noviembre 10, 2006

¿Con alambritos?

La semana pasada escribí afirmando que en el tema de la corrupción habían saltado los tapones. Más temprano que tarde iban a saltar. La capacidad de la sociedad para tolerar actuaciones ilícitas y/o indebidas está dada por el tipo de tapones que se tienen. En la sociedad que tenemos estos tapones son de alta capacidad, esto es, aguantan mucho. Se hace la vista gorda una y otra vez. La haremos nuevamente. ¿O arreglaremos los tapones con alambritos? La reacción que se observa nos permite abrigar la esperanza que no se hará la vista gorda. Habrá que ver si pasada la tempestad se habrá ido al fondo de la cuestión o se dejará que el tiempo sane heridas que posteriormente se reabren con mayor fuerza.

En esta ocasión el partido que está en el ojo del huracán es el PPD. Dos de sus tres senadores están enfrascados en una disputa sin cuartel. Dos posiciones que reflejan distintas maneras de ser y hacer política. Lo que está en jaque no son los principios del PPD, ni la política en sí. La política existe per se, nos guste o no. Existe desde el minuto que el ser humano es un ser social, o lo que es lo mismo, un ser que ha decidido vivir en sociedad. El cambio desde la apacible vida rural a la vertiginosa urbe no es gratis. Mientras más alta sea la tasa de urbanización, de gente que vive en ciudades, mayor incidencia tiene la política.

Lo que está en juego no es la política, sino que su ejercicio, su práctica. El problema no son sus principios, sino que sus dobles estándares, las acusaciones al voleo, los clientelismos, los sectarismos, la discrecionalidad en la asignación de recursos y cargos, la hipocresía, males todos que afectan no solo a los partidos, sino que recorre a la sociedad entera, y a muchos de nosotros. Por lo general rasgamos vestiduras ante hechos deplorables y dejamos de mirarnos a nosotros mismos.

Los partidos no son sino un espejo de la sociedad que representan, por lo que difícilmente cambiarán si la sociedad, esto es, nosotros, no cambiamos. Nos gusta mirar a los partidos tomando palco, sin involucrarnos, pero si no lo hacemos, la congénita debilidad partidaria persistirá, y agudizará, al igual que las malas prácticas. Desafortunadamente la sociedad que estamos construyendo, que privilegia el individualismo por sobre lo colectivo, la competencia por sobre la solidaridad, la alienación por sobre la libertad, no fortalece la adscripción partidaria.

En el caso particular del PPD gran parte de la crisis que la afecta tiene sus raíces en lo grotesco que resulta la disonancia entre sus principios y sus prácticas. Un partido que nació contra la dictadura, a favor de la democracia, la diversidad, el medio ambiente, la no discriminación, la convivencia pacífica, la justicia y los derechos humanos, si se mirara al espejo, al espejo de su propia realidad, probablemente le costaría reconocerse al observar las innumerables denuncias de irregularidades que afectan a algunos de sus militantes de mayor o menor peso. Más allá de la presunción de inocencia hasta que no se compruebe culpabilidad alguna, lo cierto es que existe un viejo adagio que nos dice que “cuando el río suena, es porque piedras trae”.

Nació hace ya más de 15 años como una gran promesa que a la fecha no ha logrado despegar no obstante el esfuerzo de pocos o muchos de sus militantes, por comportamientos indebidos de pocos o muchos de sus militantes que se posicionan al lado de distintos próceres según la ocasión. No obstante ser un partido nuevo, incurre en prácticas internas impropias.

En sus recientes elecciones internas, era primera vez que se presentaron dos candidaturas a su presidencia, lo que parecía una muestra de su madurez y capacidad para encarar el desafío que supone una competencia interna. Craso error, pues todo indica que las diferencias de entonces subyacen en la crisis actual.

Poco después de derribarse las torres gemelas en Nueva York, en el PPD circuló un folleto en el que se hacía alusión a las torres gemelas del PPD: Ávila y Girardi por su protagonismo y capacidad para atraer votos al partido. Una de estas torres se derrumbó hace unos años: Ávila, quien fue expulsado; la otra, Girardi, se mantiene. En ese tiempo, ambos eran diputados con aspiraciones senatoriales. Hoy ambos son senadores, no sin dificultades: arrebataron la senaturía, no a la oposición, sino que a la democracia cristiana. El mediatismo de ambos sepultó a dos políticos convencionales: Hamilton y Zaldívar. Qué ganó el PPD? Ahora, de los 3 senadores con que cuenta, en el escenario más pesimista, conservará uno, Muñoz Barra, ya sea por que expulsen o renuncien Girardi y/o Flores; en el escenario más optimista, que el PPD logre articular un acuerdo sobre la base de un cambio radical en su convivencia interna y sus prácticas, y sea capaz de mantener a los tres senadores, escenario ideal, pero por lo mismo, poco probable. El escenario más probable es aquel que en el que al final de este jaleo termine son 2 de sus 3 senadores.

Lo expuesto invita a reflexionar respecto de la selección de sus candidatos al parlamento y de quienes propone para ocupar cargos en el gobierno; a ingresar a un período de penitencia con el retiro o renuncia a los cargos de gobierno que ocupan sus militantes para seleccionar a quienes tienen las capacidades técnicas y con real espíritu de servicio público para ocuparlos.

1 comentario:

  1. Anónimo6:39 a.m.

    Rodolfo:
    Sólo un par de apuntes, pues en general estoy de acuerdo contigo.
    Los partidos NO son el espejo de la sociedad: estamos inmersos en una tremenda crisis de representatividad que ellos no quieren asumir; recordar el divorcio o las movilizaciones escolares... ellos están "en otra". Lo que me parece se relaciona a que la política que vivimos es una forma rebajada y "penca" de la con mayúscula: es una mera administración de y para la economía... De ambas situaciones, me parece que se pueden sacar algunas (no todas) las piezas que construyeron este escenario de corrupción. Que todos sabemos que no es nuevo ni el único; sólo no los han pillado... Hace rato que muchos políticos no trabajan para nosotros, sino para jefes muchísimo más poderosos y, en el camino, se "arreglan los bigotes".
    am

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