junio 27, 2006

La educación en Chile

Siguiendo las sugerencias de algunos lectores, abordaremos el modelo educacional que aspira impulsar nuestro país. Para estos efectos debemos tener claridad respecto de la misión que le conferimos a la educación y los objetivos que perseguimos. Esto es, para qué educarnos. Teniendo claro para qué nos educamos, podemos entrar a la discusión en torno a qué debemos aprender.
El para qué educamos es crucial y nos demanda dibujar la persona que queremos sea la resultante de un proceso educativo que se prolonga por más de 10 años desde los primeros años de vida. ¿Qué clase de personas queremos? ¿Personas realistas o soñadoras? ¿Personas competitivas capaces de desenvolverse en una sociedad cuyo motor de desarrollo está guiado por decisiones individuales basadas en un egoísmo que se asume consustancial a la naturaleza humana? ¿O basadas en los incentivos monetarios?
¿Personas solidarias que no asumen el egoísmo como el motor del desarrollo de la sociedad y que confían en la cooperación antes que en la competencia? ¿Una educación que forme personas solidarias antes que competitivas? ¿Personas aptas para constituirse en mano de obra del aparato productivo? ¿O personas competentes para desenvolverse en el mundo que viene? ¿Personas capaces de creer en sí mismos, de confiar en sus capacidades para desenvolverse sin atropellar a terceros?
Estas, y muchas otras interrogantes tenemos que responderlas con franqueza para definir los cursos de acción a seguir. Y por encima de ellas, ¿debemos ponernos de acuerdo en un particular modelo educativo o lo dejamos a merced del mercado? ¿Por qué no dejamos que sea el propio mercado el que dibuje los distintos tipos de personas que queremos? ¿Por qué el Estado habrá de definir la base educativa restando libertad de acción a los establecimientos educativos? ¿En qué queda entonces la libertad de enseñanza? ¿Es necesario un modelo educativo en particular? ¿Porqué no hacer convivir una multiplicidad de modelos educativos guiados por el mercado, por las preferencias y bolsillos de los apoderados? ¿Es viable esta diversidad en un contexto tan desigual como el chileno?
El grado de inequidad en nuestra sociedad es tal que al proceso educativo le endosamos la tremenda responsabilidad de procurar igualar lo desigual, y más encima, con escasos recursos públicos.
¿Una educación que asuma la realidad como tal, inmodificable? ¿O una educación que asuma la posibilidad de cambiar la realidad? ¿De poner en jaque lo que se estima inamovible? ¿Una educación de cualquier calidad, la que vendrá dada por el propio mercado? Si el mercado pide una educación de mala calidad ¿Porqué impedirlo? ¿Es pertinente entregar una educación de cualquier calidad? De no ser así ¿Cuál es el piso de una educación para que sea de calidad?
Es cierto que tenemos que revisar o repensar el estatuto docente, la LOCE, la municipalización, la formación de los profesores, los programas de estudio, el rol de las familias, la promoción automática, la inflación de notas, la jornada escolar completa, la falta de transparencia de información existente, los recursos educativos con los que se trabaja, la dedicación al estudio por parte de los alumnos, pero si no resolvemos el tema de los objetivos que perseguimos, solo seguiremos estar dándonos vueltas de carnero hasta una próxima crisis.
Teniendo claros los objetivos que perseguimos en el sector escolar podemos entrar a determinar qué medidas adoptar. Pero antes es importante distinguir el sistema escolar del educativo. Este último está constituido por varios subsistemas, de los cuales el escolar es uno de ellos. Otros componentes importantes son el familiar-social y los medios de comunicación. Con ello estamos afirmando que en nuestra formación inciden tanto lo que aprendemos en nuestras escuelas, como en nuestros hogares y barrios, como de los medios de comunicación, sean estos escritos o audiovisuales. Esta precisión en necesaria para no endosar toda la responsabilidad en la educación que se imparte en los establecimientos escolares. Parte significativa del deterioro, o estancamiento, en el nivel educacional del país se explicaría porque muchos padres y apoderados no participan activamente en el proceso educativo de sus hijos. Razones hay muchas, y en otras ocasiones he incursionado en ellas. Basta recordar las extenuantes jornadas laborales de muchos padres, la crisis familiar, la incomunicación, el estrés, etc.
