordenamiento económico en el que unos pocos concurren al mercado con dinero en mano, en tanto que la mayoría, o no participa, o lo hace con tarjetas plásticas que terminan por ahogar; es el orden político donde el padrón electoral va envejeciendo, la abstención y los votos nulos y blancos crecen elección tras elección, donde finalmente las autoridades son elegidas por unos pocos; es un ordenamiento social en el que cada uno se refugia en sí mismo abandonando toda asociación, debilitando a la sociedad propiamente tal. Esto es, el “orden” en el que estamos sumergidos.

Sí, el país crece, progresa, se desarrolla, y junto con ella la marginalidad que es la que recurrentemente nos recuerda su existencia por más que queramos ignorarla. No es un tema exclusivo nuestro. En Argentina, Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador, y tantos otros países, las asonadas callejeras no son desconocidas. Lo que quizá llame la atención es que ocurra en un país modélico como es Chile. El mundo se sorprendió al ver nuestras calles controladas por el lumpen mientras los carabineros se batían en retirada.

Es hora que reflexionemos de verdad, que razonemos más allá de nosotros mismos, que analicemos a fondo las causas más profundas de una realidad lacerante. Cuando un menor de edad participante en los desmanes fue entregado a su madre con la advertencia de la responsabilidad que le correspondía, ella preguntó: ¿por qué? Por ser su madre fue la respuesta de la autoridad. Ella no se inmutó: “yo trabajo todo el día y no lo veo, estoy separada, soy jefa de hogar y debo parar la olla. Salgo temprano de casa y no llego hasta la noche. No puedo saber qué hacen mis hijos en el día”. En este contexto los narcotraficantes hacen de las suyas sin pudor alguno.

Esta es la cruda realidad que no queremos ver. No se trata de pocos o muchos pájaros locos. En tanto no abordemos la construcción de un país más solidario, menos desigual, con o sin once de septiembre estos hechos seguirán explotando, una y otra vez, en la cara de cada uno de nosotros.

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