Creo que es posible la coexistencia de objetivos comunes, con objetivos particulares. Esto es, disponer de un conjunto mínimo de objetivos obligatorios para todo el sistema escolar que sea realmente mínimo, que deje espacio para que cada establecimiento pueda plantearse sus propios objetivos. Los objetivos obligatorios deben apuntar a cuestiones centrales para desenvolverse en el mundo de hoy, ya sea como trabajador o como ciudadano. Hoy, quien no tenga capacidad para pensar, reflexionar, analizar, sintetizar, concluir, evaluar, decidir o comunicar, está perdido. Quizá siempre fue necesario tener estas capacidades, pero hoy es un imperativo mayúsculo si no queremos quedar al margen de la historia. Quizá lo que sostenga sea obvio, pero no por ello dejaré de mencionarlo porque me consta que no se cumple hoy: a las universidades están ingresando muchos que no comprenden lo que leen ni se saben las operaciones aritméticas básicas.
A la luz de lo descrito, podemos fijarnos los siguientes objetivos:
a) sumar, restar, dividir y multiplicar en un dos por tres sin el apoyo de calculadoras y de memoria números de hasta dos dígitos;
b) hablar y escribir correctamente en al menos un idioma;
c) leer y comprender lo que se lee en al menos un idioma;
d) comprender y analizar la evolución del hombre y su relación con la naturaleza; y
e) conocer y explicar el comportamiento de los fenómenos naturales.
Si logramos que quienes egresen de la enseñanza media tengan estas capacidades mínimas habremos dado un gran salto en relación a la realidad actual. Sin estos logros ningún alumno debería certificarse como egresado.
Estos objetivos son realmente mínimos, y dejan espacio para otros objetivos específicos vinculados a cada establecimiento. Estos objetivos específicos pueden estar vinculados a aspectos artísticos, deportivos, técnicos y otros en función del proyecto de cada establecimiento y de la región en que se inserta.
Con una propuesta de esta naturaleza lograríamos conciliar la necesidad de tener un común denominador que nos identifique, con la aspiración de disponer de espacios de libertad para implementar proyectos propios de cada establecimiento.
Ya dijimos que en la sociedad actual, tanto para sobrevivir, como para darle un sentido, así como una trascendencia a nuestra existencia, es un imperativo que al término de nuestro período escolar –básica y media- debemos tener la capacidad para reflexionar, analizar, sintetizar, extraer conclusiones, decidir, comunicar, interrelacionarnos con otros, respetarnos y dialogar en la vida diaria. No solo necesitamos personas capaces de adaptarse a una realidad, sino que de de influir en ella para transformarla. Con esta base podemos soñar con un futuro esplendor. Pero este objetivo tan genérico debemos especificarlos en objetivos que sean medibles, susceptibles de ser evaluados, porque en caso contrario se convierten en papel mojado.
Por ello planteé los objetivos en términos que a muchos puede haber sorprendido. Por ejemplo, uno de ellos es el de sumar, restar, dividir y multiplicar en un dos por tres sin el apoyo de calculadoras y de memoria números de hasta dos dígitos. En la actualidad da pena ver cómo son pocos los que saben realizar las operaciones aritméticas básicas sin el apoyo de calculadoras. Esta capacidad es esencial en el mundo actual por cuanto es la base para desarrollar un pensamiento analítico-lógico y mantener en activo las conexiones neuronales que conforman nuestro cerebro. Por otra parte nos ayuda a desenvolvernos en la vida diaria. Tenemos que ser capaces de calcular sobre la marcha la tasa de interés que nos están aplicando cuando hacemos un depósito, solicitamos un préstamo o efectuamos una compra al crédito.
Otro objetivo planteado es el de hablar y escribir correctamente al menos un idioma. Este objetivo es esencial para comunicarnos, entendernos y dialogar. Y en medio de la globalización limitarnos al español es imponernos un techo muy bajo, es auto limitar nuestras propias potencialidades. Pero para estos efectos al menos debemos manejarnos con el español. Con un vocabulario que vaya más allá de unas pocas palabras. Pero más allá de leer, se debe comprender lo que se lee si queremos ser capaces de discernir de modo de no tragarnos cualquier cuento. Por ejemplo, los envases de muchos productos vienen con información respecto de su composición y sus posibles efectos colaterales. Por momentos muchos ni leen las advertencias y menos los que las entienden, con las consiguientes consecuencias en nuestra salud.
También se incluyó como objetivo comprender y analizar la evolución del hombre y su relación con la naturaleza. Se trata de incursionar en nuestros orígenes, en las corrientes históricas, políticas, militares, económicas, artísticas que ayuden a entender y objetar la sociedad en la que nos toca vivir. Nos ayuda a tener una postura, a pararnos ante la vida cuando sabemos de dónde venimos para saber dónde estamos y para dónde vamos.
Y por último, pero no por ello menos importante, se sostuvo la necesidad de conocer y explicar el comportamiento de los fenómenos naturales. En un mundo altamente tecnologizado, más que nunca se hace necesario comprender toda la cadena que parte desde el desentrañamiento de los misterios que encierran los fenómenos naturales que nos rodean. Despertar y satisfacer la curiosidad de porqué ocurre lo que ocurre. Porqué tiembla, porqué se mueven las nubes, porqué los objetos se caen desde una cierta altura. Quien no sabe porqué ocurren las cosas, difícilmente podrá superar las limitaciones o problemas que la vida nos pone por delante. La resolución de un problema exige necesariamente identificarlo y conocer su causa. Y el gusto por la ciencia se debe cultivar desde temprana edad. Son los niños los que se preguntan porqué la luna no se cae. Satisfacer esa inquietud es una obligación de nuestro sistema escolar.
Habiendo bosquejado los objetivos que debía fijarse el sistema escolar chileno, podemos entrar a analizar qué debemos hacer para alcanzarlos. Y en este análisis no podemos sustraernos de la realidad escolar que tenemos. Contrastando esta “realidad” con lo que aspiramos alcanzar, nos obliga a reflexionar en todos los factores que de alguna manera se relacionan entre sí.
Tenemos que repensar la ley orgánica constitucional de enseñanza (LOCE) que es la que fija el marco en el que se desenvuelve el sistema escolar. Habiéndose promulgado el 10 de marzo de 1990, un día antes que Pinochet entregara el mando del gobierno, carece de toda legitimidad y privilegia en forma desmedida la libertad para crear establecimientos educacionales sin restricción alguna, Creo que instalarse con una panadería tiene más restricciones que abrir una escuela.
Tenemos que repensar la municipalización de la educación. A más de 25 años de su imposición en 1981, amerita a lo menos una reflexión acerca de sus consecuencias. Si bien representó un paso descentralizador que es preciso rescatar, fue hecho entre gallos y medianoches con el objetivo de destruir el poder del profesorado antes que de mejorar la calidad de la educación. No ha operado efectivamente la doble dependencia de los establecimientos: de los municipios en lo administrativo, y del MINEDUC en lo educacional propiamente tal. Por otra parte, las nuevas atribuciones que se les asignaron a los municipios fueron hechas sin la correspondiente asignación de los recursos y las capacidades para ejercerlas.
Tenemos que repensar el estatuto docente. Nació en 1991, en un contexto muy distinto al actual. Luego de años de inestabilidad, de una dependencia laboral sujeta a la voluntad de los alcaldes nombrados por Pinochet, una vez que el país se desembarazó de éste, los profesores solo buscaban asegurar su puesto de trabajo. A más de 15 años del estatuto docente, la temática que atraviesa al sector educacional ya no es la estabilidad laboral de los profesores, sino que la disponibilidad de una educación de calidad. Esta nueva realidad amerita su discusión.
Tenemos que repensar la jornada escolar completa (JEC). No basta con más horas de permanencia de los alumnos en el establecimiento. Hay que darle contenido a esas horas adicionales. Se trata de aprovechar para elevar el aprendizaje y realizar actividades que motiven. La JEC no se instituyó para latearse, ni para hacer más de lo mismo. Es necesario desarrollar actividades en el ámbito de la cultura, el arte, los deportes, a elección de los propios alumnos de modo que se sientan atraídos a ellas.
Es necesario revisar la formación de los profesores, las exigencias de ingreso y egreso, el proceso de formación propiamente tal, sus planes de estudio. El mundo ha cambiado, los niños de hoy no son los mismos de ayer, las nuevas tecnologías abren la puerta a nuevas metodologías de enseñanza-aprendizaje y a nuevos contenidos.
Es necesario revisar el rol que jugamos las familias en la educación. Por momentos da la sensación que depositamos toda la responsabilidad de la formación de nuestros hijos en las escuelas, en los profesores. Ello no es posible ni justo. Es cierto que las jornadas extenuantes y las tensiones del mundo moderno dificultan nuestra tarea como padres, pero no podemos obviar que con todo, el destino de nuestros hijos depende en lo sustancial de nosotros, de nuestras decisiones, de nuestra presencia, de nuestros afectos.
Es necesario crear hábitos de estudio. A medida que dejamos pasar el tiempo, más difícil será inculcar el hábito de estudio. El esfuerzo que padres y profesores realicen a más temprana edad de los niños, es el esfuerzo y malos ratos que se evitarán a futuro. Lo mismo vale en relación al comportamiento, la disciplina y el orden. En ambientes donde prima el relajo, el “laissez faire” en pleno período de formación de nuestros hijos, solo conduce a su desorientación.
Es necesario repensar la evaluación que efectúan los profesores a sus alumnos. La promoción automática, sin aprendizaje es un engaño que no contribuye a nada. La aprobación sin exigencias es sinónimo de éxito sin esfuerzo. En estas circunstancias el éxito no es tal, es efímero y tiene pies de barro. Más temprano que tarde se derrumba. El verdadero éxito está precedido de múltiples fracasos. Se aprende más de los fracasos que de los éxitos.
Es necesario revisar la información que se entrega al mercado para que los padres, apoderados, profesores, directores de escuela y alumnos tomen las mejores decisiones. En estos tiempos no hay excusa para que no se disponga de toda la información necesaria. Ese es un rol que el Ministerio de Educación debe cumplir a cabalidad entregando indicadores de entrada, recursos, procesos, contexto, y de rendimiento a todos los actores. Este rol debe ir de la mano con los medios de comunicación y de los padres y apoderados, quienes deben “empoderarse”, asumiendo la responsabilidad de lo que ocurre participando activamente, elevando sus exigencias, no solo a los profesores, directores de escuelas, sino que a sí mismos y a sus hijos.
Por último debemos repasar el tema de los recursos públicos que se destinan al sector, cotejándolo con lo que ocurre en otras latitudes y en otros sectores. Con ello espero dar una pincelada que explique su desmedrada posición y la cuesta que se debe remontar si es que se quiere abordar en serio la calidad en educación. En su momento sostuve que es una aberración comparar la educación pública con la privada en tanto el gasto privado por alumno sea 3, 4 y hasta sobre 5 veces el gasto público por alumno.
En esta ocasión, lo que haremos es cotejar el gasto público en Chile con el de Holanda. Mientras acá el gasto público por alumno es del orden de 600 dólares anuales, en Holanda es de 7200 dólares por alumno, esto es, doce veces más. Considerando el ingreso per cápita de ambos países, que en Holanda es 6 veces mayor que en Chile, tendremos que al menos el gasto público en educación en Holanda es del doble que en Chile.
Si hacemos un parangón con otro sector, la educación sale peor parada. Aprovechando los datos que se han publicado recientemente en torno a la delincuencia, ahora se sabe que el gasto anual público por preso es del orden de $3 millones. No es necesario ser matemático para percatarse que el Estado destina 10 veces más recursos para financiar la permanencia en la cárcel de un reo que los que destina a financiar la educación de un escolar.
Y eso que quien está preso no está en una jaula de oro, sino que en condiciones de insalubridad y hacinamiento. Y cuando las cárceles se concesionen a privados, el costo por mensual por preso subirá de los $250,000 actuales a sobre $400,000.
Y eso que en las cárceles no están todos los que quizás debieran estar presos. Si lo estuvieran quizá cuántos más recursos debieran destinarse, y si no existieren más recursos, cuánto más empeorarían las condiciones en que se encuentran los presos.
Y si la comparación la hacemos con el sueldo mínimo, del orden de los $120,000, no podemos sino terminar de convencernos que el mundo está al revés. Mantener un preso cuesta más del doble que el sueldo mínimo.
Frente a estas cifras, que ojalá alguien me las desmintiera, no queda sino poner en jaque la actual distribución presupuestaria sectorial, que no es otra cosa que un reflejo de las preferencias políticas imperantes, tanto a nivel de gobierno como del parlamento. Este es el meollo del problema en torno al cual invito a reflexionar.

junio 16, 2006

El mercado en la educación

En columnas anteriores he buscado explicar lo injusto que es cotejar los resultados de la educación pública con la privada cuando esta última opera con 4 veces más recursos que la primera, y más encima, cuando su “cliente”, el alumno, viene de una cuna de oro en circunstancias que la educación pública debe atender a quienes vienen de cunas de paja. Sé que el tema no se agota en el tema financiero, pero no es razonable omitirlo.

Los apologistas de la educación privada, de los rankings por resultados y de la eficiencia, claman por más mercado y menos Estado, en contraste con quienes sustentan la necesidad de más Estado y menos mercado. Debo confesar que no me alineo con ninguna de las dos partes. Valoro tanto al mercado como al Estado, cuando funcionan bien, no así cuando operan mal. Todos sabemos que existen fallos de mercado y fallos de Estado. Por ello, mi postura es más y mejor mercado, junto con más y mejor Estado. Esto último es indispensable si queremos que efectivamente se desea que el mercado opere como la afirman sus apologistas. Para que la “mano” que guía el comportamiento mercantil sea efectivamente “invisible”, deben ser millones los actores que participan en tal mercado, sin que uno o unos pocos de ellos adquieran posiciones dominantes, y si estos existen, deben tener al frente un Estado profesional, incorruptible, que no se deje comprar, con capacidad para corregir las distorsiones propias de un mercado caracterizado por el imperio de la desigualdad extrema. Sí, porque sin perjuicio que somos 15 millones los que habitamos este país, el mercado propiamente tal está constituido por unos pocos, los que tienen dinero como dirían Los Prisioneros. El resto no son sino gatos frente a la carnicería.

Un mercado que sea competitivo de verdad, no solo en el papel, en el que ningún actor o conjunto de actores, sea capaz de imponer sus condiciones; un mercado en el que exista transparencia de información confiable; un mercado constituido por empresas capaces de asumir la responsabilidad social que tienen ante la sociedad; un mercado al que concurren personas con capacidad económica y capacidad para discernir a fin de que sus decisiones tengan una base racional.

Con el nivel de desigualdad imperante en nuestro país el mercado no funciona, o está funcionando de manera tal que agudiza las desigualdades y lo que es peor, está desintegrando en vez de integrar. En las actuales condiciones, quienes propugnan más mercado y menos Estado nos conducen a la desintegración total. A nivel educacional, lo que está ocurriendo con la educación pública y privada que tenemos, apunta en la misma dirección. Con un Estado ausente, consecuencia de la LOCE, que permite crear establecimientos educacionales particulares como si de un negocio cualquiera se tratara, sin mayores regulaciones y con establecimientos a cargo de municipios cuyo giro no tiene nada que ver con la educación, que nunca han asumido su responsabilidad en ese terreno, y más encima sin recursos. Así difícilmente tendremos personas bien educadas.

Hecha esta introducción, en algunas de mis columnas siguientes espero abocarme al tema de la calidad en la educación desde mi particular visión.

junio 15, 2006

Con plata se compran huevos

Es una quimera pretender abordar el tema de la calidad de la ecuación sin considerar que ella está afectada por la disponibilidad de recursos financieros. Si se aspira cotejar la educación pública con la privada no es posible omitir la cruda realidad actual donde el gasto público por alumno es del orden de los $ 30,000 mensuales, la cuarta parte de lo que en promedio perciben mensualmente los colegios privados por cada alumno matriculado. Mientras no se corrija esta distorsión, agravada por el déficit en el capital social-cultural que arrastran quienes se matriculan en establecimientos educacionales con financiamiento público, las comparaciones y rankings que se elaboren carecen de validez alguna.

Mientras como país no estemos disponibles para el tremendo esfuerzo que demanda la educación, las medidas que se adopten a nivel metodológico, en los estilos de dirección en los establecimientos educacionales, y/o en la formación del profesorado tendrán efectos puntuales, marginales, no sustantivos. Por tanto, lo primero es lo primero: asignar los recursos que hagan posible este salto. A partir de ahí podemos exigir calidad en educación y pensar en exigencias de desempeño y resultados.

Lo que la movilización pingüina ha puesto de manifiesto es que no ha existido la suficiente voluntad política para tomar una decisión de envergadura. Esta decisión necesariamente implica no solo optimizar el uso de los dineros públicos en el ámbito educacional, sino que además demanda una reasignación desde algún otro sector de la vida nacional. Es entonces cuando la mirada suele posarse en los gastos en defensa cuyo peso en el presupuesto nacional no es menor, peso que si bien históricamente ha sido significativo, se afianzó bajo la dictadura sin que desde entonces fuese posible reducirla.

A más de 15 años de promulgada la LOCE y a más de 25 años de la municipalización de la educación, los nietos de la dictadura –los que no la conocieron, pero que están sufriendo las consecuencias- están cuestionando las bases de un modelo educacional impuesto, que nunca fue consensuado y que se ha perpetuado en virtud de un binominalismo que ha congelado no solo a la clase política, sino que a la sociedad entera. Los que se han liberado de caer en la trampa, han sido minorías marginales. Nuestros pingüinos han destapado la olla. Los gobiernos democráticos de la concertación no han tenido la capacidad, la fuerza, ni voluntad suficiente para hacerlo. Todos estos años hemos andado pisando huevos, buscando no “tocar el modelito” para no herir “susceptibilidades”, afectar el “clima”. 

Los pingüinos de hoy, libres de los miedos que nos han acosado, están logrando lo que veíamos como imposible: rebelarse ante un modelo educativo mercantilizado que no sentimos nuestro porque segrega en vez de unir. Tanto la clase política, como la empresarial, y las élites en general, no previeron que se estaba incubando un movimiento telúrico de proporciones que invita a reflexionar acera de las medidas y decisiones a adoptar, difíciles, pero necesarias.

junio 01, 2006

La revolución de los pingüinos

Sorpresivamente, los estudiantes secundarios han copado la escena, tanto por la fuerza de sus movilizaciones como por la envergadura de sus planteamientos. Partió con la solicitud de gratuidad del pase escolar y de la PSU y va por la demanda de un nuevo modelo educacional. Con ello está removiendo los cimientos de una visión de la educación basada en la activa promoción del financiamiento privado y el retraimiento del financiamiento público. Una visión inaugurada en 1981 con la municipalización de la educación, consolidada y consagrada con la ley orgánica constitucional de la educación (LOCE) que se promulgara el 10 de marzo de 1990, justo el día antes que Pinochet entregara la Presidencia del Gobierno, pero conservando la comandancia en jefe del Ejército.

Desde siempre la educación se ha concebido como un medio de ascenso económico, social, cultural. La relevancia que se le dio desde la primera mitad del siglo pasado se revela con el sello que le dio el gobierno de Pedro Aguirre Cerda en los años 30 del siglo pasado: “Gobernar es educar”. Desde entonces los esfuerzos estuvieron orientados a la cobertura, de modo que la educación estuviese al alcance de todos como una de las formas más efectivas de salir de la pobreza. Es así como se instauró la obligatoriedad de la educación básica y que se ha ido extendiendo hacia la educación media.
Sin embargo, en la actualidad, al menos bajo los niveles y con las características que tiene el sector, en vez de contribuir a reducir las desigualdades, las petrifica o agudiza. En la práctica no podría ser de otro modo bajo un modelo educativo basado en el mercado. No obstante que en los últimos 15 años el Estado ha más que triplicado la cantidad de recursos destinados a la educación básica y media, a pesar de este esfuerzo, el gasto público por alumno es cuatro veces menor que el gasto privado por alumno. En síntesis, el esfuerzo del Estado en educación sigue siendo insuficiente.

Desgraciadamente cuando se habla de la mala calidad de la educación pública se omite esta realidad y la crítica -particularmente la proveniente desde la derecha-, se centra en la eficiencia del gasto público en esta materia. Esta misma crítica olvida el desmantelamiento del sector educacional bajo la dictadura y que la Concertación ha procurado revertir.

Hay que decirlo con todas sus letras: mientras el quintil más pobre reciba una educación cuya subvención que sea la cuarta parte del promedio del arancel que pagan los apoderados del quintil más rico, las desigualdades actuales están condenadas a agudizarse.
Bajo este contexto, solo el día que la subvención por alumno sea al menos el doble que el gasto de los privados, solo entonces puede pensarse en comparación de resultados SIMCE, puntajes PSU o cualquier otro indicador. En las actuales condiciones pretender cotejar el desempeño de los distintos establecimientos llega a ser obsceno.
Mientras tanto: ¿con qué ropa podemos comparar establecimientos que atienden a los sectores más vulnerables disponiendo por cada alumno tan solo de la cuarta parte de los que cuenta un establecimiento particular pagado?